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PINTURA

Paisajes romanos

Hablemos de burbujas. No de burbujas financieras, hablemos de la chispa de la vida, hablemos de burbujas de energía y posibilidades humanas.


	Hablemos de burbujas. No de burbujas financieras, hablemos de la chispa de la vida, hablemos de burbujas de energía y posibilidades humanas.

Hay épocas históricas pobladas de hombres con un exceso de energía creativa que se tornan inagotables hasta lo inverosímil. La Roma del siglo XVII es uno de esos momentos extraños y felices, y a una pequeña parte de los hombres admirables que entonces y allí vivieron y trabajaron se dedica la exposición que esta semana ha comenzado en el Prado: Roma, Naturaleza e Ideal. Paisajes 1600-1650.

Para visitar una exposición de pintura uno necesita varias cosas, entre ellas algunos arraigados prejuicios que desmantelar o confirmar. Yo, por ejemplo, tengo un prejuicio contra la paisajística. Otra cosa que se necesita son buenas piernas y algo de tiempo. Ortega añadía una silla. Yo añado frecuentes pausas para tomar café en la amable aunque impersonal cafetería del Prado y mi favorita belleza prerrafaelita.

En el año del Señor de 1600 y en Roma se encontraban activos (¡y cómo!) Caravaggio, Rubens y Carracci. Es un momento en el que se turnan en el Papado los Ludovisi y los Borghese. Se define la Contrarreforma y los nobles y príncipes de la Iglesia compiten en buen gusto y afán coleccionista.

Pintura de paisajes ha existido desde la Antigüedad Clásica, como demuestran los restos de Pompeya, si bien relegada a una función decorativa de palacios y casas nobles a través de frescos y tapices. Lo que se produce así a partir del año 1600 y lo que magníficamente recoge esta exposición será la reincorporación de esta tradición al tronco del arte público. A lo que Carracci se dedicará es a la codificación de un paisaje idealizado, al ennoblecimiento y exaltación de un género que hasta entonces no necesitaba otra justificación más allá de su función decorativa. Poco a poco, entre Carracci y Poussin el paisaje se ordena entre dos ejes que expresan la concepción teológica del momento: por un lado el paisaje debe ser reflejo de una armonía superior, por otro debe representar la aspiración racional del hombre de domeñar la naturaleza. La exposición es la crónica de esta doble búsqueda.

Para el pintor barroco, el paisaje no precisa ser real, pero sí debe ser verosímil. El Barroco es un arte retórico que busca convencer. Ni se pinta del natural ni es preciso respetar la realidad. Si hay que poner Roma junto al mar, como hace Claude de Lorena, se pone Roma junto al mar. La imaginación reelabora la naturaleza. La verosimilitud exige sin embargo eliminar cuanto sea forzado en poses y expresiones, el manierismo de la generación precedente es enteramente rechazado. Las figuras que aparezcan serán naturales, galantes y llenas de gracia, emanadas naturalmente del paisaje mismo.

En la exposición del Prado encontramos, junto a obras de Carracci, pinturas de sus discípulos Domenichino y Albani, continuadores de la escuela boloñesa; el holandés Paul Brill, que incorporó los paisajes marítimos y portuarios, que continuaría la escuela holandesa y llevaría Turner a su plenitud, o el también holandés Sebastian Vrancx y el apenas conocido alemán Adam Elsheimer, alegre pintor de pequeños paisajes al óleo sobre planchas de cobre, llenos de luz y de minuciosa fascinación por el detalle. Mis favoritos son, con todo, los preciosos, casi abstractos tondos de Goffredo Wals, así como el más cercano Vistas del jardín de la Villa Medici, de Velázquez. Hay igualmente paisajes de Guercino, como el magistral El baño de Diana.

Es con los franceses Lorena y Poussin con los que el paisaje alcanza su plenitud. El equilibrio de sus composiciones clásicas permanecería inalterado hasta que la invención de la fotografía, en el siglo XIX, permitiera la fidelidad absoluta a la realidad, rompiéndose así el delicado equilibrio entre lo real y lo ideal fijado desde Carracci. Su influencia alcanza a Turner, que hizo explícita su deuda con Claude de Lorena, y a Cezanne, devoto estudioso de Poussin, cuyos cuadros parecen no acabarse jamás.

Un total de 83 pinturas, junto a 19 dibujos que retratan, se podrán contemplar a partir de este martes y hasta el 25 de septiembre en el Museo del Prado, en la exposición que les cuento: Roma, Naturaleza e Ideal. Paisajes 1600-1650.

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