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CÓMO ESTÁ EL PATIO

Perros

Los dueños de perros son una de las principales plagas modernas en las grandes ciudades. Los perros también, por supuesto, pero ellos no tienen conocimiento y se limitan a sobrevivir en las condiciones que les proporciona el ecosistema urbano, haciendo caquita donde pueden y mordiendo pantorrillas donde les dejan.

Los dueños de perros son una de las principales plagas modernas en las grandes ciudades. Los perros también, por supuesto, pero ellos no tienen conocimiento y se limitan a sobrevivir en las condiciones que les proporciona el ecosistema urbano, haciendo caquita donde pueden y mordiendo pantorrillas donde les dejan.
De todos los espectáculos de crueldad humana con los animales, es difícil encontrar uno más espeluznante que el del flamante propietario de un husky siberiano paseando al animalito por nuestras calles en pleno mes de julio, con cincuenta grados a la sombra. Es normal que de vez en cuando alguno de estos perros esquimales se harte de sufrir y la emprenda a mordiscos con "la sociedad".

Los jardines públicos donde juegan los niños amanecen cada día convenientemente amojonados por la actividad vespertina de los amantes de los animales, que llevan a sus mastines, dogos y rotweillers a abonar el césped para que crezca más verde y frondoso. Por supuesto, los llevan sueltos para que los pobres bichejos tengan un ratito de esparcimiento sin hacer daño a nadie. A veces una fiera de éstas, que por su tamaño parece un pony pasado por el cirujano para que cuele por un chucho, sale corriendo hacia algún pobre indocumentado que no sabe que a partir de las siete se establece el toque de queda en todas las zonas verdes de la ciudad.

– No se asuste, que no hace nada –grita el dueño para tranquilizar a la víctima, mientras el perrazo se acerca a todo trapo, como el expreso Irún-Málaga bajando Despeñaperros.

– Joder, no hace nada pero me ha roto cuatro costillas. Y eso que lleva en la boca es mi tibia izquierda.
 
Satán, suelta eso ahora mismo. Ya te he dicho que no se come nada del suelo. Malo, malo. Hale, tome su hueso; y haga el favor de no darle de comer a los perritos, que luego tienen diarrea.

Como si les importara la densidad de las deposiciones de sus satancitos. ¿Han visto ustedes a algún dueño de perro recoger su caquita? Yo sí, una vez, pero fue hace un montón de años, cuando lo de hacer de recogemierdas era un símbolo de metrosexualidad. Aquella moda pasó, pero los canes se quedaron, y sus cacas también.

El descanso de las personas decentes ha experimentado también una cierta evolución desde que las comunidades de vecinos se convirtieron en delegaciones de la Sociedad Protectora de Animales. A eso de las siete de la mañana de un domingo, es rara la finca que no se despierta con el sonido cantarín de la perra del 5ºB –de la perra propiedad del vecino del 5ºB, se entiende– ladrando como una ídem para que la bajen a fertilizar la acera. Es como el canto del gallo en el ruralicio, pero en cutre y con más mala sombra.

Además, ¿cómo pueden vivir con un animal de cincuenta quilos deambulando por un piso de sesenta metros? Si las soluciones habitacionales suelen ser pequeñas para una familia normal, debe de ser una maravilla tener además un perrazo pegado todo el día a la chepa, con sus ladridos, sus jadeos, sus pipís y sus simpáticos manojos de pelos desparramados por el sofa de escay...
 
Los perritos son malos, ensucian, llenan de caca y pulgas los jardines que, supuestamente, los ayuntamientos construyen para esparcimiento de esa otra especie dañina, los niños, y encima te joden la mañana del domingo. Urge, por tanto, una severa política de segregación o, por seguir la pamplina de la dictadura progre, de discriminación positiva. Hay que construir barrios libres de perros (y sobre todo de sus dueños) y barrios donde exista libertad para tener esas absurdas mascotas. A partir de ahí, que cada cual elija el lugar donde prefiere vivir. O eso o el reconocimiento del derecho a la tenencia de armas cortas. Sólo por si a Satancito le da un día por jugar al pilla-pilla con nuestros huevos.
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