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UN DÍA EN LOS MADRILES

Shostakóvich (Stalin) y DiverXo (Sostres)

Del mismo modo que Carmelo Jordá se va a las provincias, patrias y extranjeras, a hacer sus reportajes de viajes, los de provincias nos vamos a Madrid como si fuese un coqueto pueblecito de los Alpes a pasearnos entre sus indígenas, asombrarnos con sus ancestrales costumbres y hacer fotos de sus peculiares atuendos.


	Del mismo modo que Carmelo Jordá se va a las provincias, patrias y extranjeras, a hacer sus reportajes de viajes, los de provincias nos vamos a Madrid como si fuese un coqueto pueblecito de los Alpes a pasearnos entre sus indígenas, asombrarnos con sus ancestrales costumbres y hacer fotos de sus peculiares atuendos.

Aunque más que la propia capital mi objetivo era Mensk, un pueblecito perdido de Rusia donde Katarina Ismailova –una mujer de armas tomar, pasiones encendidas y vozarrón de soprano imperial– desatará una tormenta de sangre, sudor y semen. A partir de un relato Nikolái Leskov, Shostakóvich escribió una ópera, Lady Macbeth del distrito de Mtsensk, que tiene el distintivo honor de haber merecido una crítica negativa del mismísimo Stalin en Pravda (al menos eso dice la leyenda). La presunta crítica de Stalin es excelsa porque clava las características más relevantes de la obra de Shostakóvich:

Desde el primer instante, el oyente queda impactado por la disonancia deliberada, por la confusa corriente de sonidos. Fragmentos melódicos, comienzos de frases musicales, se ahogan, emergen de nuevo, y desaparecen en rechinantes y chirriantes rugidos (...) El canto en escena es sustituido por alaridos. Si el compositor acierta la senda de una melodía clara y simple, enseguida se lanza de nuevo a la jungla del caos musical –en algunos lugares conviertiéndose en pura cacofonía–. La expresividad que el público está esperando es suplantada por ritmos salvajes. La Pasión se expresa a través del puro ruido.

¡Exacto, Iósif Vissariónovich Dzhugashvili! Estamos en los antípodas de, digamos, Madame Butterfly. Allá donde la pazguata protagonista de Puccini se consumía líricamente en la llama de un amor despechado, Katarina incendia el escenario con la fuerza desatada de su corazón sin medida, que comienza con un adulterio y termina cubriendo de sangre el manto nevado de Siberia. Que al sanguinario Stalin le gustase la meliflua Butterfly y detestase el ruido y la furia faulkneriana de Shostakóvich dice mucho acerca de sus conservadores gustos estéticos y su nula capacidad para asumir las críticas, pero muy poco sobre la soberbia música del compositor ruso y la extraordinaria complejidad de una composición ético-política sobre la pasión humana. Una complejidad rechazada por Stalin pero que también es reducida a su mínima expresión por la estalinista corrección política que ha presentado a esa fuerza de la naturaleza que es Katarina Ismailova como una víctima del patriarcado, el falocentrismo y todas las demás etiquetas con que el rancio feminismo habitual convierte en machismo todo lo que toca, de los cuentos de Grimm a la ópera contemporánea. Según esta interpretación Shostakóvich se habría equívocado al titular la ópera Lady Macbeth porque la pobrecilla Katarina, ahora heroína del realismo socialista postmoderno, nada tendría que ver con la ávida de poder protagonista de Shakespeare. Que, a ellos y a Stalin, Dios les ampare la sagacidad hermenéutica.

En el foso de la orquesta, Hartmut Haenchen dirige un reparto encabezado por la soprano Eva María Westbroek, el bajo-barítono Vladimir Vaneev y el tenor Ludovit Ludha, junto a la Orquesta Sinfónica de Madrid y el Coro Intermezzo. Una producción con dirección escénica de Martin Kusej que se presentó en Ámsterdam en 2006. Brillantísima. Y carísima, sospecho. No creo que tras los recortes para la próxima temporada se vuelva a poner en escena una combinación tan rompedora y sofisticada como ésta. Por otra parte, la soprano Eva María Westbroek se deja el alma y la garganta en una interpretación que haría palidecer de envidia a Lady Gaga, elevándose con elegancia y potencia junto a la orquesta de más de cien intérpretes, lo que no pueden decir sus acompañantes masculinos, que en ocasiones son vencidos por la música que se eleva del foso.

