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DRAGONES Y MAZMORRAS

S.O.S. lectores

“Cada día doy menos valor a la inteligencia”. Con esta impactante frase el escritor Marcel Proust iniciaba en 1908 un proyecto literario que se frustró, en parte, porque muchos de sus elementos quedaron integrados en su monumental obra posterior, como puede observar quien lea el volumen que, con dichos fragmentos, se compuso después de su muerte, cuando ya le había llegado esa fama en la que nunca confió del todo.

“Cada día doy menos valor a la inteligencia”. Con esta impactante frase el escritor Marcel Proust iniciaba en 1908 un proyecto literario que se frustró, en parte, porque muchos de sus elementos quedaron integrados en su monumental obra posterior, como puede observar quien lea el volumen que, con dichos fragmentos, se compuso después de su muerte, cuando ya le había llegado esa fama en la que nunca confió del todo.
Héctor Cáceres: EL LECTOR (detalle).
No voy a detenerme ahora en este interesante libro que conocemos con el título de Contra Sainte-Beuve, y que acaba de publicar la editorial Langre (El Escorial, Madrid), en pulquérrima traducción de Silvia Acierno y Julio Baquero Ruiz, porque el propósito de mi presente crónica es otro, pero me gustaría comentar su candente actualidad, pues muchas de sus observaciones ponen el dedo en una herida que ahora está, precisamente, más abierta que nunca: la perversión de la crítica literaria, inevitablemente unida a la tan cacareada crisis editorial, sobre la que, al parecer, van a debatir en Barcelona todos los "partenaires" concernidos, excepto, como siempre ocurre en estos casos, los lectores. Claro que a ver quién los representa, porque como sea la librería Crisol o Babelia, vamos de cráneo en la resolución del problema, o al menos en la veracidad de sus planteamientos, dado que a veces he visto en ambos medios títulos que aún no estaban a la venta y ya figuraban entre los más vendidos.
 
Pero lo cierto es que la continua agresión al lector se produce desde todos los frentes –editoriales, librerías, suplementos, radio, televisión–, y justificaría ampliamente una rebelión de los lectores, una especie de huelga en la que se exigiera a los críticos y a los editores menos "inteligencia" (léase brillo, seducción y estrategia de mercado, que es a lo que se refiere Proust ya en esa época, al hablar del señor Sainte-Beuve, verdadero precursor de la crítica periodística moderna) y más literatura, porque, como sigue diciendo este autor: "Cada día me doy más cuenta de que sólo fuera de ella (de la inteligencia) puede rescatar el escritor algo de nuestras impresiones pasadas, es decir, alcanzar algo de sí mismo y la única sustancia del arte".
 
Y esa sustancia que arranca del creador es lo único que realmente encuentra eco en el lector. "Los mejores libros son los que nos hablan de lo que ya sabemos", decía Marthe Robert, el polo opuesto de Sainte-Beuve. Y lo dicen con sus obras los escritores menos inteligentes y sin embargo más sabios, que sólo se amparan detrás de sus obras y de sus lectores y no de los editores y los brillantes críticos literarios, los cuales, enfrentados al puro texto, sin mayores "referencias" (como las que tienen que dar las criadas a las señoras), no sabrían en realidad a qué atenerse.
 
Stendhal.Eso es precisamente lo que reprocha Proust al "método Sainte-Beuve", que da más importancia a la vida del escritor, a su brillo, a sus relaciones literarias y sociales, que a su obra, lo que le hizo despreciar a Stendhal y elogiar a tantos escritores cuyos nombres no significan nada en la actualidad.
 
Sainte-Beuve –dice Proust– escribe sus críticas "cuidándose de la opinión de la gente de criterio, para agradar, y sin fiarse demasiado de la posteridad. Ve la literatura bajo el prisma del tiempo. La literatura le parece algo de época, que vale tanto cuanto valía el personaje". Como verán, esto sigue vigente, y en esa connivencia entre lo malo y lo peor reside el problema, y no en otra cosa.
 
En Barcelona no hablarán de ello, claro. Hablarán de cifras de producción, de sinergias, de estrategias de mercado, y dirán cosas contradictorias como las que ya están diciendo en los avances que he leído al respecto. Sin ir más lejos, en el reportaje del suplemento cultural de El Mundo he leído declaraciones escalofriantes que separan cada vez más el abismo entre el creador y lo creado.
 
Por un lado, hay quien preconiza que para resolver la crisis tiene que haber "voluntad política y propuestas imaginativas que ayuden al desarrollo de la pluralidad, desde la oferta editorial hasta los espacios de ventas, con medidas destinadas a desanimar las políticas de concentración". O sea, que desaparezcan las librerías y se venda el "producto" en otros sitios, como las grandes superficies, por ejemplo. Por otro lado, se dice todo lo contrario: que son precisamente esa propuestas imaginativas (léase grandes superficies) las que están acabando con la lectura, lo cual, como todos sabemos, es rigurosamente falso. Lo que acabarán es con las librerías, pero eso, que yo también lamento, es algo totalmente distinto.
 
Otros aciertan al comprender que el problema de las grandes tiradas de un único "bombazo" (que suele ser un libro abominable) no se compensa con la multiplicación de títulos supuestamente exquisitos pero con menos tirada. Esto sólo supone multiplicar las devoluciones y abortar cualquier descubrimiento literario importante, pues ni lectores ni críticos pueden seguir ese ritmo trepidante. No dudo de que algunos grupos editoriales consigan ganar dinero a espuertas, pero será en detrimento de la literatura. Garantía, rentabilidad, apuesta, son términos contrarios a ella. Cualquier editorial que se precie de valorar la escritura y la lectura debería repetirlas hasta vaciarlas de sentido, como esas palabras que, por juego, repiten los niños obsesivamente.
 
 
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