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CRÓNICA NEGRA

Psicopatología de los billetes tintados

Hay que preguntarse por qué, en pleno siglo XXI, un timo tan antiguo como el de el Químico sigue teniendo un éxito arrollador. Con el alcance antes impensable de los medios de comunicación, la única explicación posible es que la gente está tan acostumbrada a ser engañada por el poder, que no hace otra cosa que reaccionar frente a la mentira mordiendo el cebo.

Hay que preguntarse por qué, en pleno siglo XXI, un timo tan antiguo como el de el Químico sigue teniendo un éxito arrollador. Con el alcance antes impensable de los medios de comunicación, la única explicación posible es que la gente está tan acostumbrada a ser engañada por el poder, que no hace otra cosa que reaccionar frente a la mentira mordiendo el cebo.
Mi inolvidable amigo el comisario Viqueira cedió para mis archivos la foto de un delincuente en una especie de laboratorio con pipetas, tubos de ensayo interconectados y ambiente general de fábrica de sueños. Ataviado con bata blanca, aquel individuo decía ser capaz de convertir cualquier mineral en oro. Era el Químico, uno de los más encastados timadores del momento, mediados del siglo pasado, que encontraba clientes ávidos de hacerse con su invento.

En estos días de gloría que nos ha tocado vivir, el timo que priva es el de los billetes tintados. Unos indeseables, llegados de fuera, dicen traer un cargamento de dinero manchado de tinta porque sólo así se lo dejaban sacar de su país de origen. Acto seguido muestran al inversor uno de esos billetes tintados, que se pueden lavar con un producto que los propios vendedores se encargan de proporcionar junto al paquetón de dólares o euros que se adivina dentro de la valija; ojo, se adivina, no lo muestran al completo ni bajo la luz suficiente.

La parte débil de la explicación viene cuando le dicen al inversor que deben desprenderse de todo aquel capital muy rápido porque están siendo perseguidos. De ahí que ofrezcan una cuantiosa suma por un puñado de euros. La mentira, elaborada por tipos que hablan un español macarrónico y que a veces son negritos del África tropical, como en la canción del colacao, debería bastar para poner cara de incredulidad, como cuando habla el vicepresidente económico. No obstante, es tanta la avaricia, el ansia de triunfo en esta sociedad traidora, el deseo de ganancia fácil y rápida, espoleado por la corrupción de un concejal, el amor al lujo de algún presidente autonómico y el derroche de las monterías de los poderes fácticos, que el primo muerde el anzuelo, compra toda la mercancía y descubre con amargura que le han dado gato por liebre, como en el discurso político.

La policía suele capturar a estas bandas, que actúan sin daño corporal ni violencia, por lo que sus miembros suelen quedar pronto en libertad y volver a las andadas, y se les incauta medio litro de fijador o brillantina en frasco de vidrio, fajos de papeles cortados como billetes, llenos de betún, y quizá alguna máquina milagrosa, o guitarra (antes el artefacto tenía forma de tal), de la que los antiguos sacaban un billete nuevecito tras meter una simple cartulina por la otra punta.

El timador actúa a la vista del julay, que es el primo, el caballo blanco, el incauto, y le hace ver lo que quiere ver: cómo un trozo de papel se convierte en un billete nuevo y sin mácula. Ustedes pensarán que hay que ser tonto, pero recuerden que el taumaturgo actúa ante el ojo... siempre más rápido que el propio ojo. La psicopatología del billete tintado está en la capacidad onírica de la sociedad de la comunicación: nunca antes se pudo comunicar más rápido, ni con mayor contenido, y nunca antes se divulgaron más, y más descomunales, mentiras.

Creer en los billetes tintados es en parte fruto del exceso de información, que lo impregna todo, y de la escandalosa falta de expertos que valoren la utilidad de la misma. Los billetes tintados nos revelan una absoluta falta de opinión crítica del timado, incluso una psicopatología que le procura un pensamiento delirante para manejarse en una sociedad compleja que, pese a su aparente poderío, cada vez prepara peor a sus educandos.


FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.
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