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VUESTRO SEXO, HIJOS MÍOS

Pecados contra la moral biológica

Copulantes míos: África tiene unos 856 millones de habitantes y cada año hay 20 millones de africanos más. Esto se debe a la alta tasa de natalidad y al descenso de la mortalidad logrado por los avances médicos que se han desarrollado en el mundo occidental. De momento, en cambio, no se ha podido inventar nada que impida que esos millones de nuevos seres las pasen canutas.


	Copulantes míos: África tiene unos 856 millones de habitantes y cada año hay 20 millones de africanos más. Esto se debe a la alta tasa de natalidad y al descenso de la mortalidad logrado por los avances médicos que se han desarrollado en el mundo occidental. De momento, en cambio, no se ha podido inventar nada que impida que esos millones de nuevos seres las pasen canutas.

En El gen egoísta, de Richard Dawkins, hay una estimación realizada hace unos veinticinco años que resulta alucinante. Entonces, América Latina tenía ya 300 millones de habitantes, muchos de ellos viviendo en la penuria. Pero, queridos, antes se decía que el sexo es el cine de los pobres, así que la población crecía a un ritmo tan frenético que, según Dawkins, de seguir así, en 500 años la gente, puesta en pie, ocuparía, hombro con hombro, todo el continente, y en 1.000 años estarían subidos, unos encima de otros, apilados, formando columnas con una altura de un millón de almas. Obviamente, esto no sucederá porque los cuatro jinetes del Apocalipsis –el hambre, la guerra, la peste y la muerte– son los medios de control, terribles pero naturales, que impiden que toda la biomasa terrestre acabe convertida en doliente carne humana. De momento, América Latina y el Caribe han tenido un incremento de 340 millones de personas en 50 años.

Los métodos anticonceptivos son tan antiguos como la cultura, aunque hasta que se entendió bien el funcionamiento del aparato reproductor femenino y se perfeccionó el preservativo tenían una eficacia muy baja y, a veces, unos riesgos enormes. Angus McLaren, en su Historia de los anticonceptivos, cita los brebajes hechos con orina de eunuco o riñones de mula, los ungüentos vaginales para que el semen resbale, los sortilegios surrealistas y las pócimas venenosas. Aunque estos métodos nos parecen ahora ridículos, demuestran la firme determinación femenina por controlar la propia fertilidad. Y este empeño tiene sentido desde el punto de vista de la moral biológica.

La Iglesia sostiene que los anticonceptivos modernos, como la píldora y los métodos de barrera, no son remedios morales. Pero es que los sacerdotes –de todas las religiones–, a pesar de las sayas y los refajos, no tienen nada de femenino y, aunque no se coman una rosca en toda su vida, son fieles a la estrategia reproductiva masculina de diversificación de la inversión. Estos hombres santos no comprenden que Dios se pone de manifiesto en la biología sexual de la mujer, en sus adaptaciones espectaculares, que operan justamente en sentido contrario, es decir, para concentrar la inversión en unos pocos hijos dotados de la mayor calidad posible. La voluntad femenina de controlar la natalidad es un rasgo coherente con su estrategia de gran inversión que se revela, por ejemplo, en el fenómeno de la menopausia, que es un anticonceptivo natural, tendente a proteger los hijos que están en este mundo por encima de los que puedan venir.

Otro gran error inmoral es su obcecación en promocionar "medios naturales" como la castidad conyugal, la ruleta vaticana y todas esas zarandajas contra natura. El sexo humano no sólo sirve para hacer hijos sino, sobre todo, para dar estabilidad a una pareja y mantener los lazos familiares. Por eso la receptividad femenina quedó disociada de la ovulación y por eso se ocultó el celo. Si el Divino Arquitecto hubiera querido otra cosa de nosotras, nuestro trasero continuaría siendo tierra de nadie y tendríamos una cola de machos –que no ejercerían de padres– esperando para hacernos un hijo a escote.

¿Por qué, entonces, la naturaleza hizo de la anticoncepción un asunto tan endiabladamente difícil? Bueno, la tasa de mortalidad infantil era tan alta que la posibilidad de que las mujeres manejaran su fertilidad sin tener la certidumbre de que sus hijos ya nacidos vivirían hasta la edad de reproducirse no habría sido una buena idea.

Para que os hagáis cargo del problema, en Inglaterra, a comienzos de la era victoriana, en plena revolución industrial, de cada 1.000 neonatos, morían 153. ¿Y los que sobrevivían? Dickens recogió este dato en uno de sus libros: uno de cada cinco moría en el primer año de vida y uno de cada tres antes de llegar a los cinco años. Y es que en Europa fuimos pobres como el que más hasta que se mejoró la higiene, se descubrieron las vacunas y los antibióticos y se enriqueció la dieta. Claro que, al frenar la mortalidad infantil, hubo que tomarse en serio el control de la natalidad, porque la evolución tarda lo suyo en atender nuevas demandas.

Malthus no era partidario de la anticoncepción, pero con su Ensayo sobre la población (1798) suscitó la conciencia social de que la supervivencia del hombre dependería de la reducción del número de nacimientos más que de su aumento. Y dijo algo maravillosamente incorrecto que nadie hoy se atrevería a sostener: que la pobreza no podía ser solucionada mediante la caridad, sino que era un problema causado por los pobres que tenían que resolver ellos mismos. Pues claro. Los pobres no son tontos.

Pero lo terrible es que muchas personas creen que la pobreza en los países subdesarrollados se resuelve con caridad y consagran sus vidas a luchar contra el hambre, las enfermedades, las secuelas de la guerra... sin tener en cuenta que cualquier intervención para paliar estos azotes, si no va ligada a un drástico control de la natalidad, tiene el efecto diabólico de aumentar la pobreza.

Es simple: si una mujer pobre tiene ocho hijos y, gracias a una ONG, viven los ocho hasta la edad de reproducirse, en la siguiente generación puede haber sesenta y cuatro pobres más.

Otra inmoralidad biológica, que va en contra de la evolución, es dejar extinguir los propios genes y, en cambio, promocionar montañas de genes ajenos que, inevitablemente, están condenados a morir o a ser tutelados. Las ONG son tan respetuosas con las (malas) costumbres de los países pobres que pretenden su desarrollo sin cambiar las raíces de su pobreza. Los graves problemas de organización social, la mala negociación sexual entre hombres y mujeres, la pésima política familiar que padecen estos pueblos impedirían, sin ayuda exterior, semejante explosión genética.

Pero los pobres no son menos humanos que nosotros, y debemos esperar que hagan lo mismo que hacemos nosotros: atiborrarse de píldoras y ponerse condones. Os sugiero, por tanto, que colaboréis con ONG que tengan programas de control de natalidad.

Gansada silogística (inevitable):

Los anticonceptivos modernos son remedios morales.

Yo soy Remedios Morales.

Ergo, ¿soy un anticonceptivo moderno?

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