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VIAJE A LA TIERRA DE LA QUE HUYÓ MI ABUELO

Regreso a Polonia

Mi abuelo, Israel M. Kleinman, salió de Polonia con 19 años de edad. Era un muchacho pobre pero trabajador y con muchas ansias de prosperar; desde pequeño soñaba con escapar de la pobreza y del antisemitismo de su tierra natal.


	Mi abuelo, Israel M. Kleinman, salió de Polonia con 19 años de edad. Era un muchacho pobre pero trabajador y con muchas ansias de prosperar; desde pequeño soñaba con escapar de la pobreza y del antisemitismo de su tierra natal.

Como no compartía la fe socialista de aquellos de sus parientes que habían emigrado a la tierra de Israel, optó por dirigirse –por su cuenta– a la lejana y entonces prometedora América del Sur; finalmente se estableció en La Paz, la principal ciudad de la exótica Bolivia.

La mayor parte de sus parientes más cercanos quedó en Polonia; entre ellos, sus padres y sus hermanos: años más tarde se los llevarían los nazis, y mi abuelo nunca más los volvió a ver.

Hasta hace unos pocos días, ni él ni ninguno de sus descendientes había vuelto a pisar territorio polaco. Poco contó a sus hijos acerca de aquel pasado que, evidentemente, prefería olvidar. Tampoco mostró jamás interés alguno por visitar una Polonia en la que ya no tenía familiares y que, aun peor, se había convertido a ese comunismo que él tanto odiaba.

***

El viernes pasado, casi 87 años después de la emigración de mi abuelo, aterricé en el pequeño aeropuerto de Cracovia, dispuesto a redescubrir un poco del pasado familiar y a saciar mi curiosidad acerca del país en que mi familia pasó varias generaciones.

Polonia es, hoy, un relativamente moderno país de la Unión Europea con unos cuarenta millones de habitantes, aunque no tiene una sola ciudad que supere los dos millones de vecinos. Los polacos nunca fueron gente de grandes ciudades, y ésta es seguramente una causa importante de su talante decididamente pueblerino. Por otro lado, conviene tener en cuenta que los nazis devastaron las zonas urbanas del país.

En las primeras décadas del siglo veinte, los judíos representaban entre un tercio y la mitad de la población de las principales ciudades polacas. Según un informe del historiador Iwo Cyprian Pogonowski, llegaron a ser judíos el 56% de los médicos, el 43% de los maestros, el 33% de los abogados y el 22% de los periodistas de todo el país.

El 90% de la población judía fue asesinada en los campos de exterminio nazis. Los que sobrevivieron, en su mayoría terminaron emigrando en sucesivas oleadas: la primera se produjo luego de una serie pogromos desatados nada más terminar la II Guerra Mundial; pogromos perpetrados por los polacos que, durante su ausencia, se habían apropiado de los hogares y las propiedades judíos.

Hoy en día, el número de judíos en el país es bastante menor al 1% del total de hace setenta años. Siguen allí, sin embargo, algunos monumentos y edificios relacionados con los diez siglos de permanencia judía en Polonia, como restos arqueológicos de una civilización extinguida.

Al día siguiente de mi arribo, en Cracovia se inició la vigésima edición del Festival Judío. Muchos de los artistas vienen de los Estados Unidos, Canadá e Israel. El certamen se celebra en el barrio de Kazimierz: antiguo gueto judío, recientemente lo han convertido en una especie de Disneylandia judía, con sus edificios históricos y sus muchas tiendas y garitos de moda, algunos de ellos con nombres hebreos. Los jóvenes polacos fashionables se ven encantados con el asunto, pero los únicos judíos que vi por la calle eran turistas.

El judaísmo sin judíos es hoy en día una atracción turística en Cracovia, como lo es en varias otras ciudades de Europa, y promete serlo aún más. Al fin y al cabo, la cultura hebrea representa una parte importante de la vieja cultura urbana del aún más Viejo Continente. La ausencia de judíos no parece ser impedimento alguno para la presencia de grafitis antisemitas en algunas paredes de la ciudad; grafitis que, a diferencia de los edificios, no son antiguos. Pero, claro, ¡no vaya a ser que los hijos y los nietos de los emigrantes y de los sobrevivientes de los pogromos y el Holocausto decidan hacer caso a la periodista Helen Thomas, y a tantos otros representantes de lo más selecto de la progresía internacional, y decidan regresar a Polonia!

 

PABLO KLEINMAN, director de Diario de América.

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