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LA FIESTA

Prohibido grabar a José Tomás

Este artículo parte de una frustración. Estaba viendo por Canal Sur, la televisión pública de Andalucía, la pequeña obra maestra que trazó El Juli el pasado fin de semana en Pozoblanco, cinco faenas y cinco estocadas que fueron premiadas con nueve orejas y un rabo (desde aquí mis deseos de recuperación a José Luis Moreno, que fue cogido de gravedad por el primer toro de la tarde), y me preguntaba por qué nunca podemos disfrutar del placer estético y la emoción artística que transmite José Tomás.


	Este artículo parte de una frustración. Estaba viendo por Canal Sur, la televisión pública de Andalucía, la pequeña obra maestra que trazó El Juli el pasado fin de semana en Pozoblanco, cinco faenas y cinco estocadas que fueron premiadas con nueve orejas y un rabo (desde aquí mis deseos de recuperación a José Luis Moreno, que fue cogido de gravedad por el primer toro de la tarde), y me preguntaba por qué nunca podemos disfrutar del placer estético y la emoción artística que transmite José Tomás.

Los miles de aficionados que vieron triunfar a Tomás en Las Ventas pudieron haber sido millones. ¿Es comprensible que nos hubiéramos quedado sin ver la final de Wimbledon que Nadal le ganó a Federer? Pues resulta que los duelos entre Tomás o Morante o entre Tomás y El Juli sí que nos los perdemos, porque el de Galapagar sigue aferrado al tabú contra la retransmisión televisiva de las corridas.

Creo que es el único que exige una declaración jurada a los periodistas que asisten en cuanto tales a las plazas de toros donde interviene: como máximo, harán grabaciones de tres minutos de sus faenas. La prohibición se hace extensiva a los demás asistentes (a los que, por una cuestión logística, supongo, no se les hace firmar).

Las razones de José Tomás son de índoles diferentes... y contradictorias. Por un lado, no deja televisar porque estima que el toreo sólo tiene sentido en vivo y en directo: sólo así se puede captar la esencia del toreo; pero, por el otro, aceptaría la retransmisión de las corridas si se diesen una serie de circunstancias materiales, económicas, que satisficiesen sus elevadas exigencias éticas y estéticas. Lo explicaba así su apoderado, Salvador Boix:

José Tomás no quiere que se tenga que pagar por verlo en la televisión. Es una postura perfectamente respetable. Si hubiera habido una televisión en abierto que hubiese dado las condiciones, se podría haber planteado. Pero pienso que no hay que perder de vista que los toros son una cosa y la televisión otra. Creo que el empeño de mezclar constantemente toros y televisión pervierte la esencia de esto. La fuerza está en el directo, en la plaza. No creo que los toros sean un espectáculo televisivo.

Una postura respetable, cierto, pero creo que pobre y superficial. Aunque es cierto que la plaza dota al espectáculo de los toros de una fuerza y una emocionalidad que no se experimenta en la televisión, en ésta cabe un análisis y una reflexión más profundos, duraderos y en detalle de lo que allí ocurre. Por otro lado, un realizador virtuoso puede conseguir incorporar esas dimensiones de fuerza y emoción que se dan con mayor intensidad en la plaza, y que provienen, no seamos ingenuos, no sólo de la presencia física del torero, también del contagio emocional, del mero estar en la plaza, que convierte al individuo en masa, mucho más proclive por tanto al arrebato del espectáculo en directo.

Así las cosas, no parece que quepa la defensa de la separación tajante entre televisión y toros. El acto creador, una vez emerge auténtico y novedoso, puede quedar registrado tecnológicamente, de forma que lo que se pierde en espontaneidad emocional se gana en profundidad analítica. Menos sentimiento pero más conocimiento. Y esto lo defiende un espectador como yo, que del mismo modo que me he recorrido 300 kilómetros para poder presenciar en vivo y en directo una de las faenas asombrosas de Tomás, también me he pateado una ciudad en la que estaba de paso buscando un bar en el que pudiese ver en Canal Plus a Morante lidiar con seis morlacos en Las Ventas. Lo cortés no quita lo valiente, y lo televisivo no quita lo artístico.

La contradictoria posición de José Tomás respecto a la retransmisión de las corridas encuentra una complicación añadida porque, en el caso de que finalmente aceptase la televisión, ésta debería ser pública, ya que –creo– abomina de los canales privados. Me parece estupendo ese principio democrático, pero da la casualidad de que la RTVE lleva años censurando las corridas, y aunque Canal Sur lo ha intentado por activa y por pasiva, en su apoyo a la tauromaquia como uno de los signos distintivos de la cultura andaluza (por cierto, qué gran comunicador es Enrique Romero), José Tomás y su entorno siempre le han dado la espalda. Un auténtico compromiso democrático llevaría al maestro, en todo caso, a luchar por las condiciones ideales para la retransmisión, con independencia de quién se encargue de ella.

La postura de Tomás tiene algunos ilustres precedentes. En el mundo de la música, los más conocidos son los del director de orquesta rumano Serge Celibidache y el cantante de ópera Alfredo Kraus: también ellos concebían su labor de una manera religiosa, incluso mística, como una forma de alcanzar la trascendencia. He aquí la explicación a ese prurito ludita, antitecnológico. A Kraus le entró la paranoia antitecnológica en su mejor época, después de haber hecho grabaciones antológicas: en los sesenta y los setenta empezó a sentenciar: el disco está muerto, falto de vida, le falta unidad de expresión, es una falsedad. Lo único que consiguió, por supuesto, fue que proliferaran las grabaciones piratas de sus conciertos. Quizás dándose cuenta de lo absurdo de la situación, y que encima se estaba privando de unas sustanciosas sumas, en el año 1978 volvió a grabar con la compañía EMI. Incluso al final de su vida accedió a realizar grabaciones de índole popular, como las de sus criticados Plácido Domingo y Luciano Pavarotti.

El caso de Celibidache es muy parecido. Este extremista de la pureza se negaba a convertir la música en un fenómeno comercial, por lo que no permitía la grabación de sus actuaciones. De lo que no se privaba, sin embargo, era de cobrar altísimas tarifas por permitir las retransmisiones radiofónicas. Sólo en su vejez accedió a algunas grabaciones sonoras, y entonces fue cuando el análisis sosegado y crítico de las mismas, una vez desvanecido el espejismo ideológico asociado a la retórica de la pureza con que se adornaba, permitió hacer una evaluación más objetiva de sus aciertos... y de sus puntos flacos.

La opción de Tomás, Celibidache y Kraus es tan legítima como la opuesta de El Juli, Glen Gould y Fischer-Diskeau. Pero también es susceptible de respetuosa crítica, porque la estrechez de miras filosóficas asociada a lo que significa la representación nos está haciendo perder una de las realizaciones artísticas más importantes de la cultura española contemporánea. Lo efímero de la práctica taurómaca de José Tomás está siendo salvado de todos modos gracias a las grabaciones piratas que quedan registradas en Youtube,y que algunos vamos almacenando en nuestros discos duros, no vaya a ser que el espíritu iconoclasta del torero y su círculo los vaya eliminando. Quizás al maestro le moleste, pero las generaciones futuras nos lo agradecerán.

Celibidache y Kraus rectificaron ya viejos, cuando había pasado su mejor época. Esperemos que Tomás aprenda en carne ajena lo absurdo y perjudicial de su obsesión antitelevisiva.

 

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