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CRÓNICA NEGRA

Pío Baroja carecía de agallas

Valle Inclán habla en La hija del capitán de su compadre, que organizó una comilona con los restos del pobre Jalón, quien tuvo el valor de enamorarse de la chica incestuosa, que le llevaría a la Escuela del Ejército, donde el padre le abriría el cráneo y freiría sus sesos.


	Valle Inclán habla en La hija del capitán de su compadre, que organizó una comilona con los restos del pobre Jalón, quien tuvo el valor de enamorarse de la chica incestuosa, que le llevaría a la Escuela del Ejército, donde el padre le abriría el cráneo y freiría sus sesos.

Hace décadas que todo el mundo advierte: que no te lleven al huerto, frase que viene de los enterramientos de El huerto del Francés, en el pueblo sevillano de Peñaflor, a principios del siglo XX. Que no te lleven al huerto, porque en el huerto te entierran.

Mucho antes, la gente de Madrid decía aquello de: "Eres más arrogante que don Rodrigo en la horca". Ahora que, para señorío, el de Luis Cándelas, que antes de que le apretaran el gañote soltó: "Adiós, patria mía, sé feliz". Y todo el mundo aprendió en los soportales de la capital a huir de las sombras, no fuera a ser que los celos de una dama tuerta, la princesa de Éboli, le valieran una cuchillada, como en el crimen de Escobedo, muy anterior al de los marqueses de Urquijo.

En la Plaza Mayor, en los años cincuenta, hacían dormir a los niños amenazándoles con que si no venía el Jarabo, que era un coco, viajero y yanqui, de la capital. En todas partes el crimen ha dejado su huella y sirve de repudio al miedo y de alerta al delito.

Pío Baroja confiesa que le faltan agallas para relatar el crimen de Don Benito. Pérez Galdós se sabía todo lo de Prim, y el muy zorro no dijo nada, según Paco Umbral. A Prim lo mataron en la calle del Turco. La voz de su asesino retumbó bajo una intensa nevada. En la casa de las siete chimeneas alienta un fantasma que, con el tiempo, se convirtió en asesor del Ministerio de Cultura. El crimen es como ese fantasma del que todos saben algo.

A Canalejas lo mataron en la Puerta del Sol, cuando miraba curioso el escaparate de la librería San Martín. A Dato le metieron una ráfaga cuando pasaba en coche por la Puerta de Alcalá y Mateo Morral soltó el ramo de flores con la bomba para los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia desde el cuarto piso del número 88 de la calle Mayor, el edificio de Casa Ciriaco, donde también estallan los huevos fritos.

Doña Emilia Pardo Bazán contempló la ejecución de la Higinia en los Altos de La Moncloa, en la cárcel Modelo, y su verdugo de La piedra angular tiene resabios de aquella experiencia. Baroja también estaba allí, con su ilustre calva incipiente, viendo de lejos el abrazo del garrote. Ramón J. Sender, en El verdugo afable, retrata lo dificultoso de la pena de muerte a la española.

A Carrero Blanco lo volaron en Claudio Coello, en un Dodge Dart 3700, que era un coche imponente, muy pesado, que saltó la tapia del convento vecino hasta desparramarse sobre un patio interior.

Las calles del crimen se retorcían y abrazaban en el centro hasta que la Gran Vía las derribó para trazar una gran arteria de abajo arriba. Desapareció la calle de la Justa y el gordo Edgar Neville rodó un guión inspirado en la de Fuencarral que llamó El crimen de la calle Bordadores, que es una de esas arterias de sabor que continúan ahí, en el centro.

Los medios de comunicación se vendían con el crimen completo. Cuando el asalto al tren expreso de Andalucía, los periódicos aumentaron la tirada. No había nada mejor que un crimen bien escrito.

El misterio construye lenguaje, como el de La mano cortada, que tuvo lugar en la calle Princesa, en casa de una supuesta marquesa, supuesta espía, supuesta pareja de baile del rifeño Abdelkrim. La marquesa de Villasante llevó El Caso a la tirada máxima. Margarita Ruiz de Lihory fue siempre una señora de armas tomar.

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