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CRÓNICA NEGRA

Yo, el jurado

Ha habido al menos un caso en que el jurado ha absuelto a un doble asesino por sentirse intimidado; en otros ha sido desautorizado por "falta de motivación"; incluso se ha disuelto uno por la simple sospecha de que estaba "contaminado", esto es, que alguien del público había inoculado una idea previa de quién, de los que ocupaban el banquillo, era culpable.

Ha habido al menos un caso en que el jurado ha absuelto a un doble asesino por sentirse intimidado; en otros ha sido desautorizado por "falta de motivación"; incluso se ha disuelto uno por la simple sospecha de que estaba "contaminado", esto es, que alguien del público había inoculado una idea previa de quién, de los que ocupaban el banquillo, era culpable.
Lo más importante del jurado debería ser el veredicto, porque esa es su razón de ser. Precisamente está en la Justicia para decir lo que le parece; y en nuestra legislación, además, debe razonarlo, "motivarlo", puesto que no se da por bueno que condene o absuelva simplemente porque sí. Es responsabilidad del presidente del tribunal que esa “motivación” esté ajustada a Derecho.
 
Se dice que todo lo que pasa delante de un jurado es una prueba, así que los miembros deben estar atentos para no perderse nada. Al término de la vista oral se debe declarar culpable o no culpable; si alguien es inocente... eso lo sabrá Dios. Pero el caso es que el jurado está rodeado de desconfianza. Se aparenta en España que juzga la gente sencilla, del pueblo, como usted o como yo, pero en realidad aquí juzgan siempre los jueces de carrera, puesto que la ley les ha guardado la última carta: si no les gusta el resultado tienen la facultad de repetir el partido. Así ocurre cuantas veces los tribunales ordenan celebrar un nuevo juicio con otro jurado.
 
Aquí, como no se fían, se obliga al jurado a razonar el dictamen, incluso a veces con más exigencias que a los propios jueces, según aprecia, en sentencia, un magistrado del Supremo. Hay jueces que no creen en el jurado; a veces, algunos de los que están obligados a presidirlos y a tutelar la motivación.
 
Los ciudadanos están obligados a juzgar, pero pocos saben que, una vez ejercida la obligación, su esfuerzo puede quedar en nada. De poco vale sacrificarse para dictar un veredicto, desde lo profundo del corazón, si luego, por una razón técnica, de forma o trámite, se anula la vista. Además, una vez disuelto, el jurado queda en nada. Puede decirse impunemente: el jurado se equivocó, porque ya no existe.
 
Los jueces legos no tienen por qué saber o entender de leyes. Están ahí para valorar lo que entienden. A Obdulio, un jurado popular de la Audiencia de Barcelona le condenó falsamente por el asesinato de su hermano, ocurrido en Rubí el 22 de agosto de 2001, a 17 años y medio de cárcel. Es la primera vez que nos alegramos sinceramente de que la ley haya guardado la última carta, porque el Tribunal Supremo lo ha absuelto. Se dice que es la primera vez que esto ocurre y, personalmente, espero que sea la última. Cualquiera puede estar un día en la piel de Obdulio.
 
Tal y como nos lo explica el Supremo, queda de relieve que nunca hubo testigos, ni huellas, contra el acusado. No había manchas de sangre en la ropa de su propiedad, ni siquiera se encontró el arma del crimen. Al parecer, los únicos indicios en su contra fueron "ser la última persona que vio al fallecido y haber descubierto el cadáver, presuntamente con un comportamiento sospechoso". Las personas mienten, las pruebas no. No había personas, ni pruebas. Acusaciones, por tanto, sin ninguna sustentación que se apoyaban extrañamente en la ausencia de testigos: nadie podía corroborar las protestas de inocencia.
 
Se considera probado que el procesado tenía problemas económicos, aunque no se puede demostrar que discutiera con su hermano por asuntos de dinero. No hay, pues, ni siquiera un "móvil" del crimen. Y en esas condiciones se llevó al sospechoso ante el juez de instrucción, que ordenó sin empacho el procesamiento. Y se pasó el asunto al fiscal, que procedió a la acusación. El jurado votó, por siete a dos, que era culpable –¿qué entenderían, pobrecitos, estos jueces legos?–. El presidente del Tribunal del Jurado, juez de carrera, como es preceptivo, dio todo por bueno. Aceptó sin reparos la "motivación" e impuso la condena.
 
El Supremo censura "la falta de rigor en los razonamientos usados para condenar tanto por un magistrado de la Audiencia de Barcelona como por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña". Obdulio estuvo más de un año en prisión, y finalmente ha sido eximido de toda culpa.
 
Yo, si fuera del jurado, me sentiría tranquilo, con la satisfacción del deber cumplido, nada angustiado o preocupado: como puede comprobarse, la culpa no es del jurado. La conspiración contra el procesado, salvado in extremis, empezó con la falta de pruebas.
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