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DRAGONES Y MAZMORRAS

Una pluma para don Germán

El otro día el sector del libro al completo se dio cita en la madrileña Real Academia de Bellas Artes de San Fernando para apoyar a uno de sus próceres: don Germán Sánchez Ruipérez, presidente y fundador de la fundación que lleva su nombre y fundador, también, de la editorial Anaya, embrión del Grupo Anaya, uno de los pilares de nuestra boyante industria editorial.

El otro día el sector del libro al completo se dio cita en la madrileña Real Academia de Bellas Artes de San Fernando para apoyar a uno de sus próceres: don Germán Sánchez Ruipérez, presidente y fundador de la fundación que lleva su nombre y fundador, también, de la editorial Anaya, embrión del Grupo Anaya, uno de los pilares de nuestra boyante industria editorial.
Germán Sánchez Ruipérez.
Don Germán recibía en esa ocasión el Premio Montblanc de la Cultura. ¿Qué es eso?, se preguntarán ustedes, algo intrigados; y no sin razón, pues aunque es un premio con relativa solera no es de los más sonados, a pesar de que entre los premiados figura, por ejemplo, Jesús de Polanco.
 
Pues se lo explico. Se trata de un premio internacional al mecenazgo. Consiste en una aportación económica para que se destine a algún proyecto cultural elegido por el ganador, así como en el regalo de una pluma estilográfica Montblanc de oro macizo de edición limitada, especialmente diseñada y producida para los ganadores. El premio se creó en 1992, aunque en España se empezó a otorgar algo más tarde, hace ahora diez años. La primera persona que lo recibió en nuestro país fue Paloma O’Shea, quien utilizó el dinero para becar a dos estudiantes durante un curso en la Escuela Superior de Música Reina Sofía, de Madrid.
 
Veamos quiénes fueron, en años sucesivos, los ganadores españoles y qué hicieron con el dinero. El 1997 Jordi Clos i Llombart subvencionó los trabajos arqueológicos que realiza la Fundación Clos en el Alto Egipto. En 1998 le tocó el turno a Carmen Arias y Díaz de Rábago, la cual donó su premio a la Fundación Barrie de la Maza para la promoción de la cultura gallega. Lógico, dada su vinculación con la misma. En 1999 José Ferrer Sala hizo lo propio con varios proyectos, de los que el folleto en que me inspiro sólo menciona el Teatre del Liceu de Barcelona. En el año 2000 Javier Benjumea cedió el suyo a la Fundación Fondo Cultural de Sevilla para el desarrollo de sus actividades, con lo que se equilibra la balanza.
 
Jesús Polanco.¿Adivinen a quién donó su premio en 2001 la nunca bien ponderada Carmen Cervera, viuda del barón Thyssen-Bornemisza y baronesa ella misma?: a la Fundación Thyssen-Bornemisza, que anda corta de fondos, como saben. Pensarán que es normal que todos barran para casa, pero hay una excepción que merece ser destacada: en 2002 el Duque de Soria no cedió su premio a la Fundación Duques de Soria, sino a los fondos generales de los Amigos del Museo del Prado. Al año siguiente, 2003, Jesús de Polanco retomó la tradición anterior y lo donó a la Fundación Santillana, también muy necesitada. Por la misma senda anduvo Antonio Vila Casas, en 2004, que lo dedicó a la Fundación Vila Casas de apoyo a las artes, en particular a la escultura.
 
Ahora regresamos al presente, en el preciso momento en que el todo Madrid del Libro y la Cultura se sienta en el hermoso salón de actos de la Academia de San Fernando para apoyar a don Germán en el gozoso trance. En efecto, ahí estaban los presidentes y directivos de las principales asociaciones y federaciones de editores, libreros y autores. Ahí estaban algunos –pocos– autores; antiguos y nuevos cargos del Ministerio de Cultura. Ahí estaba Rosa Regás (Biblioteca Nacional), firme el ademán, flanqueada por César Antonio Molina (Instituto Cervantes) y Rogelio Blanco (Dirección General del Libro), y en los bancos de honor, en el estrado donde son recibidos los académicos, algunas personalidades especialmente relevantes, como el Duque de Soria o Santiago Fisas (consejero de Cultura de la Comunidad de Madrid), se sentaban frente al homenajeado.
 
En la mesa presidencial, Lord Douro, presidente de la Fundación Montblanc, lamentó el retraso de la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, y anunció que se incorporaría al acto en cuanto llegara.
 
Fue Paloma O’Shea, en su calidad de decana, quien explicó en qué consistía el premio y su historia. Lord Douro pronunció la laudatio de don Germán y le hizo entrega solemne de la pluma dorada. Ya habían hablado otros notables, ya se habían pronunciado todos los discursos, incluido el del premiado, y la presidenta sin llegar. Lord Douro, con cautela, volvió a lamentar su ausencia y cerró el acto cuando, de pronto, entró la esperada doña Esperanza y, con la sala medio vacía, todos ya en pie, tras explicar las más que razonables causas de su retraso, tomó la palabra para leer las que tenía preparadas para el evento, que fueron muy calibradas y oportunas, como corresponde a una política de cuerpo entero.
 
Aplausos y cóctel fueron los siguientes capítulos de esta ceremonia que hoy les refiero, algo atípica en su desarrollo, en la que don Germán, ya tantas veces merecidamente condecorado y premiado, ganó una pluma más, y aunque no se la podrá poner en el sombrero, porque pesa, pluma es, que adorna, da esplendor y además funciona.
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