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PANORÁMICAS

Salvador. Contra Franco vivíamos mejor

Se ha convertido en un lugar común identificar la agitación contra el franquismo con la lucha por los derechos humanos, la libertad y la justicia. Qué más quisiera Rosa Regás, una de las que a raíz del estreno de Salvador se ha pronunciado en dicha dirección.

Se ha convertido en un lugar común identificar la agitación contra el franquismo con la lucha por los derechos humanos, la libertad y la justicia. Qué más quisiera Rosa Regás, una de las que a raíz del estreno de Salvador se ha pronunciado en dicha dirección.
Con dicha equiparación se pretende ocultar la complicidad de varios grupos de la "izquierda extrema" con la violencia como instrumento político esencial y la opresión en nombre de la lucha de clases. Regás, paradigma de la izquierda nostálgica de los tiempos en que se leía con entusiasmo y aplicación El Estado y la revolución de Lenin (simétrico al Mein Kampf de Hitler, en el que el exterminio de raza es sustituido por el exterminio de clase), y compañía tratan de crear una mitología de resistencia contra el franquismo por ver de ocultar su enraizamiento en una cultura de izquierda que aplaudía el terrorismo en España en tiempos de Franco y hoy, instalados definitivamente en el poder que decían detestar, se resigna a evocar en sus reencarnaciones exóticas sudamericanas.
 
Salvador es la película biográfica que Manuel Huerga, un director de cine acostumbrado a gestionar fastos culturales como el fallido Forum o las Olimpiadas, ha dedicado al terrorista Salvador Puig Antich, integrante de uno de tantos grupúsculos marxistas y anarquistas que en los estertores de la dictadura franquista proliferaban animados por los aires de mayo del 68. Inflamados de ardor guerrero y retórica revolucionaria, eran "objetivamente" –una de tantas expresiones favoritas en la época– un impedimento para la llegada de la democracia liberal, a la que detestaban y equiparaban groseramente con el infame sistema franquista. Era una época en la que Felipe González todavía citaba con soltura a Marx y Miguel Boyer aún no había descubierto a Karl Popper.
 
Puig Antich se hizo tristemente famoso por ser uno de los últimos condenados a muerte, en lo que fue un coletazo de violencia en la agonía del régimen fascista. En una operación policial para detener a los miembros del MIL (Movimiento Ibérico de Liberación), que se dedicaban al robo de bancos –que ellos llamaban "expropiación", en una salida humorística típicamente marxista (de Groucho por una vez)–, el policía Francisco Anguas terminó con cinco tiros en el cuerpo. Puig Antich, detenido en la refriega, recibió dos disparos y, en el juicio a que se le sometió, fue condenado a muerte. Estando el asesinato de Carrero Blanco por ETA muy cercano, el régimen ansiaba sangre que llevarse a las manos, y el terrorista catalán se llevó la peor parte.
 
El film de Huerga cuenta de manera sentimental, superficial y melodramática desde el momento del tiroteo hasta la ejecución, ilustrándonos sobre su vida diaria, sus novias y sus cafés revolucionarios. Se ofrece una imagen de un joven ingenuo e iluso, un "progre con el tarro comido", como le dice una novia, por los amigachos y las lecturas pseudofilosóficas.
 
Rosa Regás.Contra Franco quizás no vivieran mejor: Regás y compañía han conseguido compartir coche oficial con Martín Villa, pero seguro que sus recuerdos van a quedar suficientemente maquillados para elaborar una conveniente "memoria histórica" sobre lo buenos, comprometidos y luchadores que eran. El modelo, evidentemente, es el de la serie norteamericana Aquellos maravillosos años, donde la voz en off de un adulto nos contaba su infancia y adolescencia en una entrañable familia. Modelo que ha sido trasplantado a España con notable éxito popular en la también televisiva Cuéntame. Huerga, que se define como un "vulgar artesano", repite con oficio pero sin imaginación el esquema cálido y simplista de sus homólogos televisivos para recrear a un buen chico capaz de representar las actuales reivindicaciones por una globalización alternativa y el mantra de otro mundo es posible.
 
La elección del actor hispano-alemán Daniel Brühl, con su cara de no haber roto un plato en su vida, es totalmente acertada, una versión descafeinada y sin aristas de un Che Guevara catalanista combinada con un Jim Morrison folclórico sobre el fondo de una banda sonora facilona en la que Huerga consigue banalizar incluso un tema como el Suzanne de Leonard Cohen, reducido a pastiche videoclipero (toda la película es un festival de topicazos musicales. Por supuesto, no falta Bob Dylan, aunque no venga a cuento).
 
