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CRÓNICA NEGRA

Si Gallardón fuera Giuliani...

Alberto Ruiz Gallardón no es Giuliani, y ahora en la capital necesitamos más que nunca alguien como el ex alcalde republicano de Nueva York, alguien que sea héroe y alcalde de España, un ejemplo en políticas de seguridad, un flautista de Hamelin que limpie de ratas la ciudad.

Alberto Ruiz Gallardón no es Giuliani, y ahora en la capital necesitamos más que nunca alguien como el ex alcalde republicano de Nueva York, alguien que sea héroe y alcalde de España, un ejemplo en políticas de seguridad, un flautista de Hamelin que limpie de ratas la ciudad.
Alberto Ruiz Gallardón.
Giuliani cargó a fondo contra el crimen, y durante su mandato los delitos se redujeron un 65% (los asesinatos, un 70%). Por desgracia, Gallardón, ya lo hemos dicho, no es Giuliani. Tampoco pretende serlo.
 
La política del "alcalde triste", que dice Jaime Bayly, no pivota sobre la calidad de vida de los madrileños. Además, el señor Gallardón no está entrenado en la lucha contra el crimen organizado. La comparación con Giuliani, ese héroe con cáncer de próstata que se arremangó la camisa el 11-S y luego se mostró dispuesto a llegar hasta el fin en la causa contra los terroristas, le deja fatal. ¡Ojalá Rudy hubiera estado aquí el 11-M !
 
A Gallardón, su especial forma de afrontar la administración de la ciudad le tiene prendido de los Juegos Olímpicos de 2016, a los que aspira Madrid y aspira Chicago, la ciudad del triunfador Barack Obama. Es posible que los grandes esfuerzos gallardonitas por conseguir lo que nadie: el despacho más grande (en Cibeles, y al cual la gente llama "Ambiciones"), los túneles más largos (en la Calle 30, y que se anegan de agua), los mejores Juegos de la historia..., le impida ver que el crimen crece día a día, con más atracos, más robos y más homicidios. Y, mientras tanto, la ciudad no deja de degradarse: hay más gente rebuscando en las basuras, más gente sin hogar que duerme al aire libre, más bandas de delincuentes...
 
La diferencia entre Giuliani y Gallardón es abismal: mientras aquél metía miedo a los delincuentes y reducía la actividad criminal combatiendo también los pequeños delitos, al madrileño no dejan de crecerle los enanos. La Policía Municipal pidió numerosas veces el cierre de la discoteca con más infracciones. Finalmente, ha habido un muerto en sus instalaciones, propiedad del Ayuntamiento; un clarinazo de atención en medio del disparatado sueño olímpico, en el que a lo peor Gallardón trabaja para Obama.
 
Está bien que alguien sueñe con que Madrid sea olímpica, entre otras razones, porque ya le toca; pero no hasta el punto de olvidar que un alcalde es elegido para que resuelva los asuntos cotidianos y se muestre cercano a sus conciudadanos. Para que impida, por ejemplo, que los matones ejerzan como porteros de discoteca.
 
Gallardón era un político con creciente atractivo hasta que dejó de cautivar a los periodistas y empezó a llevarlos a juicio. Ha conseguido una condena a la crítica de un cargo electo. Eso le asegura un lugar en la historia, aunque es posible que no sea el que buscaba. Tal vez por esa obsesión suya por el citius, altius, fortius, más rápido, más alto, más fuerte. Los periodistas se tientan la ropa porque muchos de ellos, mileuristas, pueden ser aplastados por las insult laws, que trabajan a toda máquina, dejando así cada vez menos espacio a la libertad de expresión.
 
Tenemos un alcalde firme cuando de lo que se trata es de que no se hable mal de él, tan fiscal como Giuliani pero más volcado en sí mismo que en la lucha por la calidad de vida de los madrileños. Su mayor logro, el que lleva camino de hacerle un lugar en la posteridad, se ha producido en los tribunales, y no para defender a los ciudadanos.
 
Un joven de 18 años que creía que la capital era de alguien como Giuliani, un chico de buena familia, que iba a un buen colegio y tenía amigos educados, quizá todos emparentados con personajes ilustres, disfrutaba de una discoteca de moda en el Parque del Oeste, una de las zonas más hermosas de Madrid antes de que fuera víctima de la progresiva degradación que traen consigo los pequeños delitos, los grafitis, los trapicheadores. Posiblemente ignoraba que el local había sido denunciado por la policía en numerosas ocasiones, y que al parecer incumplía normas más graves, como la prohibición absoluta de la entrada de menores y, por consiguiente, el suministro de alcohol a los mismos. Sabía que unos personajes brutales y violentos, que se hacían pasar por porteros, aparecían de vez en cuando, posando de servidores de la seguridad, pero seguro que ignoraba que eran capaces de armarla con el menor pretexto y dar muerte a un chico tan desprevenido como él.
 
Los golpes que, según la autopsia, recibió fueron de los llamados sabios, que no dejan huella pero son letales. Tenía rota la membrana del pericardio, y el pecho aplastado. El alcalde Gallardón no salió en seguida a escena, quizá absorto en sus pesadillas de cinco aros. Dejó que el concejal de Seguridad tratara de convencer al personal de que no tiene nada que ver el homicidio con el reiterado incumplimiento de las normas por parte del local; si se fijan, se trata de la teoría contraria a Giuliani, que defendió victorioso lo opuesto.
 
Al final, Gallardón salió a recibir a los compañeros del estudiante muerto, justamente quejosos y dispuestos a pedirle responsabilidades. Se le veía azorado, de súbita vuelta a la realidad de una ciudad a la que perdió de vista cuando se adentró en rutas imperiales.
 
Como en tantas ocasiones, se brindaron promesas para salir del quite: los municipales, que hasta ahora brillaban por su ausencia, estarán en los locales de moda. Y como se le calentó la boca, incluso prometió lo que no puede cumplir: que habrá policías incluso en el interior de las discotecas. Ni tiene efectivos ni el preceptivo permiso de la autoridad gubernativa para ello. A esto le siguió una borrachera de cierre de lugares de copas que estaban denunciados pero que han sufrido el efecto dominó sin comerlo ni beberlo. Gallardón está descolocado, haciendo guiños al Comité Olímpico Internacional mientras las ratas del delito devoran la ciudad.
 
 
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.

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