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CRÓNICA NEGRA

Nagore que estás en los cielos

He visto a Asun Casasola en los platós defendiendo la memoria de su hija, Nagore Laffage, estudiante de Enfermería de 20 años. Fue el día de San Fermín de 2008 cuando el psiquiatra residente en la Clínica de Navarra José Diego Yllanes, de 27, la mató a golpes, golpes salvajes. Acabó estrangulándola con una sola mano. Además, le cercenó el índice de la derecha para dificultar la identificación del cadáver.


	He visto a Asun Casasola en los platós defendiendo la memoria de su hija, Nagore Laffage, estudiante de Enfermería de 20 años. Fue el día de San Fermín de 2008 cuando el psiquiatra residente en la Clínica de Navarra José Diego Yllanes, de 27, la mató a golpes, golpes salvajes. Acabó estrangulándola con una sola mano. Además, le cercenó el índice de la derecha para dificultar la identificación del cadáver.
Asun Casasola.

Los restos de Nagore aparecieron a veinte kilómetros de Pamplona, envueltos en un plástico azul, en un bosque del valle del Erro.

El 112 recibe una llamada de desesperación, apenas un latido. Alguien susurra: "Me va a matar". Según habría de saberse, Nagore deja de respirar cuando su agresor le atenaza el cuello. Serían casi las diez de la mañana. Hacía solo tres horas que Diego había entrado con ella en su casa. El psiquiatra se vuelve loco con la belleza de Nagore.

La cineasta Helena Taberna ha hecho un documental que coincide con la aceptación en el Tribunal Supremo del recurso a la sentencia que condena a Diego por homicidio en vez de por asesinato. Nagore, que así se llama el documental, fue exhibido en la Seminci de Valladolid. En él, Taberna indaga sobre los motivos de tanta violencia. Los que la vivimos nos quedamos con la imagen del psiquiatra en pleno ataque de nervios junto a la bañera: no acierta a decir qué pasó, o lo dice de forma incoherente y titubeante. Cuando se le pasa el arrebato, la ira, no queda más que un chico pijín que ojalá tuviera a papá oso para protegerle de la que se le viene encima.

El documental es respetuoso, quizá hasta demasiado. Los familiares del homicida quedan diluidos en el entorno social, tan estructurado. Se reconstruye la muerte de la joven enfermera para tratar de entender, pero no se investiga de igual modo entre los familiares del agresor, cuyo dolor se respeta. El material con el que se ha fabricado es de muy buena calidad. Incluso se muestran las últimas imágenes de Nagore viva, con pantalón blanco y camiseta roja, acompañada del presunto autor del crimen, que vestía de blanco con pañuelo rojo al cuello. La diferencia de fuerzas es apreciable: el chico es como un látigo de fibra, o tal vez recubierto de cuero, firme, flexible, fuerte; ella es una porcelana: bella, delicada. Ella se quiebra a latigazos, a impulsos de una mano que se cierra firme como una tenaza.

Asun Casasola abre los ojos llenos de incredulidad. Un chico bien, un pamplonés de buena familia, San Fermín y la muerte. No es posible. Pero lo es; incluso que el chico le ha gustado al jurado de jueces legos, que le ha condenado a dos de pipas. No parece que pusieran mucha atención al video de la reconstrucción, donde el chico hace una recreación de un ataque de nervios como nadie tiene ya. Un ataque de nervios que quizá esté descrito por Hipócrates, o por James Joyce en Finnegans Wake. El jurado mira de frente a un chico guapo, de suaves maneras pero con riesgo de perder los papeles.

Hay que mirar a Diego y valorar lo que dicen los forenses: que le bastó una sola mano, pero que usó las dos para hacérselo pasar muy mal a Nagore –y a su madre y a todos los que sabemos su historia–. Diego es experto en los líos de la mente, y tal vez pueda improvisar una representación mejor que un homicida que no sea psiquiatra. A lo peor, si tiene la oportunidad de ver Nagore, el documental –que les recomiendo a todos ustedes–, no se reconoce.

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