Compiten en el error, que a veces es horror, la redundante, explicativa, cansina, monótona y casi siempre inútil voz en off con la reivindicación izquierdista de sus "queridos verdugos". El paseo en motocicleta –cabalga y corta el viento– con el fondo sonoro de Pinochet dando el golpe de estado es una de las secuencias divertidas, en su ridiculez, del cine contemporáneo.
 
La primera parte de la película consiste en los hechos de terrorismo urbano perpetrados por el MIL. La segunda, en la estancia de Antich en prisión, las angustias del proceso y el encuentro de aquél con un policía en la cárcel, encuentro que pretende equilibrar el burdo retrato que hasta el momento ofrece la cinta de los policías, tipos que, al parecer, de cada dos palabras que pronunciaban tres eran blasfemias. Finalmente, con acordes de música angelical, se nos presenta el terrible ajusticiamiento del reo en el garrote.
 
Daniel Brühl.La película, en definitiva, es muy conveniente para los que gusten de los cuentos políticamente correctos, en los que el lobo, por ejemplo, termina ayudando a Caperucita y a su abuelita Regás a realizar las tareas del hogar, siguiendo una adecuada implementación de rol en los valores de género. Los que prefieran la realidad a la leyenda edulcorada harían bien en repasar las voces que se han levantado para refutar o matizar los hechos reales en que supuestamente se basa la película.
 
Los primeros damnificados, y bastante cabreados, han sido los compañeros de andanzas revolucionarias de nuestro juvenil quijote. Los anarquistas del MIL han creado diversas webs desde las que critican lo que a su juicio no son sino burdas manipulaciones del lobby socialdemócrata, revisionistas por esencia. Así, aquí se recogen diversas críticas sobre cómo se han utilizado la figura y la muerte de Puig para crear un espectáculo de progres y para progres destinado a crear un ídolo asimilable por un tipo de público culturalizado a través de los reportajes ilustrados de los dominicales de los periódicos.
 
Muy interesante y revelador ha sido el artículo del crítico teatral de El País Marcos Ordóñez, porque en su adolescencia llegó a conocer a Puig y al policía asesinado Anguas. Su retrato de ambos en apenas unos párrafos contiene más verdad, aunque no toda, que los interminables 136 minutos de la película. Del relato de Ordóñez se desprende la imagen de un Puig con madera de líder, un tanto mesiánico, un rebelde encantado de serlo. Por el contrario, Anguas aparece como un tipo alejado de los estereotipos del policía brutote y cateto en que incurre cansinamente Huerga: conocedor del cine de Godard y Truffaut, era capaz de apreciar y recomendar con entusiasmo una película que hoy nos puede parecer una joya pero que en su momento era más difícil de apreciar: nada menos que Viento en las velas, de Alexander Mackendrick.
 
La realidad es más compleja, siempre se nos escapa por las rendijas de nuestras teorías y perspectivas e irrumpe de mil maneras. En esta ocasión, como carta al director, también en El País: uno de los torturados por el policía Anguas revela cómo éste le atizaba con una toalla húmeda en los calabozos de la Brigada Político-Social. Se esperan confirmaciones o refutaciones.
 
El mérito de la película de Huerga estriba en haber sacado a la luz, a pesar de su tratamiento estereotipado y ramplón, un momento de la época de España en que la libertad estaba en peligro. Tanto por los Anguas que se encargaban de que nada cambiase como por los Puig Antich que anhelaban que todo cambiase... para nada. De alguna manera conseguimos sobrevivir a los años 70, a los fascistas, a los comunistas y a los anarquistas.
 
En la citada película de Mackendrick, unos fieros y malvados piratas capitaneados por Anthony Quinn recogían tras uno de sus abordajes a unos cándidos e inocentes niños. Los piratas eran mayoritariamente partidarios de tirarlos a los tiburones, pero al duro capitán en mala hora se le ablandó el corazón. Esos niños acabarían siendo su perdición. Háganle caso al policía Anguas y vean, o vuelvan a ver, la maravillosa película de aventuras que es Viento en las velas.
 
 
SALVADOR (España-Reino Unido, 2006; 134 minutos). Dirección: Manuel Huerga. Guión: Lluís Arcarazo. Intérpretes: Daniel Brühl, Tristán Ulloa, Leonardo Sbaraglia, Leonor Watling, Ingrid Rubio. Calificación: Interminable (4/10).
 
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