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CÓMO ESTÁ EL PATIO

Un progre en Kentucky

Los progres europeos tienen tal complejo de superioridad ante todo lo que representa la cultura norteamericana, que cuando se van a los Estados Unidos enseguida les da por soltar a los nativos la versión progresista del Sermón de las Siete Palabras.

Los progres europeos tienen tal complejo de superioridad ante todo lo que representa la cultura norteamericana, que cuando se van a los Estados Unidos enseguida les da por soltar a los nativos la versión progresista del Sermón de las Siete Palabras.
El documentalito perpetrado por Jon Sistiaga y evacuado por la cadena Cuatro hace unos días es un ejemplo perfecto de lo que puede llegar a dar de sí un progre suelto por Kentucky con una cámara, un micrófono y muchas ganas de pontificar sobre la corrupción moral de la sociedad estadounidense.
 
Para los intelectuales y comunicadores europeos con aspiraciones de medrar en el cotarro, visitar el interior de los EEUU es una especie de experimento antropológico, gracias al cual se sumergen en una ominosa realidad en la que florecen los más graves pecados laicos condenados por la ideología progresista, como la religiosidad o el derecho a poseer armas de fuego.
 
Precisamente esta mezcla de religión y armas es lo que excitó la delicada epidermis moral de Iñaki Gabilondo, que en la entrevista previa que realizó en su informativo al autor del reportaje destacó precisamente el riesgo de mezclar ambos conceptos. Porque los americanos del festival de armas de fuego retratados en el documental, señoras y señores, antes de ponerse a disparar... ¡van a Misa!, como el autor destacó en varias ocasiones, para que a ningún espectador despistado se le pasase por alto la evidente relación. "Religión y armas, ¡qué mezcla más terrible!", apostilló Gabilondo, gravemente escandalizado, lo que, teniendo en cuenta que el comunicador pasó por el seminario, como lo acreditan sus exquisitos modales curiles, no deja de tener su gracia.
 
El problema de los progres cuando intentan mostrar a los demás la maldad intrínseca de quien no piensa como ellos es que a veces les sale el tiro por la culata, y nunca mejor dicho. Volvamos, por ejemplo, al amigo Sistiaga: las personas a las que quería ridiculizar dicen cosas tan sensatas que su reportaje acaba por convertirse en un alegato impecable a favor de la tesis que se pretende condenar.
 
Es lógico que los norteamericanos no entiendan que los Gobiernos nieguen a los ciudadanos el derecho a proteger sus vidas y propiedades con los medios legítimos de que dispongan. Lo primero que hicieron los grandes líderes totalitarios al llegar al poder fue desarmar a la población civil, y se supone, o al menos lo suponen los yanquis, con esa ingenuidad suya tan enternecedora, que los tiempos de Hitler y Stalin pasaron felizmente a la historia.
 
Sistiaga insistía mucho a los bárbaros representantes del ruralicio americano que en Europa, es decir en la Civilización a la progresista manera, las armas están en poder de los servicios del Estado. Se le olvidó añadir que también tienen armas los criminales, para los que infringir una norma administrativa de forma colateral carece de importancia. Uno de los entrevistados le dijo al reportero de Cuatro, mostrando su sorpresa: "O sea, que si entran unos criminales armados en su casa, usted sólo puede marcar el teléfono de la policía". Pues sí, amigo montaraz, ésa es la situación en España, como ha experimentado en sus propias carnes el productor José Luis Moreno, que ante la presencia de una banda de delincuentes armados en su domicilio sólo pudo darle a uno de ellos un mordisco en la pantorrilla.
 
El documental ofreció también abundantes muestras de la objetividad de Sistiaga, como cuando dio cancha a partidarios del nazismo o del Ku Kux Klan. Por cierto, el KKK fue una de las organizaciones que más se significó en la lucha contra la libre posesión de armas de fuego, porque ese derecho incluía a la población negra, a la que los klanmen necesitaban desarmada para poder masacrarla en sus fiestas racistas con mayor facilidad. O sea, Sistiaga, que los de la capucha blanca también son de tu bando. Se siente.
 
Por otra parte, sorprende que apóstoles del pacifismo progresista como Sistiaga peregrinen a los decadentes Estados Unidos para intentar modificar el comportamiento de trescientos millones de personas. Si los progresistas europeos fueran consecuentes, animarían a la población civil norteamericana a comprar más armas de fuego, pues si sus vaticinios sociológicos se cumplen y resulta que las personas decentes, tras hacerse con un rifle, se convierten en una fieras pardas ávidas de sangre ajena, en pocos meses la población yanqui desaparecería acribillada y el mundo se libraría del imperialismo globalizador impuesto por los granjeros de Kentucky a países del Tercer Mundo como Venezuela. El planeta sería así mucho más progresista, y Gabilondo más feliz.
 
Las estadísticas reales, sin embargo, muestran todo lo contrario, pues los países en que se reconoce el derecho a tener armas las cifras de criminalidad son inferiores a las registradas en otros en que tal derecho no se reconoce. Sistiaga debió darse una vueltecita por Suiza a su regreso de Kentucky, pues en el país alpino, en el que cualquier mayor de edad puede tener legalmente un arma de fuego (no sólo eso, sino que el Gobierno entrega a cada ciudadano un fusil de asalto SIG-90, con una considerable dotación de municiones, al terminar el servicio militar), los índices de criminalidad son un 40% inferiores a los de sus vecinos.
 
La realidad es que los norteamericanos, como los suizos, los finlandeses y los neozelandeses, valoran por encima de todo la libertad individual y la propiedad privada, de ahí que insistan en disponer de todos los medios a su alcance para protegerlas de cualquier amenaza. En la civilizada y muy progresista España, en cambio, ambos derechos son cercenados diariamente con total impunidad por los políticos de izquierdas, con el aplauso de quienes los defienden. He ahí la diferencia. Un par de visitas más a Yanquilandia e incluso Sistiaga y Gabilondo acabarán siendo capaces de captar el matiz.
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