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PANORÁMICAS

Sin City, la edad de oro del cine-cómic

En el Quijote se establece el programa de la caballería andante: “Desfacer agravios, socorrer viudas, amparar doncellas”. Pero lejos está hoy el tiempo de la Edad de Oro.  Incluso la de Hierro del propio Don Quijote. Al menos así lo entiende Frank Miller, autor de unas novelas gráficas en las que ha plasmado su visión del caballero andante actual, en la Edad de la Vileza: rudo y violento hasta el paroxismo, se distingue de los asesinos contra los que lucha por la honestidad de sus fines pero no por la legitimidad de sus acciones, que pueden resultar incluso más criminales. En (Ba)Sin City (Ciudad Pecado) sólo hay una ley: la del más salvaje. 

En el Quijote se establece el programa de la caballería andante: “Desfacer agravios, socorrer viudas, amparar doncellas”. Pero lejos está hoy el tiempo de la Edad de Oro.  Incluso la de Hierro del propio Don Quijote. Al menos así lo entiende Frank Miller, autor de unas novelas gráficas en las que ha plasmado su visión del caballero andante actual, en la Edad de la Vileza: rudo y violento hasta el paroxismo, se distingue de los asesinos contra los que lucha por la honestidad de sus fines pero no por la legitimidad de sus acciones, que pueden resultar incluso más criminales. En (Ba)Sin City (Ciudad Pecado) sólo hay una ley: la del más salvaje. 
Sin City.
Miller, dibujante y guionista de la historia original, es uno de los más respetados autores de cómics, junto a Alan Moore, Enki Bilal o Art Spiegelman. Ha tocado una gran variedad de registros, siempre desde la innovación y el riesgo: la ciencia ficción política en Give me liberty, la epopeya histórica en Los 300 (sobre la batalla de las Termópilas, que pronto se llevará a la gran pantalla); y, naturalmente, esta recreación del mundo de detectives y gángsters que constituye la serie Sin City, en cierta forma reactualización de los clásicos de Dashiell Hammett y Raymond Chandler, novelas en las que detectives duros alternaban con mujeres hermosas que se pintaban los labios con el color de la fatalidad mientras sus chulos, poderosos podridos de dinero, les arrojaban cafeteras hirviendo a la cara. 
 
Los blancos y negros expresionistas de Los muelles de Nueva York (Sternberg), Los sobornados (Fritz Lang) o La dama de Shangai (Orson Welles), que habían sido proscritos de las pantallas cinematográficas, han vuelto en las páginas de los tebeos, tanto por una cuestión estilística como de presupuesto.
 
La película que ha rodado Robert Rodríguez (al alimón con el propio Miller, y la ayuda inestimable de Quentin Tarantino) conserva lo esencial. La protagonista absoluta es la ciudad: una urbe oscura, densa, que apesta a sangre, sudor y semen. La trama es una condensación de tres historias diferentes dentro de la saga: Marv (Mickey Rourke) es un gladiador que busca vengarse de los asesinos de Goldie (Jamie King), la prostituta que le dio el único momento de felicidad de su vida. Mientras tanto, uno de los pocos policías honestos de Basin City, el detective Hartigan (Bruce Willis), trata de salvar a una cría de un psicópata pederasta, un vástago de la corrupta familia que controla la ciudad, desde el Obispado hasta el sillón del Gobernador: los Roark. Por último, el vividor Dwigt (Clive Owen) intenta que las prostitutas que controlan el Barrio Antiguo no caigan en las garras de la Mafia. 
 
Los claroscuros saturados con que Miller tinta las viñetas se corresponden con el alma torturada de unos personajes que no conocen la paz. Aquí no hay buenos y malos, sino tipos condenados a distintos círculos del Infierno. No hay escapatoria: hagas lo que hagas estarás haciendo lo equivocado. De lo que se trata, en suma, es de tener las botas puestas cuando te alcance la muerte.
 
La adaptación de Rodríguez es una transposición casi automática de las viñetas de ese arte que comenzó denominándose "tebeo" cuando era cosa de críos. Luego se impuso el anglicismo "cómic" para un mercado básicamente adolescente. Pretenden ahora darle un halo de respetabilidad y "artisticidad" con el término "novelas gráficas", y de la mano del cine buscan hacerse un hueco entre los adultos. Las adaptaciones cinematográficas exitosas de cómics se están sucediendo en los últimos años, de la mano de directores de prestigio: la saga Batman (Tim Burton, Cristopher Nolan), The Hulk (Ang Lee), Spiderman (Sam Raimi)... y próximamente veremos lo que será seguramente la prueba de fuego de esta nueva relación que el cine ha establecido con otro arte: Una historia violenta, de David Cronenberg (que desatará la polémica porque ha sido acusada en los círculos "progresistas" de ser una defensa de la posesión de armas de fuego).
 
