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CRÓNICA NEGRA

Nada de perdonar al que intenta matarte

El otro día una mujer de 35 años se arrojó a las vías del metro en Vicálvaro, línea nueve. En sus brazos llevaba a su hija de cuatro años. Las dos fueron arrolladas por el convoy que entraba en la estación, por lo que sufrieron graves heridas y amputaciones. La niña está algo mejor que la madre; las dos salvarán la vida.


	El otro día una mujer de 35 años se arrojó a las vías del metro en Vicálvaro, línea nueve. En sus brazos llevaba a su hija de cuatro años. Las dos fueron arrolladas por el convoy que entraba en la estación, por lo que sufrieron graves heridas y amputaciones. La niña está algo mejor que la madre; las dos salvarán la vida.

La madre podría ser responsable de lo que los psiquiatras denominan "un suicidio ampliado", que se produce cuando una persona decide quitarse la vida y llevarse a los suyos consigo. La madre, probablemente con razones de peso, eligió terminar con su existencia; pero decidir por su hija de tan solo cuatro años es un exceso imperdonable.

Si de verdad pensó en matarse y no abandonar aquí a la pequeña, pensó como una delincuente, como una asesina sin razón ni derecho alguno. Mal está que pienses en quitarte la vida, pero decidir por otro, aunque sea tu propia hija, es infinitamente peor.

Tirarse al metro está pasado de moda, suicidarse es un gesto retrógrado, odioso, digno de personas que han perdido su capacidad de razonar, incapaces de conservar la propia identidad, el impulso de seguir adelante. Hablamos, claro de personas sanas, porque otra cosa es que decida matarse alguien que está gravemente enfermo o que ha perdido la cabeza por alguna alferecía. Los enfermos no son responsables ni imputables; ni de tratar de suicidarse, cosa que no persigue la ley, ni de intentar matar a otros.

Yo soy de los que piensan que Larra cometió una soberana tontería: volarse la cabeza por cuestión de amores. Ni Dolores Armijo ni el amor de los amantes de Teruel merecen quitarse la vida. Ni Capuletos ni Montescos, Mariano José. Fuiste autor de una obscena exhibición de frivolidad; lo único que te quita algo de culpa es que al menos no te tiraste al paso del tren, porque encima de necio habría quedado hortera.

Como está sociedad de nuestros pecados es tan hipócrita, se hurta el debate sobre el suicidio, bajo la falacia de que el suicidio se pega; de tal forma que si se habla del mismo se corre el peligro de que se produzca una oleada de atentados contra la propia existencia. Esto no es una verdad científica, y el axioma de que El joven Werther de Goethe produjo una epidemia de suicidios en Europa es más falso que Judas.

Lo único cierto es que mientras el poder siga siendo tan esotérico, seguirán muriendo débiles mentales colgados de los árboles o partidos por las ruedas del vagón, dado que todo el mundo lo cree resultado de una fatalidad. Tal y como demostró Semmelweis, sólo la higiene sana; y la higiene de los males sociales es también la limpieza. Luz y taquígrafos para no adjudicar falsas alabanzas a se mata matando a sus hijo. El que mata es un homicida. Y si matas a tu hijo tienes un nombre más feo todavía: parricida.

Si te matas por amor, no conoces el amor; porque el amor es la vida. Si te matas es porque te has agotado en el fondo de la cloaca, lugar que solo visitan los pagados de sí mismos, los orgullosos y vanidosos, los poseídos por la egolatría y las sustancias euforizantes.

Un beso de Dolores Armijo no vale el dolor de una bala, un feo revólver no vale el hermoso funcionamiento de un cerebro, un arrebato no vale cortar de raíz la mejor carrera periodística de la época. Larra debió seguir escribiendo y escribir del suicidio, para matar el amor o renunciar a él, pero nunca apretar el gatillo.

Si querías hacerla llorar de veras, Mariano José, te habría bastado con haber seguido vivo. Una mujer que te empuja a la locura de la muerte recibirá su merecido únicamente si te niegas a seguirle el rollo. ¿Y qué decir de una dama que se quita la vida por un hombre si encima tiene hijos? Que uno a uno valen tanto como él; y todos juntos, más que él.

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