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VUESTRO SEXO, HIJOS MÍOS

Pitos, penes y puntos G

Copulantes queridos: Muchos especialistas han buceado en la vagina a la búsqueda de alguna estructura específica que aclare de una vez qué cosa es el punto G y si el pene puede estimular ese chirimbolo erótico. No os extrañe que alguien consagre su cerebro al sexo; al fin y al cabo, hay centenares de científicos dedicados a investigar los musgos, que son una sosería y sólo sirven para hacer belenes.


	Copulantes queridos: Muchos especialistas han buceado en la vagina a la búsqueda de alguna estructura específica que aclare de una vez qué cosa es el punto G y si el pene puede estimular ese chirimbolo erótico. No os extrañe que alguien consagre su cerebro al sexo; al fin y al cabo, hay centenares de científicos dedicados a investigar los musgos, que son una sosería y sólo sirven para hacer belenes.

En un estudio para el King's College de Londres, dirigido por una epidemióloga llamada (textualmente) Andrea Burri, se envió a 1.804 hermanas gemelas un cuestionario en el que se preguntaba: "¿Cree usted que tiene en la parte anterior de la vagina una región del tamaño de una moneda de dos peniques que, al ser estimulada, le proporciona una sensación particular?".

La pregunta no es buena pero, aun así, el 52% de las mujeres contestó afirmativamente, aunque estoy segura de que muchas habrán tenido sus dudas al ponderar la zona. ¿Será de dos peniques? ¿Será de una libra? A continuación el equipo hizo un análisis estadístico comparando las respuestas de cada mujer con su gemela y se llegó a la conclusión de que no coincidían y que, por lo tanto, no había una determinación genética. Luego, eso quería decir que el punto G, en realidad, no existía.

Este no es un buen razonamiento. Pero en esto que llega la doctora Odile Buisson, que ha estudiado a fondo lo que sucede en los bajos durante las cochinadas porque ha hecho ecografías del coito con voluntarios –ahí se ve mejor cómo funciona todo el asunto, porque lo blanco queda blanco y lo de color, más oscurito–, y contesta a Burri diciendo que es inútil buscar una estructura porque el punto G es una función. Lo que viene a decir, pues, es que todos tenemos boca pero unos saben silbar y otros no. Cuando se hace una autopsia es imposible encontrar en la boca del difunto un silbato, a no ser que el muerto la palmara atragantado por un pito, digo yo. Por lo tanto, sería imposible saber si el difunto podía silbar. Y esto significa que hay gemelas que han aprendido a hacerse con el punto G y sus hermanas, en cambio, no.

Los científicos discuten mucho todas estas cosas. Yo siento mucho no ser una científica de poderío para poder enredar con el pene. El pene es expresivo, espontáneo, brincador, rosita, moradito o negrito, sirve para hacer niños y, cuando quiere, es muy resabiado. Pero los hombres le atribuyen demasiadas cualidades.

Desmond Morris es un tío que vale, pero en lo tocante al pene pierde la objetividad, se deshace en halagos y parece la abuelita del pirulo. En su libro El hombre desnudo dice que hay tres variaciones en la forma de un pene erecto: el tipo romo, que es el de todo hijo de vecino, con fuste recto y cabeza ligeramente más ancha; el tipo botella, con fuste más ancho que la cabeza, y el tipo proa, que, cuando está erecto, se curva ligeramente hacia arriba, a medida que se acerca a la punta, como si fuera un plátano. Este último sería la adaptación ideal a la posición del punto G, porque podría presionarlo:

Al estar curvado hacia arriba, el pene proa aumenta automáticamente dicha presión, a medida que avanza, erecto, dentro y fuera de la cavidad vaginal. En términos evolutivos, debe considerarse la forma más avanzada del pene humano.

Pues a mí me parece que el pene-proa puede ser una plasta de mucho cuidado, porque en la postura del misionero la vagina está curvada justamente en sentido contrario. En términos evolutivos es mucho mejor mi diseño del pene-pulpo, y yo ruego encarecidamente a la evolución que no promocione el pene proa –si es que existe alguno de verdad– y que dote a los varones con ventosas o deditos diminutos todo por ahí.

Más adelante, Morris dice que hay dos teorías alternativas para la existencia de la coronilla del glande (ya me echo a temblar). La primera, que es una especie de desatascador para extraer el semen del tipejo despreciable con el que tu pareja te los pone: si en el momento de la eyaculación se siente el impulso de parar, es para no eliminar también el propio semen. De hecho, un equipo de científicos norteamericanos ha probado la eficacia de la coronilla como desplazador de semen ajeno. ¡Ah! pero sólo funciona si la embestida es profunda y vigorosa. Los penes cortos o las embestidas suaves no valen. Y, curiosamente, se sometió a seiscientos hombres jóvenes a un cuestionario que reveló que, si tenían sospechas de la fidelidad de sus mujeres, embestían con más fuerza. Claro, porque estaban cabreados, digo yo.

Esta teoría es un poco ingenua, ¿no? Porque solo funcionaría en una orgía. En la vida normal, para cuando llega el desplazador de semen ya están los espermatozoides fuera y todo arregladito ahí abajo, o a salvo en el cuello del útero y escalando.

La segunda teoría dice:

El diseño del glande, con su coronilla carnosa y protuberante, hacia arriba, que no hacia abajo, proporciona una estimulación adicional de las paredes superior y frontal de la vagina, precisamente donde se ubica el hipersensible punto G. Visto así, el pene humano no es tanto un mecanismo de bombeo como de placer, que excita a la mujer hasta un nivel orgásmico desconocido entre las demás especies de primates.

Bueno, bueno, suponer que la evolución no creó el pene para bombear semen, sino para dar placer a las mujeres, me deja estupefacta. Las mujeres no seleccionaron a los hombres por su pene. Entre otras cosas, porque es muy complicado. Pero eso ayudó a hacernos inteligentes. Sin embargo, de haber podido...

De todas formas, los expertos son un poco obstinados. Gérard Zwang, sin ir más lejos, se enfada mucho cuando se niega la sensibilidad erótica de la vagina y dice que la prueba de que sí es sensible es que responde bien al calor, al frío, al dolor y al contacto con las herramientas ginecológicas. (¡Ay!). Y dice algo precioso:

Los partidarios de la anestesia total de la vagina no habrán oído jamás uno de esos gritos que salen del corazón, los más espontáneamente sinceros que puede lanzar una mujer. Ese "¡Ah, te siento!" arrebatado y penetrante que sigue a una sólida penetración. Los pobres...

Bueno, queda claro que el doctor es un macho alfa y no como esos otros pobres que han tenido que oír el grito completo: "¡Ah, te siento... (cacho bestia)!". El doctor afirma también que las viudas y solitarias que han probado el placer que da el pene muestran, al verse privadas de él, una rabia y nostalgia tal, que tienen que usar consoladores. Vaya por Dios, consoladores para viudas. Serán negros y con velitos. Y ofrece un razonamiento irrebatible: "El comercio no pondría a la venta máquinas que fueran inútiles". Pero después describe los consoladores modernos como artilugios calientes, vibrantes, animados de movimientos circulares... vamos, como los penes.

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