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CRÓNICA NEGRA

Yo soy el Rafita

Don Rafael, que ya tiene veintidós años, no pudo aguantarse y se lo dijo a Su Señoría: "Oiga, juez, que yo soy el Rafita". Como si tuviera que decirlo, como si no fuera lo bastante famoso, como si no lo hubiera reconocido la pasma al colocarlo.

Don Rafael, que ya tiene veintidós años, no pudo aguantarse y se lo dijo a Su Señoría: "Oiga, juez, que yo soy el Rafita". Como si tuviera que decirlo, como si no fuera lo bastante famoso, como si no lo hubiera reconocido la pasma al colocarlo.
El Rafi y sus colegas, que reúnen más ruina, 38 detenciones, que el tsunami de Karmele, estaban junto a un buga al que querían enchufar el puente para irse a tumbar la aguja o quemar crepé. Machos alfa, iban dando voces y poniendo las bolas sobre el capó, como monos en celo, hasta despertar a los vecinos y sacarlos de su alienación, dispuestos a trabajar otros dos años sin jubilación. Es que te orinas, tú.

El caso es que, al igual que Federico García Lorca, tuvieron que llamar a la autoridad, que puso la coloqueta a los alfas y los subió ante Su Señoría.

Yo soy el Rafita, como otrora yo soy el Vaquilla, o yo soy el Jaro, yo soy la revolución, el desorden. Soy la falta de tranquilidad, el sobresalto, la inquietud, el miedo. Soy el travieso, el oscuro, el imposible. Yo soy el Rafita, que iba en la parte de atrás de aquel otro buga robado que secuestró a Sandra Palo, la chica disminuida a la que asustaron, secuestraron, golpearon, abusaron, atropellaron y quemaron viva. Aunque yo no lo hice.

Yo, el Rafita, iba en ese coche que pasó sobre sus huesos –chas chas–, y me quedan arrestos para gritarlo porque he descubierto que esta sociedad, floja e insana, gusta de la afrenta. Aquí me tienen, sin estudios, pero valiente; sin preparación, pero faltando al respeto. Yo, el Rafita, era el Pumuki, y hoy soy un chico descarriado, tres faltas en ocho meses, perseguido por los medios de comunicación, ¿pero qué puedo contar yo, si no hice nada? Yo era un chavea demasiado pequeño, con apenas catorce, para darme cuenta de nada. Yo no intervine, incluso quería parar. Aprovecho para pedir perdón, aunque no me haya arrepentido hasta ahora, que me dan la oportunidad como a un torero; y ya me hallo.

Sandra Palo.Me halagan y me besan, atufada por el huelgo, la reportera jamón, que está de toma pan y moja, con una delantera como el Madrid con Cristiano Ronaldo, y sabe que convence más un beso húmedo que un discurso de zetapé con mil asesores. Se me acerca besucona para que cuente mi sufrimiento, en la casa de mis parientes, que me dejan el hogar desestructurado para la coherencia del relato. La tele consigue material, ahora que ya están hartos de los lloros de los padres y del sufrimiento de los hermanos.

El Vaquilla se lo hacía con errecinco, el Jaro ponía el pecho a las escopetas de caza, y yo soy el más pequeño de la Banda del Chupete, de los homicidas que se llevaron a Sandra Palo, que suplicaba y lloraba que la dejáramos irse a casa, que su hermanito iba a hacer la primera comunión. Y ella, que era algo así como retrasada, un poco ida, no se daba cuenta de que no podíamos dejarla en libertad. Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltan motivos para serlo, como al primo Pascual Duarte; pero si me provocan entro al trapo, porque en la calle hay que marcar territorio como un perrito que mea en una esquina. Los chicos de la calle tenemos que ser fuertes, acojonantes de todo acojono, porque si no nos desbordan.

A mi manera, yo, el Rafita, hago historia, marco época: siete minutos de telediario que ni el Rajoy. Paso por encima de la nuclear, de los pueblos que piden un cementerio radiactivo, del menú del Arguiñano con traiciones al faisán y la beca erasmus del juez Garzón.

A la periodista de telecinco se le escapa que don Rafael es el producto de un sistema político judicial destinado a la reinserción, de un gasto ingente en el aprovechamiento y reciclaje de los menores delincuentes, porque ella, ¡hala con la novela de Dickens!, el hogar desestructurado, el ruido de los primos, la sociedad culpabilizada e inestable, el pobre Rafita que tiene derecho a las llaves confiscadas de un cuatro latas con ruedas, a ser posible marca BMW, y a un ordenata con el que disfrutar de los juegos de alta gama.

En realidad, fue la inocencia la que le atropelló aquella noche delirante, en la que terminaron de excursión para comprar un euro de gasolina. Iba con unos colegas haciendo el ganso cuando la oportunidad se la pintaron calva. ¿Qué culpa tiene el Rafita de que la sociedad no sepa vigilar a las niñas que llegan tarde? Ellos deben ejercer su derecho de dueños de la noche, a bordo de un vehículo potente, bien a gustito y entrenados, dispuestos para la aventura. Al fin y al cabo, ¿qué van a poner si no entre uno y otro anuncio en la industria de la telerrealidad?
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