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PANORÁMICAS

Películas inexistentes

Ante el panorama de las salas cinematográficas –sólo animadas por zombis tan previsibles y aburridos como una manifestación de liberados sindicales (Resident Evil: Ultratumba) o por Lope... de Vega in love, reproducción mimética de la mala cinta inglesa–, nos podemos entregar a la ensoñación de rememorar películas que fueron abortadas pero que siguen virtualmente ahí, como promesas de amor que nunca se cumplieron. O, mirando hacia el futuro, la película perfecta, una conjunción planetaria de las que tanto gustan a Leire Pajín de grandes directores e intérpretes.


	Ante el panorama de las salas cinematográficas –sólo animadas por zombis tan previsibles y aburridos como una manifestación de liberados sindicales (Resident Evil: Ultratumba) o por Lope... de Vega in love, reproducción mimética de la mala cinta inglesa–, nos podemos entregar a la ensoñación de rememorar películas que fueron abortadas pero que siguen virtualmente ahí, como promesas de amor que nunca se cumplieron. O, mirando hacia el futuro, la película perfecta, una conjunción planetaria de las que tanto gustan a Leire Pajín de grandes directores e intérpretes.

Ahora que tan de moda está la teoría de los universos múltiples, por la emergencia de la interpretación de Everett de la mecánica cuántica y la serie de televisión Fringe, podemos conjeturar que en una Tierra gemela a la nuestra, salvo que radicada en otra dimensión, ha pasado lo que estuvo a punto de pasar aquí: Clint Eastwood haciendo de James Bond –tras dejar el papel Sean Connery– y de Superman –antes de que fuese contratado Christopher Reeve–. No se rían pensando en un Eastwood superhéroe: en los últimos años se ha rumoreado sobre la posibilidad de que nuestro hombre interprete al viejuno, cascado, achacoso pero siempre potente y oscuro sexagenario Batman de The Dark Knight Returns, de Frank Miller. Ya puestos a imaginar, el director podría ser Quentin Tarantino, o Guillermo del Toro, o Álex de la Iglesia, que viene de triunfar en el Festival de Venecia. Como alternativa a Eastwood, les propongo que piensen en Stallone: ese rictus y esas manazas le sentarían como un guante a la criatura de Miller. Para Joker, nadie mejor que el histriónico, arrugado aunque operado y anabolizado Mickey Rourke.

En España, el récord de películas que se perdieron por el sumidero de la incompetencia y la mediocridad lo ostenta Víctor Erice. No por su culpa, claro, sino por la de los productores Elías Querejeta y Andrés Vicente Gómez. Toda la historia sobre la no realización de la segunda parte de su obra maestra, El Sur, la pueden escuchar de labios del propio Erice en Youtube (partes 1, 2 y 3). Pero, por estas cosas que tiene el Séptimo Arte, ha sido otra película, La vida sublime, la que ha permitido la recreación relatada de la película abortada, cuando el crítico Álvaro Arroba describe al protagonista de la misma cómo sería esa otra historia a partir de su guión. El cual, por cierto, que yo sepa nunca ha sido publicado; pero he tenido la ocasión de leerlo, y es, efectivamente, una promesa de felicidad cinéfila.

Lo del otro proyecto frustrado de Erice, la adaptación de El embrujo de Shanghái, se parece mucho al conflicto que mantuvieron el productor Dino de Laurentiis y el director Robert Bresson. Laurentiis, un megalómano con ínfulas de cultureta, contrató al prestigioso y hermético realizador francés para su superproducción Génesis, basada en el relato bíblico. Se suponía que el mastodóntico presupuesto debía quedar ostentosamente reflejado en la pantalla, así que cuando el italiano supo que la fauna que Noé iba a meter en el arca sólo se intuiría por las huellas que dejaran los animalejos en la playa, montó en cólera y despidió al minimalista y austero director.

Si Erice y Bresson son directores de pequeños gestos, Orson Welles y Stanley Kubrick son los mejores representantes, en su vida y su obra, del estilo bigger than life. Welles se tiene en tan alta estima, que sólo consiente en medirse con los de su descomunal tamaño, ya sean William Randolph Hearst (Ciudadano Kane), Kafka (El Proceso) o William Shakespeare (Otelo, Macbeth, Campanadas a medianoche). A veces tiene que descender al purgatorio de la normalidad, cierto, y adaptar a seres de carne y hueso (El extraño, La dama de Shanghái, Sed de mal), pero aún así lo hace como si las novelas negras de pulp fiction que traslada a la gran pantalla fuesen dramas isabelinos o tragedias griegas. Se le atragantó –¡a él, tan tragaldabas!– el Caballero de la Triste Figura, casi tanto como a Terry Gilliam, que en otro intento de llevarlo a la gran pantalla casi se deja la vida.

Semejante en la desmesura y la ambición, Kubrick planeó durante gran parte de su carrera un biopic de Napoleón, del que sospecho se creía la reencarnación en el mundo del cine. Pero, por el perfeccionismo enfermizo del norteamericano, por su afán de atender el mínimo detalle y documentarse hasta la extenuación, el proyecto llevaba en sí el germen de su fracaso; estaba condenado a la utopía, el no lugar, donde efectivamente descansa el sueño de los imposibles que además no pudieron ser. Ahora bien, gran parte del trabajo lo pudo aprovechar para otra película ambientada en la misma época, Barry Lindon.

Con Kubrick sí se produjo el milagro de la película que acabó realizándose a la muerte de quien habría de ser su director por otro director de calidad y poderío semejantes. Me refiero, claro, a la Inteligencia Artificial de Steven Spielberg (en Youtube podéis oírle hablar de su relación con el director de La naranja mecánica).

Luego hay otra categoría de películas en el limbo: las que fueron filmadas con unos actores que no eran los elegidos en primer lugar. En algunos casos el duelo entre lo que finalmente fue y lo que pudo haber sido, entre el acto y la potencia, es imposible de resolver. Porque ¿quién podría mejorar a Audrey Hepburn y George Peppard en Desayuno con diamantes? Pues los intérpretes favoritos de Truman Capote eran Marilyn Monroe y Steve Moqueen, que hubiesen dado a la película mucha más corporeidad y canallismo. En cambio, nadie podría haber mejorado al que era el último de la lista para meterse en el pellejo del Príncipe de Salina en El gatopardo, Burt Lancaster. Quizás Marlon Brando, la primera opción, hubiese conseguido estar a la altura, pero ni Lawrence Olivier, ni Spencer Tracy, ni Anthony Quinn, los otros candidatos, se hubieran acercado a la estampa aristocrática y felina del actor que comparaba el amor con la estrella de la mañana y de la tarde.

Eso sí, nos alegramos de que Robert de Niro no fuese elegido para el papel de Sonny en la primera parte de El Padrino, porque nos habríamos quedado sin su prodigiosa interpretación en la segunda...

Por último, respecto a las películas que nos gustaría ver rodadas, y que quizá ya se están planteando en alguna otra dimensión, me quedo con la propuesta de Matt Zoller, que argumenta lo que sería una demoníaca y mística adaptación de Moby Dick dirigida por Terrence Malick e interpretada por Mel Gibson. Aunque tampoco estaría mal que este par se intercambiase los papeles.

 

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