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VUESTRO SEXO, HIJOS MIOS

Un poco de arqueología sexual

Estimados copulantes: Los órganos sexuales de las plantas, o sea, las flores, han evolucionado según el gusto de los insectos polinizadores.

Estimados copulantes: Los órganos sexuales de las plantas, o sea, las flores, han evolucionado según el gusto de los insectos polinizadores.
Ciertamente, los insectos demostraron tener un gusto exquisito al diseñar las orquídeas, por ejemplo: aparte de ser espectaculares por su diseño y color, parecen auténticos parques de atracciones para insectos, con toboganes resbaladizos, lagos de néctar para zambullirse, falsas puertas y trampas que se abren aquí y se cierran allá para que el intruso deje el polen de la vecina y cargue con el nuevo.

La vagina, aunque también tiene mucho de parque de atracciones para caballeros, no resulta nada vistosa. La vulva podría presentar colores chillones e inflamarse durante el celo hasta adquirir el tamaño de una coliflor fosforescente, como sucede con la de muchas hembras primates. Pero las hembras humanas no anuncian el celo ni exhiben imprudentemente sus órganos sexuales. La vulva no ha evolucionado como órgano de exhibición y se esconde en el lugar más recóndito del cuerpo femenino. La razón es que la promiscuidad en nuestra especie equivale a una mala gestión del sexo, y los antropólogos no han dejado constancia de un solo grupo humano que haya sobrevivido a ella mucho tiempo. En nuestra especie, el sexo se negocia, y la primera condición para poder gestionarlo es mantener la mercancía a buen recaudo y no tirar los precios. Por eso los órganos sexuales femeninos no tienen participación alguna en el episodio del cortejo, que se ha derivado a otras zonas más visibles, como el rostro, el pecho o las nalgas, de sugerencia más sutil, que pueden hacer el sexo negociable en el mostrador, mucho antes del encuentro íntimo.

Haciendo un poco de arqueología sexual, se puede observar una serie de rasgos en la anatomía de la mujer –y no en la de otras hembras– que denotan la estrecha relación que existe entre la voluntad de la hembra humana y el uso del sexo. Sugieren, en mi modesta opinión, que se favoreció una barrera de salvaguardia que concede cierta distancia entre el desenfreno hormonal y la gestión inteligente del sexo.

El primer rasgo es la localización de la entrada de la vagina entre los poderosos músculos abductores, "los músculos del pudor", que cierran firmemente las piernas. Cuando nuestros ancestros eran cuadrúpedos, la entrada de la vagina estaba en posición dorsal, donde podía haber permanecido en caso de que las hembras humanas siguieran siendo tomadas por detrás, en un acto rápido e impersonal. Cuentan las leyendas rurales que las lavanderas añadían a las durezas de su oficio las derivadas de trabajar en una postura que las hacía vulnerables. Bien, yendo al grano, una vez que los homínidos alcanzaron la postura erguida y optaron por el coito frontal, la vulva quedó entre las piernas. No existían grandes obstáculos –salvo la adaptación del esqueleto– para que la vulva emigrase a la zona ventral y se abriera justo en la bisectriz del ángulo inguinal, mucho más accesible y cómoda para el coito frontal, sobre todo teniendo en cuenta que el pene se inserta sobre el hueso púbico. Incluso para el trabajo del parto, la posición actual de la vagina no es la ideal. Pero la vulva no ha continuado su migración hacia delante y ha quedado situada entre los fuertes músculos abductores de los muslos, que son capaces de mantener las piernas firmemente cerradas. El motivo es que no se trata, precisamente, de hacer el coito fácil, anónimo, intrascendente y barato para los hombres, sino de otorgar a la hembra humana la capacidad de controlar un acto en el que se pone en juego la calidad de su descendencia y su propia posición en la sociedad.

La postura frontal no se debe, en absoluto, a que las mujeres carezcan de imaginación, ni a que sean unas estrechas, ni a que sus compañeros sean machistas o misioneros. Las mujeres prefieren establecer vínculos emocionales con su pareja, ver la cara de sus compañeros sexuales y mantenerla cerca de la suya. Esa fue la razón deuna acusada desviación de la vagina hacia delante, hasta quedar formando un ángulo casi recto con el útero, que en otras hembras primates no se observa. Dentro de la vagina, en las posturas tradicionales de frente, el pene adopta una forma de boomerang que no es tan fácil de conseguir cambiando el ángulo de penetración.

Algunas de las posturas que se promocionan en el Kama Sutra y demás fuentes literarias son muy incómodas debido –entre otras cosas– al ángulo de penetración. No os creáis, queridos copulantes, las apologías que se hacen de las posturas extravagantes. Después de ensayarlas con desigual fortuna, la mayor parte de las mujeres prefiere dejar los experimentos para las grandes ocasiones, como el cumpleaños del marido, o para aquel día, especialmente pícaro, en que se hizo doblete y se cayó en una lujuria muy gorda con un marido disfrazado, por ejemplo, de cobrador del frac, de Papá Noel o incluso de reno. Puede decirse que las mujeres son reacias a aceptar el coito –y menos aún la desfloración– en una postura que impida tener identificado al propietario del pene.

La derivación del ángulo de la vagina es una adaptación que ha tenido lugar como consecuencia de la preferencia de la hembra humana para hacer del sexo algo más que sexo, algo personal, emocional e inteligente que precisa un reconocimiento del compañero sexual capaz de poner en juego los sentimientos tan característicos de la pareja humana que otras posturas no pueden proporcionar. Es, por sí misma y desde el punto de vista de la arqueología biológica, una demostración de la superación de la promiscuidad en favor del consentimiento inteligente.

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