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PANORÁMICAS

Plagas y cine. 'Contagio' y 'Margin Call'

En las pantallas cinematográficas nos encontramos dos películas de las de antes. De cuando había sesión continua, se decía que los actores "trabajaban" bien, no se sabía el nombre de los directores y la máxima calificación que se alcanzaba era el calificativo de "peliculón", cuando los guionistas se preocupaban de contar una atractiva, poderosa y entretenida historia, bien narrada.


	En las pantallas cinematográficas nos encontramos dos películas de las de antes. De cuando había sesión continua, se decía que los actores "trabajaban" bien, no se sabía el nombre de los directores y la máxima calificación que se alcanzaba era el calificativo de "peliculón", cuando los guionistas se preocupaban de contar una atractiva, poderosa y entretenida historia, bien narrada.

Contagio y Margin Call pertenecen a ese tipo de películas, tipo Doce hombres sin piedad: películas corales con un despliegue inusual de rostros conocidos que se ponen al servicio de un par de relatos apasionantes que tienen como mínimo común denominador unas plagas que habrían hecho palidecer de envidia a las de Egipto.

En Contagio es una plaga vírica lo que amenaza con llevarse por delante a la mitad de la humanidad. En Margin Call es una financiera, que podría arramblar (llevarse con codicia todo lo que hay en algún lugar) con el capitalismo y, de paso, con la democracia. ¿Quién necesita a los mayas o a Iker Jiménez? Tenemos la sospecha de que nos bastamos y nos sobramos para acabar con el planeta. Unas cuantas veces. Una sospecha que nos embarga de temor pero también, todo hay que decirlo, de un secreto orgullo rayano en la luciferina soberbia.

Contagio empieza por el día 2 de la trama. ¿Qué habrá pasado el día 1? Pues algo muy feo para Gwyneth Paltrow, que de divertirse como una tonta en Hong Kong pasa a echar espuma por la boca en los Estados Unidos. Su marido, interpretado con la sobriedad que le caracteriza por Matt Damon, alucina ante su repentino y mortal ataque, como alucinan los médicos que la tratan. Pronto se sabe que una epidemia de gigantesca magnitud ha golpeado a los Estados Unidos en la forma de una rubia de ojos azules que al volver a casa incubaba un adulterio y un virus mortal de necesidad (¿querrá Steven Soderbergh enviarnos un mensaje con moraleja sobre lo que hay que hacer a las mujeres que engañan a sus maridos?).

Margin Call, por su parte, no es la típica película sobre lo malvados que son los dueños de las grandes empresas. Porque, a pesar de que los grandes actores que se pasean por ella interpretan a unos tipos en los que una inteligencia ingenieril sobresaliente se combina con un ansia de poder desmesurado, lo que cuenta al fin y al cabo es que la racionalidad instrumental, que manejan como nadie, les domina de todas todas. Da igual que seas un nihilista moral, un sociópata del dinero o un buen tipo que ama a su familia y se preocupa por los demás: al final la lógica del sistema, conseguir el mayor beneficio posible, se sobrepone a tus decisiones morales intuitivas.

Por supuesto, para los que se bañan en "las aguas heladas del cálculo egoísta", según la famosa expresión de Karl Marx, es mucho mejor un doctorado en ingeniería cuántica que un máster en ética de la comunicación. La tesis de la película, reflejada subliminalmente en una metáfora perruna, consiste en que el mercado, el sistema capitalista, el liberalismo corrompen la moral, transformando incluso a buenos tipos que en principio solo quieren prosperar y enriquecerse razonablemente en vampiros financieros. En este sentido, la película peca de superficialidad y de ingenuidad, ya que deja de lado que precisamente de lo que se trata es de organizar una sociedad económica en la que el bien común emerja aunque los ciudadanos que la componen sean demonios, como planteó Kant cuando habló de ese figurado pueblo de demonios en que la inteligencia prevalece sobre la maldad y que acaban reconociendo la conveniencia del Estado. En este caso, del Mercado.

Pero del mismo modo que Rousseau fascinó a talentos liberales como Adam Smith, Hume o Kant, esta película sobre una nada famélica legión de vampiros neoliberales puede provocar, más allá de su cool ascetismo visual y musical (nada que ver con Loach, Iñárritu o Trier, tranquilos), una reflexión sobre la propensión moral del capitalismo, un sistema diseñado para tener éxito incluso entre los diablos y que a veces parece inducir por sí mismo la creación de esos mismos demonios. Y es que incluso entre los liberales se tiende a olvidar que la egoísta benevolencia del cervecero era sólo la cruz de la moneda liberal que se complementaba, en la Teoría de los sentimientos morales, con la cara de la desinteresada benevolencia que sentimos hacia los demás.

Si Margin Call sostiene implícitamente que la racionalidad instrumental, cínica y pragmática, es una plaga que va a acabar con la humanidad, enterrada con nocturnidad y alevosía en el jardín trasero de cualquier mansión, en Contagio, a través de una plaga vírica, se trata de denunciar ese otro sistema vírico que es internet, una plataforma perfecta para que se propaguen los peores rumores malinintencionados, el ruido que ahoga a la información relevante, por medio de un complejo guión que se desliza dando saltos en el tiempo y mostrando en paralelo tres historias: la de la lucha científica contra el virus, el del marido de la mujer portadora del virus a los Estados Unidos y, por último, un bloguero que trabaja como periodista free lance denunciando las mentiras de la industria y del gobierno.

Más allá de cierto esquematismo político y moral, lo mejor de Contagio y Margin Call reside en los detalles íntimos que describen a sus protagonistas. En la primera, Matt Damon contempla en la cámara de su fallecida mujer las últimas fotos que se hizo, mientras planeaba cómo traicionarlo con un antiguo novio. Jude Law, el bloguero azote del poder establecido, niega a una embarazada infectada la medicina que él mismo procura. Laurence Fishburne, el científico que lidera la investigación de una vacuna, se salta una y otra vez las normas de contención del virus que él aplica rigurosamente a los demás. En Margin Call tenemos los diálogos entre los brokers, en la mejor estirpe brillante, profunda e ingeniosa de Aaron Sorkin; como cuando Stanley Tucci explica la buena labor que hizo en su etapa de ingeniero de montes y caminos al construir un puente que ahorró millones de kilómetros de conducción a los habitantes de la zona; Paul Bettany le responde que a muchos les gusta conducir por el camino más largo. Un zas en toda la boca en el que se enfrentan dos modos de concebir el mundo: el liberal, que respeta las preferencias, frente a la visión ingenieril, que trata de imponer un determinado modo de vida, pretendidamente bueno.

Vean, disfruten y reflexionen Contagio y Margin Call, dos películas que les harán recordar a las de toda la vida.

 

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