Me dicen que a Mortier, el responsable máximo del estilo de programación del Teatro Real, le encantan los espectáculos modernos y atrevidos. Por lo que esta puesta en escena será muy de su gusto. Abundancia de tetas e incluso una violación hipernaturalista sobre el escenario, por lo que Stalin hubiese enviado a todo el elenco a Siberia a picar hielo en camiseta. A pesar de su sordidez intrínseca, es resuelta con una sorprendente y admirable mezcla de elegancia y procacidad, ternura y dureza. La pornografía, en este caso pornofonía, como la dictaminó un crítico, también puede ser arte (como va a intentar Lars von Trier en su próxima película).

En suma, Lady Macbeth en el distrito de Mtsensk es una de las cumbres de la operística del siglo XX. Fue tal el desafío que supuso, que al tiempo que consagró al compositor como una gloria cosmopolita lo condenó, dentro de los parámetros del realismo socialista de corte estalinista, al terror de por vida. Aunque, después de todo, Stalin tenía su parte de razón: vi a pocos proletarios y sí a mucha burguesía en las mullidas alfombras del Teatro Real.

Por cierto, a Stalin le gustarían más las gallinejas, entresijos y criadillas de la calle Embajadores, la cocina más castiza de Madrid, que la denominada cocina de autor o creativa. Yo, por mi parte, tenía reserva, que es complicada de conseguir, al ser un local de moda y más bien pequeño, en DiverXo, en la calle Pensamiento.

Si la opéra de Shostakóvich fue fulminada por el dictador comunista, el restaurante DiverXo ha sufrido las iras del pequeño Stalin de la crítica gastronómica Salvador Sostres, que mandó a su cocinero creativo, David Muñoz, a asar pollos. Un poco después de que a Sostres se le atragantase el menú, la guía Michelín anunciaba en su rácana distribución de estrellas a restaurantes españoles que al madrileño le adjudicaban nada menos que dos, equiparándolo, por ejemplo, al consagrado Mugaritz. Un zas en toda la boca de Sostres que convertía aspectos menores criticables de DiverXo en toda una enmienda a la totalidad de lo que realmente importa, y por lo que Michelín lo acaba de ascender:

Los factores a tener en cuenta para otorgar los galardones serán: selección de los productos, creatividad, dominio del punto de cocción y de los sabores, relación calidad-precio y regularidad. Una estrella significa muy buena cocina en su categoría; dos, cocina excelente que justifica desviarse del camino, y tres indican cocina excepcional, que merece el viaje.

Si la ópera de Shostakóvich hubiese merecido de sobra el viaje, DiverXo justifica desviarse del camino y acercarse a probar algunos de los platos que lo han hecho famoso: su versión del mejillón tigre, un empanadilla de capón y carabinero con sopa emulsionada de capón, un delicioso sandwich de rabo de toro, la ventresca tibia a las brasas de sarmiento, un alucinante mollete chino con cecina de acompañamiento, una hamburguesa a base de cerdo envuelto en hoja de lechuga acompañado de un vaso de salsa agridulce para mojar (lechuga + carne). Todos ellos en su punto de técnica artesanal y audacia conceptual: ahí está, por ejemplo, la mezcla de bacalao negro con jabalí. Es cierto que, cuando te explican esta última mezcla de carne y pescado te dan ganas de llamar a David Muñoz el Pollero y abofetearlo; sin embargo, cuando finalmente lo comes (con peores cosas a priori me he atrevido) quieres también llamar al cocinero, pero para abrazarlo y felicitarlo. Eso sí, nada de pan sustituido desde el principio por vainas de soja que se mojan en una salsa peruana.

Todo esto de memoria (los postres también exquisitos, pero ni idea de qué eran), porque no me facilitaron la lista de platos impresa, y aunque quedaron en enviarme al email la lista de platos y algunas fotografías de los mismos, el jefe de prensa se ve que está muy ocupado contratando unos matones para que hagan menudillos con el menudo Sostres (he visto algo parecido en un capítulo de Ley & Orden), o es que se toma las cosas con tranquilidad.

Si al contenido de los platos, que es lo fundamental, le sumamos la minimalista decoración, el trato exquisito del servicio de sala (ese mismo que a Sostres le parece de homosexuales que no han salido del armario; en mi caso, me fue imposible discernir las opciones sexuales de los camareros y el sumiller), unas perfectas recomendaciones de vinos, unas explicaciones de los platos hechas con conocimiento de causa, una presentación de los platos original y sorprendente y los ajustados precios de los tres menús, tenemos que DiverXo resulta una visita gastronómica imprescindible. En el caso, claro, de que aún no haya probado las gallinejas madrileñas.

 

Pinche aquí para acceder al blog de SANTIAGO NAVAJAS.

twitter.com/santiagonavajas

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