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PANORÁMICAS

Otra película sobre la Guerra Civil

El laberinto del fauno está situada en la posguerra española y narra el viaje de Ofelia (Ivana Vaquero), una niña de 13 años, y su madre (Ariadna Gil) a un pueblo en el que se encuentra un destacamento militar liderado por Vidal (Sergi López), un capitán franquista que lucha contra los maquis en la posguerra.

La niña se va a ver envuelta en una doble espiral de violencia: por un lado, el horror de la guerra que envuelve a su familia de carne y hueso y, por el otro, las pruebas en que la embarca un fauno habitante de un laberinto que quiere comprobar si es de veras la hija de los reyes de las profundidades.
 
Como los cuentos de los hermanos Grimm, de Collodi o de cualquiera antes de la edulcoración a que fueron sometidos por Walt Disney, el relato de Guillermo del Toro es de una gran crueldad y horror, poseído por la furia de las pinturas negras de Goya o el ruido de las salvajadas que narraba William Faulkner. Espíritus delicados o pusilánimes, absténganse de esta metáfora bien contada, brillante a veces y que sólo al final desmerece un tanto: una conclusión pseudofeliz ilustrada con una estampa de esplendor un tanto hortera que será la vergüenza de Federico Luppi hasta el final de sus días.
 
Naturalmente, hay buenos y malos a rabiar. El malo de solemnidad es el capitán franquista interpretado por Sergi López, con una cantidad de matices que lo hacen extrañamente atractivo. Al final casi sentimos que la herida filial que lo atormenta sea aún más castigada con la mancha del olvido eterno. La interpretación de López es de las que no se olvidan, porque consigue que lo no dicho pero mostrado (la negación de la muerte mítica del padre, el reloj con la esfera rota cuidadosamente limpiado, el espejo cortado a navaja) forme tanta parte de la ontología del filme como los personajes que aparecen en la pantalla. Se nota en Guillermo del Toro, como sucedía con Hitchcock, Ford o Welles, la filiación cultural católica, con su pesimismo antropológico y la intuición del mal radical, manifestado en la noción del pecado (aquí sobresalen la ira y la soberbia).
 
Y junto a él, pero en el terreno de lo fantástico, una galería de monstruos salidos de la enfermiza imaginación de Del Toro, influida por las lecturas góticas decimonónicas, las pesadillas de Arthur Machen o Lovecraft y las leyendas eternas que hacen disfrutar de terror a los niños de todas las épocas.
 
La buena es Ofelia, una niña imaginativa que sospechamos vive en un estado de constante estrés por el difícil embarazo de su madre y la negrura que invade el alma de su padre, que, como no podía ser de otra forma en un cuento terrible, es su padrastro. Los buenos son los maquis, unos guapos y valerosos resistentes, asistidos por un digno doctor y una criada compasiva.
 
El talento visual de Guillermo del Toro es un tanto estático, más deudor de las ilustraciones gráficas y las obras teatrales que del propio cine. Destacan determinadas secuencias, como el robo al monstruo de los ojos en las manos o la vomitona del sapo gigante. Pero, aunque la relación entre los desastres de la guerra y el riesgo de las aventuras fantásticas está bien engarzada, se resiente el guión de una falta de densidad del reino fantástico, así como de un exceso de sadismo sanguinolento. De hecho, cuando el dolor físico es insinuado –la forma en que el capitán Vidal le cuenta a un prisionero la manera en que lo piensa torturar– es, paradójicamente, más insoportable que en el espectáculo efectista de las piernas amputadas o las caras destrozadas a botellazos.
 
La idea que subyace a los viajes entre la realidad y la ficción de la niña agobiada por la dureza de una realidad que la aplasta es que la imaginación puede ejercer de placebo, opio, evasión respecto de los hechos, pero también de riqueza, creatividad y valentía.
 
La dureza de las imágenes, a veces pasadas de rosca, el maniqueísmo necesario en todo cuento que se precie, en ocasiones excesivamente simplista e ingenuo, no disminuye la calidad de un relato poderoso, una película negra que es capaz de trascender la anécdota histórica que relata para convertirse un discurso universal sobre la crueldad, la guerra y cómo los más débiles son las víctimas propiciatorias de voluntades de poder que fían a sus ideales y sus dogmas la vida de las personas.
 
Tras El espinazo del diablo, un tanto aburrida y esquemática, El laberinto del fauno eleva el nivel de lo que debe ser un tríptico sobre la guerra civil española que terminará con la proyectada 39,93. Candidata de México a los Óscar, es más que probable que se enfrente en el duelo final al Volver de Almodóvar.
 
 
El laberinto del fauno (España-México, 2006; 112 min). Director: Guillermo del Toro. Intérpretes: Sergi López, Maribel Verdú, Ivana Baquero, Doug Jones, Ariadna Gil. Calificación: Efectista (7/10).
 
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