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CÓMO ESTÁ EL PATIO

Planificación educativa

Cada mes de junio, los padres que van a llevar a sus hijos al colegio por primera vez experimentan las bondades de una forma particular de planificación socialista.

Cada mes de junio, los padres que van a llevar a sus hijos al colegio por primera vez experimentan las bondades de una forma particular de planificación socialista.
Me refiero a la adjudicación de plazas escolares que realiza la autoridad central educativa en cada comunidad autónoma, gracias a que los ciudadanos prefieren delegar en los políticos la facultad de decidir qué tipo de enseñanza han de recibir sus hijos, porque ejercer esa responsabilidad individual deben de considerarlo una tarea muy pesada.

El resultado de esta "planificación educativa" (sic) es conocido: aulas masificadas, instalaciones con graves deficiencias, una educación ideologizada y las mayores cifras de analfabetismo y fracaso escolar del mundo civilizado. Ahora bien, si el niño no pega a los profesores ni les revienta las ruedas del coche pasará todos los cursos y no le quedará asignatura alguna para septiembre, que es, en última instancia, de lo que se trata.

Sorprende que la inmensa mayoría de los padres siga pensando que los problemas evidentes de la educación pública se solucionarían con unos gestores más capaces, cuando la realidad es que el sistema actual no puede dar, por definición, otro resultado que el que vemos a diario en nuestros centros escolares.

Aunque los responsables educativos fueran inteligencias superdotadas y tuvieran una capacidad de gestión superior a la Pepiño Blanco (por poner un ejemplo del máximo nivel), seguirían siendo incapaces de satisfacer las necesidades particulares de miles de familias, todas ellas con criterios diferentes respecto a lo que desean para sus hijos. La pregunta sigue siendo, por tanto, cómo es posible que cientos de miles de padres que quieren lo mejor para sus hijos sigan dejando en manos de una comuna de burócratas ideologizados algo tan importante como la educación de los mismos, de la que dependerá en gran parte su futuro.

Una explicación a este sorprendente fenómeno puede ser el mito de la educación gratuita. Con gran naturalidad, los políticos afirman que la educación pública en España es gratis, y la gente que ve el telediario lo asume como una verdad incuestionable, cuando sólo hay que coger una calculadora y dividir el presupuesto destinado a educación entre el número de escolares para comprobar que estamos pagando por un servicio mediocre el doble de lo que nos cobraría una empresa privada por uno mucho mejor.

La clave es que los impuestos nos los cobran de forma obligatoria, utilicemos o no la educación pública, así que quien quiera salirse del sistema estará pagando dos veces, porque ninguna administración le devolverá la parte proporcional de sus impuestos aunque manifieste su deseo de no utilizar ese servicio público.

Cualquier bien o servicio prestado por el estado a través de la planificación centralizada produce siempre el fenómeno del racionamiento ¿o qué son si no las listas de espera de la Seguridad Social? Si el gobierno, cualquier gobierno, decidiera encargarse del suministro del pan (comer hidratos de carbono es, en ciertos ámbitos, más importante que estudiar Educación para la Ciudadanía), los españoles tendríamos que levantarnos a las cinco de la mañana para hacer cola en las expendedurías oficiales y obtener, con suerte, un producto varias veces más caro y de menor calidad del que obtenemos en el sector privado. Sin embargo, lo que no admitiríamos en un artículo de consumo lo aceptamos, e incluso defendemos, cuando se trata de nuestros hijos, dicho sea para gloria de los científicos socialistas que inventaron el modelo y desdoro de las generaciones modernas que lo siguen admitiendo como algo necesario.

Cualquier vía de escape para que los políticos saquen sus sucias manos de la educación de los niños debe ser bien recibida. El cheque escolar es una primera solución, pero no la única. Para padres de mente progresista yo propongo la autogestión, es decir, la okupación de los colegios públicos y que sean los padres quienes ejerciten la responsabilidad de educar a sus hijos de la forma que más les interese. En última instancia, todo lo que vaya en esa dirección será mejor para los niños que la situación actual. Los pobres no tienen la culpa de haber nacido en un siglo tan absurdo.
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