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RECUERDOS SUELTOS

Sobre De un tiempo y de un país

El libro De un tiempo y de un país terminaba así en su primera edición: "En verano del 79 me tomé con mi compañera, P., unas vacaciones. Las primeras en diez años. Caminamos por aquí y por allá, percatándome de cuánto había perdido de vista eso que llaman el país real. O uno de los muchos países reales que hay en este país".


	El libro De un tiempo y de un país terminaba así en su primera edición: "En verano del 79 me tomé con mi compañera, P., unas vacaciones. Las primeras en diez años. Caminamos por aquí y por allá, percatándome de cuánto había perdido de vista eso que llaman el país real. O uno de los muchos países reales que hay en este país".

La última frase me pareció luego algo cursi, y la eliminé en una edición posterior, veinte años después; una de las contadas correcciones que hice.

Aquellas vacaciones empezaron con quince días en Béjar, donde nos dejó su casa una amiga de P. que trabajaba allí como abogada de la UGT. Lo que es la sugestión: una noche paseábamos cerca del cementerio, tras cuyas tapias se erguían algunos cipreses y que parecía cubierto por una leve claridad. Ella sugirió que nos aparatásemos de allí. Me burlé, pero según nos íbamos acercando al lugar se me fue contagiando su inquietud y, sin insistir, acompañé discretamente su alejamiento.

La siguiente quincena fuimos a Menorca, también alojados en casa de unos amigos de ella. Llegamos a Barcelona en el último momento para coger el barco, después de una odisea en autostop desde Madrid y creyendo que aquellas vacaciones las perdíamos, porque no nos quedaba dinero para nuevos billetes. Ya en la isla hicimos un viaje a pie de dos o tres días, siguiendo la costa norte, con una tienda de campaña que nos prestaron nuestros amigos. Una de las jornadas resultó bastante pesada, pues tuvimos que dar un gran rodeo –ya que la costa se encontraba ilegalmente cortada por los muros de una extensa finca– y se nos agotó el agua. Marchábamos entre monte bajo y bosquecillos, alguno quemado (se quemaban gran cantidad de bosques en toda España), buscando muretes donde crecieran zarzas, para coger moras con que calmar la sed, sobre todo la de ella, que la soportaba peor. Llegamos por fin, ya de noche, a un lugar civilizado, donde nos pusimos bastante alegres bebiendo cerveza, y montamos la tienda en un solar. Fueron unas vacaciones extremadamente baratas, porque ella era la única que trabajaba, todavía de asistenta, aunque luego lo haría de profesora en un buen colegio.

Estando en Béjar una tarde, mientras me cortaba el pelo en una barbería, oí la noticia de que una bomba de la ETA había matado a varias personas en Barajas, o quizá fuera en la estación de Atocha. Por entonces estos asesinatos menudeaban, y la izquierda solía mostrarse digamos comprensiva hacia sus autores (seguía con aquella infame y embustera consigna de "Vosotros, fascistas, sois los terroristas"). En realidad, ha seguido tan comprensiva hasta hoy mismo, con el cuento de la "solución política": no en vano nuestra desdichada izquierda –como desde otro punto de vista el PNV– comparte lo esencial de la ideología etarra. También yo, por supuesto, entendía aquellos crímenes, pero en aquel momento me invadió la indignación y una especie de náusea. Seguía estando en la clandestinidad, dos años después de haber sido expulsado del PCE(r)-Grapo, y por primera vez, creo, sentí una repugnancia difícil de racionalizar ante la canallada estúpida y criminal que llamaban pomposamente "lucha armada". Por otra parte, en abril había sido muerto por la policía Delgado de Codes, de quien ya hablé en otro de estos recuerdos. En Menorca tuve ocasión de ver una obreja de teatro de un grupo de aficionados, Menorca, simplement, o cosa así, un repaso de la historia de la isla con un tono antiespañol expresado como pose de indiferencia, que también me revolvió un poco las tripas, porque presentaba un ideal de vida animalesco, hedonismo de taberna, torpón y doméstico, al estilo de otra obra teatral mucho peor, Ay, Carmela, que tendría la mala suerte de ver bastantes años después en Madrid (mala suerte, porque no sabía de qué iba).

