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VUESTRO SEXO, HIJOS MÍOS

Ostras o caracoles

Queridos copulantes: Cuando nace un niño y la gente lo ve en pelotillas, enseguida piensa: "A cojón visto, macho seguro"; y bueno, será macho biológicamente, pero quizá no llegue a ser heterosexual. Hay homosexuales que aseguran que lo fueron siempre; y tampoco es eso, porque durante los primeros años de vida el nene no distingue entre los caracoles y las ostras.


	Queridos copulantes: Cuando nace un niño y la gente lo ve en pelotillas, enseguida piensa: "A cojón visto, macho seguro"; y bueno, será macho biológicamente, pero quizá no llegue a ser heterosexual. Hay homosexuales que aseguran que lo fueron siempre; y tampoco es eso, porque durante los primeros años de vida el nene no distingue entre los caracoles y las ostras.

Luego pasa una década en punto muerto y las niñas le importan un pito. Aunque asista a un colegio mixto, el varoncito se socializa con otros niños y con ellos realiza sus primeros juegos pícaros y exploraciones sexuales. Cuando las glándulas empiezan a trabajar a todo ritmo y el chaval recibe su ducha de hormonas, descubre en el sexo femenino el objetivo de sus futuras exploraciones. Pero a veces un chico se queda atrapado en el punto muerto, sin llegar a madurar sexualmente y sin poder cambiar el foco de interés sexual.

Como os digo, es normal que los adolescentes masculinos tengan experiencias homosexuales fugaces, que forman parte de la etapa de exploración sexual y que no dejan huella. Según el Informe Hite, el 43 por ciento de los varones que contestaron su cuestionario afirmó haber tenido algún tipo de experiencia homosexual en la niñez o en la adolescencia. Kinsey dio una cifra del 48 por cien. En este tipo de experiencias no hay una implicación sentimental ni afectuosa. Sólo se busca la diversión que no es posible tener con las chicas. La inmensa mayoría de los chavales fueron después adultos heterosexuales sin traumas.

¿Por qué algunos jóvenes quedan enganchados a la homosexualidad y otros no? Bueno, si la homosexualidad fuera un premio que se obtiene acumulando puntos, un adolescente obtendría un buen montón si añadiera a los escarceos homosexuales alguna o varias de estas circunstancias:

– Una mala acogida por parte del sexo contrario. El sentimiento de rechazo es frecuente en la adolescencia. La gordura, la torpeza, los granos, la miopía, etc., pueden provocar burlas y desprecios (¡mira que tienen mala leche las criaturas!) y, si se tiene una personalidad pusilánime, quizá es preferible permanecer refugiado en la inmadurez y considerar a los del mismo sexo como compañeros más atractivos.

– Tener un padre ausente o eclipsado por una madre de fuerte personalidad con la que el hijo se identifica y carecer de alguna otra figura paterna a la que imitar. Te caen, con esta gracia, un buen montón de puntos porque no puedes aprender el guión que te corresponde. Todos conocemos algún caso así.

– Llegar al momento de explorar el sexo contrario sin tener a mano un ejemplar para practicar o sufrir la imposición de poderosas restricciones a las actividades heterosexuales. Este es el caso de las academias militares, los seminarios o los colegios y universidades –sobre todo inglesas– de prestigio, auténticos viveros de homosexuales que, de no ser por las circunstancias, nunca lo serían. Se podría pensar que, una vez desaparece la situación de aislamiento, se pierden los puntos ganados y se vuelve a la casilla de salida, pero de eso nada, porque muchos jugadores quedan tan marcados y condicionados por la recompensa sexual adquirida, que no son capaces de deshacer el camino andado.

Posner, que ha estudiado la homosexualidad desde el punto de vista de la economía, ha elaborado la teoría llamada del homosexual oportunista, en la que se atribuye el comportamiento homosexual al intento de adaptación de un individuo que está restringido a unas circunstancias dentro de las cuales trata de obtener una situación más favorable.

El oportunismo homosexual no se limita, hoy día, al ejercicio del sexo, sino que se extiende a una esfera mucho más amplia. Los homosexuales masculinos forman una subcultura con sus propias costumbres, actividades, modas y lenguaje, y constituyen un grupo de presión muy poderoso y excluyente que ha conseguido, en los países occidentales, no sólo pleno reconocimiento y protección por parte del estado, sino que ha logrado alcanzar la elite social. El joven que se hace un hueco en esa hermandad tiene más probabilidades de triunfar en muchas profesiones, así que es fácil dejarse seducir y difícil salir de ese acogedor círculo una vez se ha pasado a engrosar sus filas.

Aunque Wilson dice que los homosexuales, en las sociedades modernas –que no en las primitivas–, apenas difieren de los heterosexuales y que no se travisten ni amaneran, no sucedió así con mi primo Mariano (sí, yo también tengo un primo homosexual). Este chico era un alfeñique granujiento y acomplejado. Su primer amor, una francesa, lo había tratado como a un microorganismo. Sucedió que, un verano, mi amiga Rosapura y yo lo disfrazamos de cabaretera para una fiesta. Recuerdo que, como no teníamos zapatos de tacón a su medida, le alquilamos los de su boda a Maruja la Faneca, una mariscadora que tenía unos pies enormes. También le fabricamos una personalidad y un nombre.

Así dimos a luz una belleza picante: Coralito Bermellón. En la fiesta cantó con voz cavernosa al estilo de Sara Montiel y fue, por primera vez en su vida, el centro de atención de todo el mundo. Como éramos muy ingenuas, sólo después de algún tiempo supimos que aquella travesura había tenido consecuencias irreversibles. Después de un periodo de promiscuidad, mi primo formó pareja estable con un empresario del aceite. Ahora creo que, en el fondo, mi primo estaba sentenciado, porque tenía ya varias series de puntos acumulados... Al fin y al cabo, ya lo llamaba todo el mundo Mariculo.

No pocos autores creen que hay una homosexualidad genética y, muy seriamente, ponen de relieve lo valiosos que son los homosexuales –masculinos– y lo mucho que la humanidad se ha beneficiado de sus genes. ¿La prueba? Ahí están, destacando entre los grandes autores literarios, en las bellas artes, en la moda y hasta en la política, aportando a la cultura su gran talento. Claro que, como esos genes tan beneficiosos necesitan una persona del sexo contrario para propagarse, estos autores se han apresurado a explicar la razón de que no se hayan extinguido. Según ellos, los genes pasan de generación en generación por vía colateral, porque los homosexuales han proyectado su sombra acogedora sobre la tribu y, en especial, sobre la parentela –con la que comparten sólo un pequeño porcentaje de genes– y han conseguido promocionarlos.

Bueno, bueno, queridos, sin ánimo de insultar, los científicos, a veces, parecen unos alcornoques. Es dudoso que existan los genes de la homosexualidad; más dudoso aún es que, de existir, vayan unidos a los genes del talento. Pero, en todo caso, tienen poco sentido estos argumentos porque, antes de ser tan excluyente como lo es ahora, la homosexualidad era un rasgo anticopulatorio muy flojito, y hasta que se puso de moda consagrarse a ella las peculiaridades de cada cual no representaban un impedimento para cumplir con el débito conyugal y tener hijos. Si es cierto que existen genes propensos, soy capaz de apostar mi libro de cabecera (El bienestar intestinal) a que se las han arreglado muy bien por la vía natural.

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