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CIENCIA

Un triunfo contra el clima

El ser humano acaba de ganar una batalla contra el cambio climático. Y no, no lo ha hecho embarcándose en un nuevo e inútil protocolo de reducción de las emisiones de CO2 a la atmósfera firmado por esos planetarios prebostes que viajan en aviones supercontaminantes.

El ser humano acaba de ganar una batalla contra el cambio climático. Y no, no lo ha hecho embarcándose en un nuevo e inútil protocolo de reducción de las emisiones de CO2 a la atmósfera firmado por esos planetarios prebostes que viajan en aviones supercontaminantes.
Tampoco lo ha hecho alistándose en masa en una ONG ecologista de las que proponen castigos fiscales inmisericordes a las compañías petroleras. Ni desalojando viejecitas de un barrio humilde de alguna capital europea para instalar centrales energéticas eco.

El ser humano acaba de ganar una batalla contra el cambio climático aplicando la ciencia, la razón, el esfuerzo y el sentido común, y descreyendo de las predicciones catastrofistas más extendidas.

Un informe recientemente publicado por Peter Gething, de la Universidad de Oxford, ha desvelado que, en contra de lo que habitualmente se transmitido en los medios más afines al apocalipsis climático, la extensión de la malaria no se ve afectada por el aumento de las temperaturas. Comparando mapas epidemiológicos de varios años, se ha detectado que las extensiones del planeta donde la malaria es endémica han descendido en un 20 por 100 y que la ratio de transmisión de la enfermedad ha declinado con relación al año 2007, que en teoría fue un año 0,7 grados más frío.

Una de las creencias más difundidas sobre los efectos secundarios del calentamiento sostiene que el aumento de las temperaturas está directamente relacionado con un incremento de las áreas del planeta donde campa por sus respetos el anopheles, el mosquito responsable del contagio de la malaria. De ese modo, conforme el clima cambiara, el globo se vería expuesto a una inevitable extensión de las áreas afectadas y a un aumento imparable del número de víctimas de la enfermedad.

Pero los datos ahora nos demuestran que un mundo en teoría más caliente que el de 2007 ha sabido defenderse mejor de la terrible enfermedad, que aún así sigue matando a cientos de miles de personas al año en las zonas más pobres.

Las razones de esta inesperada (para algunos) paradoja residen en la capacidad de respuesta médica y social: las mejoras en la protección ante el mosquito, el desarrollo de nuevas estrategias de contención, el mayor acceso a los medicamentos profilácticos, la extensión del uso de mosquiteras más eficaces y la relajación de algunas legislaciones anti DDT pueden ser algunos de los responsables de la buena nueva.

A medida que conocemos más cosas sobre el clima y, sobre todo, a medida que los protocolos políticos se demuestran ya machaconamente ineficaces, surgen nuevas voces que proponen dar un giro de 180 grados en la política de combate a los grandes problemas ambientales de la Tierra. Ha llegado el momento de decir ¡basta ya! ante los clichés ecologistas y empezar a pensar que puede que el mejor modo de proteger el medio ambiente sea borrarse de Greenpeace y pedir a nuestros políticos que dejen de reunirse para cargar contra el calentamiento.

La respuesta política al que se ha llamado "peor problema ambiental de la historia" deja mucho que desear. Una y otra vez, nuestros gestores se han empeñado en aplicar los mismos tópicos que sí funcionaron con cuestiones menos complejas (y con mayor carga de evidencia científica) en el pasado, como la lluvia ácida y el agujero de la capa de ozono. El clima es un proceso demasiado complicado y, por lo tanto, requiere acciones mucho más estructuradas.

En lugar de obsesionarse con la imposición de gravosas medidas de control del CO2 que en el mejor de los casos van a suponer una imperceptible mejora de la situación dentro de un siglo, cada vez son más los expertos que proponen tomar ya medidas de fácil ejecución y mucha mayor eficacia. Garantizar la prosperidad económica de los países más afectados por las catástrofes ambientales, garantizar la seguridad de los procesos de mejora tecnológica y la libertad de las transacciones relacionadas con el conocimiento, invertir en nuevas tecnologías que permitan aumentar la efectividad de los sistemas energéticos sin excluir ninguno de ellos y, sobre todo, preparar a la ciencia y a la ingeniería para que resuelvan los posibles efectos de un aumento de la temperatura parecen estrategias más inteligentes, baratas y rápidas que malgastar recursos, vocaciones y energías en un nuevo protocolo modelo Papel Mojado.

En lugar de condenar a medio planeta a vivir sin emisiones de CO2 y reducir sus expectativas de crecimiento, se antoja más rentable invertir en medidas de adaptación, reforestación y defensa de la diversidad biológica; en mejorar la calidad del agua y el aire; en incrementar la productividad agrícola y control de las enfermedades... Es necesaria una nueva Revolución Verde que conduzca a la ciencia y a la tecnología hacia la solución de los efectos perversos del calentamiento, incluso aunque sean tan terribles como los peores (y menos probables) escenarios ecologistas.

El caso de la malaria es paradigmático: ¿qué ha resultado más eficaz, gastar miles de millones en tratar de reducir las emisiones de CO2 o invertir en la compra de más mosquiteras y medicamentos?

¿Seguiremos permitiendo que los recursos necesarios se vayan por el sumidero de Kyoto?


JORGE ALCALDE también tuitea: twitter.com/joralcalde
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