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PANORÁMICAS

Y el Oscar va... al taller del diablo

Ni Javier Bardem ni Daniel Day Lewis. La mejor interpretación del año es la del actor vienés Karl Markovics en Los falsificadores, la película austriaca que se llevó finalmente el Oscar a la mejor película de lengua no inglesa. Uno de esos rostros, afilado y rocoso, sobre los que se puede construir cualquier ficción con visos de verosimilitud.

Ni Javier Bardem ni Daniel Day Lewis. La mejor interpretación del año es la del actor vienés Karl Markovics en Los falsificadores, la película austriaca que se llevó finalmente el Oscar a la mejor película de lengua no inglesa. Uno de esos rostros, afilado y rocoso, sobre los que se puede construir cualquier ficción con visos de verosimilitud.
Escribía ayer Ana Nuño en el suplemento de libros de esta Casa: "En realidad, no hay postura ética más cercana a la de Levi que la que exhibe Buergenthal, plasmada en un genuino (e ingenuo) asombro ante la prodigiosa facultad del hombre para exhibir el mayor coraje moral o la más honda abyección criminal". Y entre el coraje y la abyección, una infinita gama de grises. Levi, Buergenthal, Margaret Buber-Neumann y tantos otros que pasaron por la experiencia de los campos de concentración y exterminio eran expertos a la fuerza en dilemas morales. Como ése al que hubo de enfrentarse Adolf Burger, en cuyo libro se basa la película que nos ocupa, debatiéndose entre colaborar con sus torturadores, y contribuir de esta forma a la victoria nazi, o bien sabotearlos, arriesgándose a que le metieran ipso facto un tiro en la cabeza, y de paso a sus compañeros en el "taller del diablo".
 
Así denominaban en el campo de concentración de Sachsenhausen a las instalaciones en que trabajaban un grupo de judíos excepcionalmente bien alimentados y cuidados debido a la misión que tenían encomendada: la mayor falsificación de moneda de la historia. Concretamente, la Operación Bernhard tenía por objeto sabotear la economía británica inundando el mercado con una enorme cantidad de papel moneda falsificado, así como conseguir una fuente de divisas barata para afrontar los crecientes costes de la guerra. Al parecer, la Operación Bernhard tuvo un éxito considerable. Y digo lo de "parece" porque, una vez puestos los billetes en circulación, Churchill y el Banco de Inglaterra, que en principio los habían dado por buenos, ante la amenaza de una crisis de confianza internacional si ponían sobre el tapete la estafa prefirieron hacer la vista gorda y… Pero ésa es otra historia.
 
Ruzowitzky se ha concentrado en esa jaula de oro que era el taller diabólico y  centrado en la figura del falsificador jefe, el artista del fraude Salomón Sally Sorowitsch, en torno al cual giran Adolf Burger, un judío eslovaco experto en impresiones falsas, y el mayor de las SS Friedrich Herzog. No espere el espectador encontrar épicas confrontaciones pseudoteológicas entre la banalidad del mal y la radicalidad del bien, o viceversa. Por el contrario, Burger, un comunista que, llevado por sus ideales y sobrecogido de coraje cívico, se niega a colaborar con el enemigo, no acaba de resultar un personaje simpático, quizás porque su idealismo está teñido del fanatismo típico de los que se creen elegidos y, para salvar a la Humanidad, están a punto de provocar que maten a sus compañero de cautiverio. En definitiva, un tipo con principios: "Somos impresores, para hacer que la verdad siempre sea conocida".
 
En cuanto a Herzog, resulta demasiado amistoso y lleno de sentido común, un padrazo alejado de los estereotipos del nazi gritón, para movernos al odio. Por último, Salomón Sorowitsch es un tipo al que querrías tener cerca cuando las cosas empiezan a torcerse, por ser una combinación sui generis de dureza y sensibilidad, de ascetismo y orgía, de sentido común y atrevimiento. Acaba moralmente herido, ante la duda de si las decisiones que tomó fueron las correctas; de si su instinto de supervivencia, quizá de soberbia, no le hizo ser excesivamente colaborador.
 
Ruzowitzky ha preferido transitar lejos del mundanal ruido de las infladas e inflamadas óperas cinematográficas que el recuerdo del totalitarismo suele inspirar, de La lista de Schindler a El pianista, para tocar un registro más íntimo, cercano a la también oscarizada La vida de los otros y sólo un paso por debajo de la magistral El libro negro, de Paul Verhoeven. Todas ellas constituyen, por cierto, un estilo neo-europeo de producciones de calidad y vienen –junto a la eclosión rumana liderada por 4 meses, 3 semanas y dos días– de la Europa Central.
 
Si Dios está en los detalles –como decía Voltaire, o Flaubert, o Warburg, o Mies van der Rohe, o todos ellos y otros más–, entonces Los falsificadores ha sido tocada por el aliento divino. Concretamente, por Billy Wilder, el dios cinematográfico de Fernando Trueba y una inspiración para Ruzowitzky. Porque Wilder también era austriaco y también hizo una película sobre las vicisitudes de unos prisioneros de un campo de concentración, Traidor en el infierno, con la que Los falsificadores comparte un sano espíritu por hacer entretenimiento del bueno, agitado, no mezclado, con propuestas de reflexión moral a partir de la tragedia de la Shoah, desmintiendo así al muy grave Theodor W. Adorno, que sostenía que tras Auschwitz no sería posible la poesía. Incluso es posible el humor, como cuando Sorowitsch hace comer a un compañero enfermo de tuberculosis, artista como él, dándole una cucharada "por los expresionistas, otra por los vanguardistas…", y finalmente amenazándole con un "sándwich de culo de cerdo".
 
Hay que tener buen oído y mejor paladar para apreciar una película en la que resulta tan importante el sonido de un tango o un buen champán con que seducir a una hermosa mujer a la orilla del mar. La estructura es más compleja de lo que pudiera pensarse, habida cuenta de su económica sencillez narrativa, con unos efectivos flashbacks que no sólo no quitan suspense a la trama sino que profundizan en la textura psicológica del protagonista.
 
Algún crítico ha sugerido que los miembros de la Academia se han vuelto locos al premiar una película tan humilde, correcta y eficiente como Los falsificadores. Pero es que no sólo se falsifica el papel moneda. En Memoria del mal. Tentación del bien, su gran libro sobre el totalitarismo como emblema caracterizador del siglo XX, Todorov alertaba sobre la depreciación de la memoria a través de la sacralización y la banalización, dos peligros simétricos que son sorteados con autenticidad en esta cinta.
 
 
LOS FALSIFICADORES (Austria-Alemania, 2007, 98 minutos). Dirección y guión: Stefan Ruzowitzky. Intérpretes: Karl Markovics (Salomon Sorowitsch), August Diehl (Adolf Burger), Devid Striesow (Friedrich Herzog), Dolores Chaplin (Mujer Pelirroja), August Zirner (Dr. Klinger) y Marie Bäumer (Aglaia). Calificación: Tremenda (8/10).
 
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