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CÓMO ESTÁ EL PATIO

Rufete y el Tribunal Constitucional

El líder en la clasificación general de la gafancia y por su capacidad para provocar desastres es el ya famoso Rufete, ciudadano lorquino con una biografía no por desconocida menos abigarrada, lo que explica que, a pesar de que sus hazañas se mantienen ocultas por un discreto velo, su fama de calamidad pública haya traspasado nuestras fronteras.

El líder en la clasificación general de la gafancia y por su capacidad  para provocar desastres es el ya famoso Rufete, ciudadano lorquino con  una biografía no por desconocida menos abigarrada, lo que explica que, a  pesar de que sus hazañas se mantienen ocultas por un discreto velo, su  fama de calamidad pública haya traspasado nuestras fronteras.

De hecho, nos consta que en Dallas hay una gran curiosidad por conocer las proezas de este ilustre lorquino, de tal forma que si fuéramos como Anson (antes Ansón) bien podríamos afirmar que en esa zona de Texas "no se habla de otra cosa".

No se sabe a ciencia cierta qué pudo hacer el bueno de Rufete para adquirir ese prestigio de alcornoque, desmañado y torpón, que le ha llevado a sustituir a Cagancho en el famoso dicho popular. Hay, eso sí, varias líneas de investigación abiertas para desentrañar el misterio. Unos piensan que se trata de un oscuro oficial del ejército del Frente Popular que hizo algunas canalladas en la retaguardia durante la Guerra civil, mientras que otros investigadores opinan que se trata de un aspirante a torero, que en su debut hizo que el albero se llenara de todo tipo de objetos, a cual más contundente, y no precisamente en señal de agradecimiento del público por su faena.

Sea como fuere, Rufete ha acabado convirtiéndose en el epítome del desastre absoluto, pero eso era hasta que el Tribunal Constitucional decidió disputarle el primer puesto con su gestión del recurso contra el nuevo estatuto de Cataluña.

"Has quedado como María Emilia con el Estatut" bien podría ser una expresión común en un plazo relativamente breve, que enviaría al sumidero de la historia popular a Cagancho y Rufete a pesar de sus muchos méritos. La fama es efímera y el público demasiado voluble. Pero es que además el TC, con su presidenta a la cabeza, está recibiendo una gran ayuda exterior para convertir el dictamen sobre el nuevo estatuto catalán en un ejemplo de espectáculo lamentable que la gente va a recordar durante muchos años. La situación es claramente injusta porque Rufete, como Cagancho en su día, ha tenido que forjar su leyenda durante toda una vida de esfuerzo en solitario, haciendo el ridículo sin descanso hasta que llegó el día que le consagró como un icono popular, mientras que, en el caso de los magistrados del TC, prácticamente todos los políticos están poniendo su granito de arena para que la charlotada final sea inolvidable. Eso es jugar con el árbitro a favor, pero también así las victorias suben al marcador y se ganan trofeos, qué se le va a hacer.

Hemos llegado al punto en que los políticos nacionalistas exigen públicamente que el máximo órgano de nuestro ordenamiento jurídico deje de examinar la constitucionalidad de leyes o acuerdos aprobados "por el pueblo", curiosa manera de revocar toda una tradición de derecho comparado, pues, hasta hoy, los tribunales equivalentes a nuestro TC en cualquier país civilizado no hacen otra cosa que precisamente eso, revisar las normas legislativas sometidas a disputa, para adecuarlas a los principios generales consagrados en sus respectivas cartas magnas.

Es una verdadera lástima que desconozcamos si el gran Rufete tiene conocimientos jurídicos o algún título que le habilite en ese campo, porque hemos llegado a un nivel de degradación tan grotesco que el tribunal presidido por María Emilia bien merecería la incorporación de un personaje como él, aunque fuera por el sexto, séptimo o nonagésimo-cuarto turno. Si algún día tienen la ocasión de conocerlo en persona, por favor, pregúntenle.

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