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DRAGONES Y MAZMORRAS

Se acabó lo que se daba

Yo había pensado, como colofón a la temporada que ahora acaba, hablarles del curso del Escorial dedicado a los premios Planeta, al que han asistido muchos premiados –no voy a decir que los más famosos, porque todos lo son–, así como diferentes críticos literarios y distinguidos miembros del exigente y nunca bien ponderado jurado.

Yo había pensado, como colofón a la temporada que ahora acaba, hablarles del curso del Escorial dedicado a los premios Planeta, al que han asistido muchos premiados –no voy a decir que los más famosos, porque todos lo son–, así como diferentes críticos literarios y distinguidos miembros del exigente y nunca bien ponderado jurado.
Saúl Yurkiévich.
Me preguntaba qué podría añadir a lo ya dicho en anteriores ocasiones sobre esos concursos, no ya amañados sino encargados, cuando de pronto me llegó, como una bofetada, la noticia de la muerte en accidente de coche de Saúl Yurkiévich, poeta y traductor argentino, a quien nunca conocí personalmente, aunque pudimos habernos encontrado hace años, muy cerca del mismo lugar de Francia en que ha fallecido hace unos días.
 
Me refiero al encuentro de traductores de Edmond Jabès que se celebró a finales de los 80 en Arles, en la Casa de Traductor, y al que yo tendría que haber asistido de no haber mediado José Ángel Valente, con quien estaba en desacuerdo por aquella época, precisamente por culpa de una traducción de Jabès, escritor que Valente consideraba de su exclusiva competencia y al que Yurkiévich también había traducido.
 
Yurkievich, es cierto, tenía suficiente entidad y obra propia como para ser considerado en sí mismo un poeta y un escritor, pero en las necrológicas que le han dedicado en los periódicos españoles ha prevalecido su perfil de argentino afincado en Francia en épocas doradas (los años 60), amigo de escritores famosos como Julio Cortázar –de quien fue albacea literario–, Borges y Neruda. Me entristece en particular que nadie mencione sus traducciones, entre las que figura El libro de las semejanzas de Edmond Jabès (Alfaguara), en una versión que tampoco satisfizo a Valente, y espero que no fuera eso lo que le hizo no proseguir con la labor.
 
Recuerdo también que, cuando se enteró de que yo me iba a encargar de traducir El libro de las preguntas para Siruela (lo que hice sólo parcialmente, por motivos en los que, una vez más, entró en juego el implacable Valente), lo que más le preocupaba no era si yo tenía conocimientos suficientes de francés, o de traducción poética, como sin duda suponía, sino de mística judía. Posteriormente no sólo me reconcilié con Valente antes de que muriera, sino que tuve ocasión de volver a traducir a Jabès, pero nunca le llegué a decir a Yurkiévich que, con independencia de que me hubiera gustado sobremanera poseer dichos conocimientos, se puede traducir a Jabès perfectamente sin ese valor añadido.
 
Otra cosa que me gustaría destacar de Yurkiévich es que es autor de un libro que nunca he conseguido tener entre mis manos y titulado Trampantojos (Alfaguara). Título que, según tengo noticia, sólo han utilizado en la historia de la literatura española, además de él, Ramón Gómez de la Serna, primero, y el Marqués de Tamarón, después. Son cosas pequeñas tal vez, detalles insignificantes, pero me parece que dicen muchas más cosas de un escritor que la larga nómina de sus amigos famosos.
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