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CÓMO ESTÁ EL PATIO

The Ministrables

Si los prolegómenos de las campañas electorales son de auténtica angustia vital para los candidatos a ocupar un puesto decente en las listas de cada partido, en el ganador la previa a la formación del nuevo gobierno se vive en pleno ataque de nervios colectivo.


	Si los prolegómenos de las campañas electorales son de auténtica angustia vital para los candidatos a ocupar un puesto decente en las listas de cada partido, en el ganador la previa a la formación del nuevo gobierno se vive en pleno ataque de nervios colectivo.

Sucede que el número de ministrables para el gobierno del reino de España es una magnitud inflacionaria, lo que hace que el colapso nervioso alcance niveles de pandemia. Un país en el que personajes como Bibiana Aído, Elena Salgado o Leire Pajín se han encaramado tranquilamente a la mesa del consejo de ministros es un sitio en el que las exigencias para formar parte de la elite de la administración pública son prácticamente inexistentes.

Estados Unidos de Norteamérica es la tierra en la que cualquiera puede llegar a presidente, pero España no tiene nada que envidiarle, como ha demostrado sobradamente José Luis Rodríguez Zapatero. En el plano ministerial, los requisitos se relajan aún más. De hecho, no existe mínimo exigible alguno para ser ministro, aserto que puede corroborar José Blanco simplemente esgrimiendo su propio caso. En el siglo XIX hubo un joven político, bastante mediocre, que envió un telegrama a su familia con el texto: "Papá, me han hecho ministro. Te lo juro". Hoy, una escena así no podría darse porque todo el mundo usa el teléfono móvil y porque a nadie le sorprendería ver a su retoño más zote convertido en secretario de estado.

Tras la holgada victoria del PP en las pasadas elecciones generales, el número de postulantes para las no más de 12 carteras (austeridad obliga) en liza con seguridad no baja de los 800. Es la inflación de aspirantes antes citada, que tantos quebraderos de cabeza ha de proporcionar al Registrador hasta que en vísperas de Nochebuena ponga el huevo.

No importa que este primer gobierno de Rajoy vaya a ser consumido por las llamas de la desafección pública a los pocos meses de tomar posesión, porque las medidas que va a tener que tramitar son tan impopulares que muchos de sus miembros, cuando dejen el ministerio, apenas van a poder salir a la calle sin protección.

Lo importante es entrar en el consejo de ministros, porque siempre cabrá la posibilidad de iniciar el turno de rotaciones por las distintas carteras que han puesto en práctica tradicionalmente todos los presidentes de gobierno, como si se tratara de entrenadores de Segunda B que quieren llegar a la recta final de la liga sin que sus jugadores acumulen demasiado cansancio.

Para este primer equipo de Rajoy surgen nombres sin cesar. Dejando de lado a la simpática Soraya, en agradecimiento a los servicios prestados durante la travesía de ocho años por la oposición, y a Gallardón por razones humanitarias –para evitar que se suicide si tampoco ahora llega a ministro­–, los otros 798 aspirantes a la poltrona ministerial no tienen nada claro que vayan a ser elegidos.

Algunos se descartan ingenuamente, aunque por dentro se mueran de ansiedad, pensando que ese gesto de humildad les va a hacer más simpáticos a los ojos del líder. Pobrecitos. Con seguridad Rajoy prescindirá de ellos, y cuando le pidan explicaciones podrá responderles simplemente que fueron ellos los primeros en descartarse. Otros intrigan entre bambalinas para hacerse los imprescindibles, y el resto, la mayoría, sencillamente no abre la boca para no fastidiarla justo en el peor momento.

Sea como fuere, todos ellos serían capaces de leer veinte páginas seguidas de un libro de Antonio Gala, y hasta de escuchar completa una retransmisión de Juanma Lillo de un partido del Barça, a cambio de montarse en el coche oficial y ponerle la mano encima a la cartera de piel con el escudo constitucional.

La única ventaja de Rajoy, a la hora de no dejar en el camino muchos damnificados, con el peligro que eso conlleva, es que sus primeros gobiernos van a ser tan breves, se van a quemar tan pronto, con la izquierda protagonizando algaradas callejeras, que sólo en esta legislatura va a dar entrada a no menos de cincuenta de esos 800 candidatos. A ese ritmo, al final de la legislatura serán muy escasos los ministrables que se hayan quedado sin tocar pelo. Algo bueno tenía que tener la crisis.

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