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VUESTRO SEXO, HIJOS MÍOS

Preservaos, queridos

Copulantes respetabilísimos: Lo primero que hay que saber para controlar la natalidad es que los niños no vienen de París. Se ve que para el hombre primitivo no era tan fácil atar cabos: a Malinowsky, los habitantes de las islas de Trobriand, en Nueva Guinea, le mostraban ejemplos de mujeres con hijos que jamás habían tenido trato con varones.


	Copulantes respetabilísimos: Lo primero que hay que saber para controlar la natalidad es que los niños no vienen de París. Se ve que para el hombre primitivo no era tan fácil atar cabos: a Malinowsky, los habitantes de las islas de Trobriand, en Nueva Guinea, le mostraban ejemplos de mujeres con hijos que jamás habían tenido trato con varones.

Otras sociedades creían que la penetración sólo abría el camino para que entrasen los espíritus de los niños, o que el acto sexual servía para alimentar al feto. Pero cuando una cultura cae de la higuera la cautela es el primer método anticonceptivo que se le ocurre, y desde luego es el más eficaz. Enseguida se dosifica el coito y se vigila a las chicas hasta que se les encuentra un marido.

Muy pronto la humanidad se percató de que una retirada a tiempo vale más que una victoria... y empezó a hacer trampas. Por algo dijo Moisés: "No sembréis semillas en rocas y piedras, donde nunca criarán raíces". Ya os mencioné, en su día, el feo asunto de Onán, que fue castigado por apearse en marcha, según los cristianos, y por desobedecer a Dios, según los judíos. Esta discrepancia fue la causa de que, mientras San Clemente, San Epifanio y San Jerónimo condenaban el coitus interruptus, algunos rabinos aconsejaran "trillar dentro y aventar fuera" para evitar embarazos a las madres lactantes. San Agustín, libertino converso que había trillado lo suyo, sabía de qué hablaba cuando acusó a los maniqueos de "derramar el semen con un movimiento vergonzoso".

¡Hombre, sí señor! Yo estoy de acuerdo con San Agustín. No todos los hombres están dotados para derramar el semen con elegancia y apostura. Ahora bien, si es por eso, se puede ensayar algo fino y sin extravagancias.

Algunos escritores cristianos, como Orígenes y San Ambrosio, aunque condenaban los anticonceptivos empleados por las mujeres sugerían, sin embargo, algunas drogas para fomentar la continencia masculina, que es algo tan patético como cortar los capullos antes de que florezcan. Además, antes de que se inventara el fútbol televisado no creo que existiera un solo varón dispuesto a tomarse una droga para evitar la incontinencia. Siempre prefieren pecar primero y luego hacer penitencia.

A principios del siglo XIV la Iglesia inició una campaña contra el coitus interruptus, y muchos confesores le dedicaron una condena expresa. Es asombroso que hasta Santa Catalina de Siena, venciendo el recato femenino, osara decir que éste era el pecado más común cometido por los casados. Entonces, no sólo eran clérigos los que escribían en contra de la anticoncepción, también escritores seglares como Dante, que en su Paradiso afirmaba que la moral corrupta de Florencia desembocaba en hogares vacíos. Pero, a pesar de las broncas, la gente siguió retirando y retirando.

El coitus interruptus, que estuvo generalizado en Europa hasta hace muy poquito, pudo muy bien contribuir a que la natalidad alcanzara los niveles imaginados por Malthus. Tiene el inconveniente de que el control corre a cargo del varón, que, claro, siempre está menos motivado para ello que la mujer, a no ser que esté casado con ella. Lo peor es que es un poco hortera y además no evita las enfermedades venéreas; por lo tanto, queda condenado al ostracismo.

