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DRAGONES Y MAZMORRAS

Oidores y odiadores

Faltó tiempo la semana pasada para que, nada más publicar yo mi crónica dedicada a Elías Canetti con ocasión de su centenario y, en lo que a mí respecta, de la relectura de su obra, faltó tiempo, digo, para que al día siguiente los periódicos sacaran la noticia de que se acababa de publicar en español un nuevo libro de este autor, cosa de la que yo no sabía nada, lo confieso, enfrascada como estaba en mis viejas ediciones de la editorial Muchnick.

Faltó tiempo la semana pasada para que, nada más publicar yo mi crónica dedicada a Elías Canetti con ocasión de su centenario y, en lo que a mí respecta, de la relectura de su obra, faltó tiempo, digo, para que al día siguiente los periódicos sacaran la noticia de que se acababa de publicar en español un nuevo libro de este autor, cosa de la que yo no sabía nada, lo confieso, enfrascada como estaba en mis viejas ediciones de la editorial Muchnick.
Elías Canetti
Pues bien, ha sido en la editorial Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, pero no dentro de las Obras Completas sino aparte, donde se ha publicado esa Fiesta bajo las bombas. Los años ingleses, bajo el cuidado editorial de Ignacio Echevarría, Susana Pellicer y Juan Manuel de Prada y con traducción de Genoveva Dieterich.
 
No soy la única sorprendida con este inédito, cuya publicación –como reza en la contracubierta del libro– "se sustrae excepcionalmente de las severas instrucciones que Canetti impuso sobre su legado, el cual no podrá hacerse público hasta el año 2024". La editorial ha dado algunas explicaciones al respecto que no sé si son muy convincentes (la responsabilidad no es, como supondrán, suya, sino de los herederos de Canetti), pero no seré yo quien se queje de la presunta sustracción, pues nada me garantiza que para esas fechas –que, si contamos con la traducción, será muy posterior para los que no somos germanoleyentes– esté yo en condiciones de encararme ni con los textos de Canetti ni con los de ningún otro, y bien que lo siento.
 
Como aún no he podido leer el libro, sólo especularé lo poco que me permiten las declaraciones públicas de los editores (Echevarría y De Prada), que han presentado a Canetti como un "severo odiador", lo que añadido a mi categorización del mismo como "gran oidor" amplía considerablemente el interés de todo lo que pueda haber en esas páginas. Esa vena satírica de Canetti no es nueva, sino que puede rastrearse, a veces de manera cruel, en toda su obra.
 
Él se consideraba, cierto, un satírico y un moralista, o sea un desmoralizador, y aunque Canetti se identificaba sobre todo con Stendhal, (en lo tocante a literatura francesa) a quien más se parece es a Flaubert, que ya a los diez años se pirraba por oír las conservaciones de las amigas de su madre "para reírse de ellas". Ambos son de la misma ralea, la de los oidores-odiadores. Les ocurre lo mismo a otros grandes admiradores de la estupidez humana, como Robert Musil (tan admirado por Canetti) o el propio Cervantes, aun con su pizca de compasión humana.
 
Francisco Umbral.Y hablando de compasión humana, ésa es precisamente la virtud que Raúl del Pozo encontraba que había venido a suavizar la tenebrosa reputación de Francisco Umbral. Me explico, por si a alguien le sorprende este parachutaje en la realidad nacional. Me sentía yo en deuda con ustedes por la de tiempo que llevaba sin proporcionarles una crónica detallada de alguno de los numerosos actos que crucifican nuestra geografía urbana, del modo inmisericorde con el que se crucifican las cosas.
 
Puesta a elegir, y tiempo hubo en que podía hacerlo con holgura, habría preferido asistir a los actos de celebración del número 100 de la Revista de Libros, con la que tengo grandes afinidades, pero me coincidía con la radio. Así que, tras echar un repaso a la agenda de la semana, elegí la presentación de Días felices en Argüelles, de Francisco Umbral, a cargo de Raúl del Pozo en la Fundación Winterthur, como justo castigo a mi dejadez profesional.
 
Cuando me arrepentí era ya demasiado tarde, pues estaba sólidamente encastrada en uno de los confortables sillones del auditorio. Y menuda sorpresa me llevé al comprobar que, fuera del autor, del presentador y de Jaime de Marichalar, yo ni conocía ni reconocía a nadie, ni siquiera a los editores, y eso que se trataba de la editorial Planeta.
 
Estaba a punto de creer que, por culpa de mi desidia, me había quedado sin claves ni referencias socioculturales cuando caí en la cuenta de que no había pasado tanto tiempo desde mi última inmersión pública como para que hubieran cambiado los interlocutores, sobre todo cuando los actores seguían siendo los mismos. Hasta que la avanzada edad de los asistentes, su intenso bronceado y el abultamiento enfermizo de los labios de las hembras de la especie me dieron la pista de que casi todos debían de pertenecer a la abigarrada y para mí desconocida tribu de candidatos a la prensa del corazón.
 
Raúl del Pozo, tan bronceado como el que más, leyó un texto sobre los tiempos pasados evocados en este libro de memorias, que al parecer transcurre en todas partes menos en Madrid y menos aún en el barrio de Argüelles. Y así, siguió desgranando una prosa llena de palabras fuertes y metáforas agridulces, aderezadas de nostalgia y testosterona, hasta llegar a ese comentario que hice al principio sobre la dulcificación de Umbral, el cual, según Del Pozo, con el tiempo se ha llenado de piedad y de indiferencia y que eso, tal vez, sea el destino de todos.
 
Umbral, cuya palidez contrastaba notablemente con el abigarramiento cromático de su entorno, agradeció a R. del P. sus amables palabras y dio la clave de su obra al desvelar que considera este libro su París era una fiesta o, aún mejor, su Zazie dans le métro. A pesar de que Umbral no es santo de mi devoción, estoy convencida de que su libro es mucho mejor que cualquiera de esos dos. Que el de Hemingway, porque es un bodrio, y el de Queneau, porque no hay nada más pesado que tener que estar consultando todo el tiempo los diccionarios de argot.
 
Y en español, por mucho que se haya empeñado Umbral, no se puede torturar tanto el lenguaje.
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