A esa conjunción de sucesos se unía la sensación de que todo aquello por lo que había luchado se desmoronaba en medio del espíritu romo y vacío tomado por la transición (el pasotismo, el desencanto, la expansión de la droga, la diversión chabacana, una crisis económica que en lugar de propiciar movimientos revolucionarios parecía tragarlos como un pantano). Todo ello, supongo, me incitó, ya vuelto a Madrid, a escribir la historia de la OMLE-PCE(r)-Grapo a partir de mi propia experiencia, antes de que la memoria fuese trabucando en exceso datos y fechas. Había escrito muchas octavillas y artículos subversivos, incluso algunos folletos bastante largos, como el titulado "El viaje de Carrillo a China y la bancarrota del revisionismo"; un ensayo, a medias con "el camarada Arenas", sobre la necesidad de la lucha armada para abrir paso a la revolución bajo el capitalismo monopolista de estado en su etapa más decadente, y un pequeño libro, Operación Cromo, sobre los secuestros de Oriol y Villaescusa. Pero eso era una cosa y otra meterse con un libro de verdad, pues este exige máxima atención para evitar esas repeticiones, digresiones inútiles, etc., que vuelven muchos libros pesados y poco inteligibles. No obstante, conseguí superar el reto, en dos años de esfuerzo.

Otra razón para ponerme a ello fue aclarar las artificiosas incógnitas lucubradas sobre todo por la izquierda y por una prensa mediocre, aunque muy satisfecha de sí misma. Se insistía en hablar de un "extraño Grapo" que siempre golpeaba en "momentos políticos clave" (era lo que habíamos pretendido, lógicamente, y por otra parte la misma prensa magnificaba el efecto de los atentados con su sensacionalismo); que debía de estar manejado por unos "servicios secretos" variantes, según gustos, desde el KGB a la CIA, pasando por los del gobierno de Suárez; que la "extrema derecha" estaría detrás... Todavía hay cretinos empeñados en tales historietas. De hecho, el "oscuro" PCE(r)-Grapo está mucho más clarificado que el PSOE, este sí muy infiltrado por la policía y protegido por poderes muy amplios durante la transición, y con fuentes de financiación no muy claras.

La causa de aquellas lucubraciones, tan generalizadas entonces, radica en el comienzo tardío de las acciones del Grapo, cuando casi toda la izquierda antifranquista estaba volcada en su legalización y creía que los atentados la obstaculizaban. La ETA, por el contrario, había empezado en el momento justo, cuando aquella oposición –nunca democrática–, sin esperanzas de legalización próxima, saludó los primeros asesinatos etarras como un factor de desestabilización del franquismo del que esperaba obtener buenas ganancias políticas. El éxito de la ETA en ese sentido ha sido impresionante. Y, por supuesto, mi testimonio no despertó el interés de la gran mayoría de la prensa o de los políticos. Les gustaban más los cuentos.

Conservo una memoria general del libro, pero no lo he releído desde la última edición de él, hace unos cuantos años. Lo titulé De un tiempo y de un país, remedando la canción de Raimon, por contrariar la idea del "extraño Grapo", que lo presentaba casi como una organización extraterrestre. Pero, de hecho, dentro de su tiempo y su país, se trató de un partido sumamente atípico. Por entonces menudeaban los grupos maoístas y trotskistas, muy propensos a hablar de lucha armada, pero sin pasar de las palabras, por fortuna. El PCE(r) los catalogaba de grupos pequeño-burgueses, falsos comunistas, indisciplinados, seguramente infiltrados por la policía y proclives a colaborar con el revisionismo o socialfascismo carrillista. Por probabilidad estadística, de un ambiente donde se cultivan tales tópicos de violencia, surgirá antes o después quien intente llevarlos a cabo. El pequeño PCE (r) fue capaz de poner en serias dificultades la transición, y de hostigar al régimen resultante durante bastante tiempo. No obstante, fracasó poco después de su momento de máxima peligrosidad, fracaso reflejado en una evolución ideológica cada vez más difusa: la pureza de principios leninistas de su primera época acabó dejando paso a la mera lucha por la supervivencia. Contribuyeron a la confusión los sucesos de China, donde la Gran Revolución Cultural Proletaria y sus jefes fueron eliminados poco después de la muerte de Mao. Así, los maoístas europeos se quedaron de pronto sin su estrella polar.

 

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