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CIENCIA Y NUEVAS TECNOLOGÍAS

Sitel & Co.: ¿somos algo más que datos?

Lo más perturbador de la tecnología Sitel no es que ponga a disposición de un agente de la autoridad, desde su puesto informático y casi a golpe de ratón, una montaña de datos confidenciales que pululan por las redes telefónicas, en cualquiera de sus formatos.

Lo más perturbador de la tecnología Sitel no es que ponga a disposición de un agente de la autoridad, desde su puesto informático y casi a golpe de ratón, una montaña de datos confidenciales que pululan por las redes telefónicas, en cualquiera de sus formatos.
Lo más perturbador de Sitel no es que haya despertado las sospechas de prácticamente todo aquel que sabe un poco sobre derecho de las comunicaciones sobre las garantías jurídicas que ofrece la concesión de su uso. No es que carezca de los mínimos requisitos de auditoría para saber sin riesgo a equivocarse quién y en qué condiciones ha sido el agente de las fuerzas de seguridad que ha realizado las escuchas y las transcripciones. No es que se trate de una herramienta de intromisión en la intimidad que no deja huella (la escucha de un mensaje no altera el mismo y, por definición, es indetectable). No es que existan serias dudas, a pesar de alguna sentencia del Supremo, sobre la validez de las pruebas obtenidas mediante esta técnica. Los datos se graban en DVD, en muchos casos sin sistemas auditados de autentificación, sin firma electrónica, sin la presencia de terceros de confianza, sin herramientas de certificación del contenido... Cualquier abogado experto en derecho digital y en registros de evidencias electrónicas podría impugnar la validez de la prueba, ya que no ha sido recogida con todas las garantías de inquebrantabilidad.

Lo más perturbador de Sitel no es que existe una posibilidad no remota de que personas no autorizadas accedan a los datos confidenciales recogidos sin dejar rastro, o de que los agentes de la autoridad puedan intervenir más allá de los márgenes establecidos por el permiso judicial (cuando lo hay). No es siquiera que haga descansar el valor de la prueba en un proceso tan tedioso y propenso al error técnico y humano como el de la transcripción de miles de horas de grabaciones de audio.

No: lo más perturbador de Sitel es que, conforme usted está leyendo este texto, la tecnología se está haciendo patéticamente vieja.

Por mucho que nuestros letrados, jueces, peritos y agentes de seguridad se esfuercen en ponerse al día (y me consta que algunos de ellos lo hacen con encomiable interés, la tecnología cabalgará varios pueblos por delante de ellos. Como solía decirse en los albores de internet: no es que viajemos por una autopista de velocidad ilimitada con un coche de 2 caballos de vapor, viendo cómo nos adelantan los ferraris; es que la autopista misma corre bajo nuestras ruedas sin que podamos posar nuestro vehículo en ella.

Fíjense si no en algunas noticias recientes. La Agencia de Seguridad de Estados Unidos (NSA), un organismo creado bajo el paraguas del Departamento de Defensa para monitorizar, entre otras cosas, las telecomunicaciones en territorio americano, acaba de declarar que para 2015 todos los datos almacenados gracias a sus sistemas de rastreo ocuparán la friolera de varios yottabytes de memoria. Un yottabyte es algo así como un cuatrillón de bytes. Todos ustedes, al menos los no tan jóvenes, recordarán aquellos románticos días de nuestros primeros pinitos con la informática. Por aquel entonces, a finales de los 70, andábamos la mar de orgullosos con nuestros discos flexibles capaces de almacenar 150 kilobytes (150.000 bytes) de memoria, en los que guardábamos nuestros textos. Un gigabyte, que hoy está al alcance de cualquier pen drive, guarda 1.000 millones de bytes.

Los yottabytes de la NSA son tantos, que para su almacenamiento en discos duros convencionales haría falta una superficie equivalente a la de los estados de Delaware y Rhode Island juntos. Se trata de la vida íntegra de millones de ciudadanos conservada en formato digital y perfilada a partir del seguimiento de sus comunicaciones telefónicas, sus usos de internet, sus mensajes, sus compras con tarjeta de crédito.

Y eso que, entre dichos datos, no se encuentran los protagonistas de otra de las noticias tecnológicas de la semana: la CIA ha puesto sus ojos en una tecnología civil que es capaz de rastrear nuestro paso por cualquier red social de internet: Visible, un programa que se adentra en redes como Flickr, Youtube o Twitter (parece que Facebook está aún libre de él) y registra cada una de nuestras aportaciones personales a las mismas: nuestras fotos, vídeos, comentarios o sugerencias.

Del mismo modo que Pitágoras nos advirtió de que "todo es números", hoy deberíamos ser más concientes de que "todo es datos". Nuestra vida deja un rastro de datos indeleble que marca, como miguitas de pan en el bosque, el camino hacia los más íntimos de nuestros secretos. Lo que compramos, dónde y cuándo; los discos que nos gustan, las horas a las que nos conectamos a internet, los comentarios que colgamos en un artículo en la red, lo que decimos al auricular del teléfono, el uso que hacemos de la tarjeta de crédito, las páginas web que más visitamos, las revistas a las que estamos suscritos, los canales de televisión que vemos... todo forma parte del DNI de nuestra personalidad. Y, gracias a las nuevas tecnologías, ese DNI está al alcance de casi cualquiera.

Por eso es tan importante que nos protejamos (si no lo hacen la Justicia y las leyes por nosotros).
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