Jessica Alba.Lo que temía Miller es que la industria cinematográfica quisiera rebajar algún grado la violencia y el erotismo de sus viñetas. Como suele ser habitual, mientras que la violencia permanece explícita, la carne de prostitutas y strippers se ha tapado considerablemente. Los pechos de las chicas del bar de Kadie han sido castamente cubiertos, aunque el poderío sexual que saben imprimir Rosario Dawson y compañía a sus personajes hace que casi olvidemos lo pacato de la censura.
 
Las Dulcineas de la barra y la esquina tienen el aspecto que imaginamos debiera tener la moza que obnubiló al de la Triste Figura. Camareras de alterne, bailarinas de lazo y prostitutas de piel de cuero son bellezas poderosas para hombres dispuestos a morir y matar por ellas.
 
Como decíamos, Rodríguez ha querido ser fiel al espíritu y a la letra. No ha renunciado a los tres recursos formales fundamentales del cómic: la fotografía en blanco y negro puntuada por algunos toques de color (carmín en los labios, el amarillo terroso del infame hijo del senador, los ojos azules de la prostituta); en segundo lugar, la voz en off  y el monólogo que encauzan el flujo verbal de unos personajes recluidos en su mente;  por último, la extrema angulación con que está relatada la historia, en una puesta en escena barroca y esteticista.
 
En su universo de pasiones primitivas, el amor, el ansia de poder, el sexo, el honor, la dignidad, el orgullo resplandecen con una intensidad a ratos angelical, casi siempre luciferina. Violaciones de pederastas, canibalismo como forma de comunión con Dios, monstruos deformes, justicieros asesinos, policías corruptos, sexo dionisiaco... Robert Rodríguez ha aminorado –lo justo para poder pasar el control de la calificación por edades– los rasgos más fieros del universo romántico, pesimista e intensamente moralista con el que Frank Miller ha resucitado a los caballeros andantes en un mundo postmoderno y descreído que no sólo no cree en ellos, sino que los persigue como apestados. 
 
Prestos a "aventuras de encrucijadas en las cuales no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza, o una oreja menos", los súper perdedores de Frank Miller están completamente locos al querer mantener un atisbo de integridad sin esperar recibir a cambio ninguna recompensa. Pero precisamente por ello no tienen miedo, y están dispuestos a pagar con su propia vida el precio de tanta autenticidad.
 
En el debe de la película se encuentra cierto papanatismo digital por parte de Rodríguez, que hace que se olvide de los actores, esos moldes de la realidad que son los que dotan de consistencia a las imágenes fílmicas, para centrarse en el asunto de los efectos especiales. Parece que querría desembarazarse de los intérpretes de carne y hueso para sustituirlos por marionetas digitales. De ahí que, en comparación con los originales, los personajes de Rodríguez resulten en ocasiones excesivamente esteticistas (gabardinas al viento, barbitas de tres días), con el toque pijo que evidencia la distancia entra la rudeza de Peckinpah (Grupo salvaje, Quiero la cabeza de Alfredo García) y el prêt-à-porter de la violencia en Rodríguez (salvo en el caso de Mickey Rourke, al que no hay forma de domar).
 
En definitiva, un western-noir con gotas de Sergio Leone, del Scott de Blade Runner y del Coppola de Rumble Fish, deliberadamente provocador, adolescente, esquemático, erótico. Fascinante en sus mejores momentos, a punto de despeñarse por el barranco de la vaciedad retórica a veces, Sin City constituye un cine visualmente seductor y formalmente impactante que asienta los puentes entre el cine y el cómic, en una propuesta que irritará y entusiasmará a partes iguales. 
 
 
SIN CITY (EEUU; 124 Minutos). Dirección: Robert Rodríguez, Frank Miller. Guión: Frank Miller. Intérpretes: Mickey Rourke, Bruce Willis, Clive Owen, Jaime King, Rosario Dawson, Rutger Hauer. Calificación: Atractiva (7/10).
 
FE DE ERRORES: Un lector me recuerda que el director de Spiderman no es John Carpenter, sino Sam Raimi. Pido disculpas por el lapsus, que ya he corregido en el texto.
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