Otra cosa es que se le acuse de ser un método frustrante para las mujeres, porque se quedan a verlas venir. Pero, queridos, la eyaculación interna per se no satisface a las mujeres. En los escritos eróticos de los siglos XVIII y XIX las damas siempre tienen palabras de elogio para los caballeros que son galantes y precavidos, y dedican palabras de desprecio para los brutos y egoístas que se dejan ir y las comprometen. En los primeros tratados sobre el control de natalidad, los borrachos y patanes desconsiderados que preñaban a sus esposas siempre eran los villanos más rastreros. No parece que entonces las mujeres considerasen frustrante verse privadas del semen.

Lo que han intentado siempre las mujeres es controlar por sí mismas la anticoncepción. De ahí que existan referencias muy antiguas a los anticonceptivos femeninos de barrera. Eran métodos que consistían en introducir en la vagina algo que velara el cuello del útero, mejor si iba combinado con emplastos asesinos de semen cocinados en casa. Más de una ardió en la hoguera por cocer hierbajos.

Bentham declaró en 1797 que la población podía ser controlada, no por un acto prohibido sino por una esponja. También Carlyle, en 1826, prescribió la esponja para las mujeres y el baudruche o guante, que era un preservativo rudimentario, para los hombres. En 1816, Dunglinson describía baudruches hechos de intestino de oveja con una cintita para cerrar el extremo abierto. Pero el preservativo siempre se asoció con las enfermedades venéreas, y se vendía en prostíbulos. Como daba mucha vergüenza, los ingleses los llamaban "cartas francesas", mientras para los franceses eran "la capote anglaise". En mi pueblo los llamaban "gabardinas del carallo" y no le echaban la culpa a nadie. Angus McLaren, en su Historia de los anticonceptivos, dice que, por su mala fama, contribuyeron poco al control de la natalidad, pues no se usaban en los hogares.

Los preservativos de tejidos animales o de seda se usaron en Europa hasta el siglo XX, y algunas amas de casa espabiladas se los fabricaban. En EEUU, hacia el año 1855 ya había en el mercado preservativos de goma vulcanizada que, a cinco dólares la docena –lavándolos, podían volver a usarse–, todavía parecían caros para las clases modestas. Además, se les acusaba de antiestéticos, inseguros e inoportunos. La esponja húmeda, atada a un cordel y acompañada de una ducha vaginal, era considerada mucho más refinada hasta que se inventó el diafragma, que, siendo un método eficaz, era caro y farragoso, pues debía ser adaptado por un médico. Eso restringió su uso a la clase media.

La Primera Guerra Mundial generalizó el preservativo, que se había ido perfeccionando. Sin embargo, como siempre había estado asociado a la prostitución, las esposas preferían los métodos femeninos y caseros. Actualmente, el preservativo está vivo y en uso como nunca. Aunque no sea perfecto, es, después de la abstención, lo mejor que tenemos contra las enfermedades venéreas y el sida.

Tiene delito decir que el condón falla más que una escopeta de feria, que es, precisamente, lo que dijo el otro día un señor cura muy guapo en el diario El Mundo. Es como decir a la gente que no se abroche el cinturón de seguridad porque también se puede matar uno llevándolo abrochado. Muy mal. Aunque lo más seguro siempre será la cautela, y eso no se lo discutiré, el preservativo es bueno para evitar embarazos y enfermedades venéreas. ¿Falla? Pues claro que puede fallar, pero lo más frecuente es que falle el usuario. Según mis fuentes, el principal problema (bebida y torpeza aparte) lo dan los penes pequeños. Es el caso de los hindúes –por favor, hindúes, perdonadme–, que al parecer están hartos de perder el condón. Esto se solucionaría fabricando tallas pequeñas; pero, claro, no veo yo a hombre alguno pidiendo en la farmacia unos preservativos extra small. Quizá por eso una compañía suiza ha empezado a fabricar una talla pequeñita... diciendo que son para niños de entre 12 y 14 años. Ya.

Bueno, por último os invito a completar los puntos suspensivos de este consejo:

Hagas lo que hagas, ponte b - - - - -.

Y si vas de b - - - - - ó -,

no te olvides del c - - - ó -.

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