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CRÓNICA NEGRA

Mi experiencia con los asesinos en serie

Cuando empezamos a trabajar con la policía, teníamos que ir a la Puerta del Sol, a la DGS (Dirección General de Seguridad), a recoger la papela que nos daban con los sucesos del día, y con la que redactábamos las noticias-base de la página de Sucesos.


	Cuando empezamos a trabajar con la policía, teníamos que ir a la Puerta del Sol, a la DGS (Dirección General de Seguridad), a recoger la papela que nos daban con los sucesos del día, y con la que redactábamos las noticias-base de la página de Sucesos.
Puerta del Sol.

Yo por entonces trabajaba en el diario Pueblo, el periódico donde aprendí todo lo que sé de periodismo, y tengo que decir, sin falsa modestia, que después, por donde quiera que he ido, he ido siempre a enseñar. Las noticias que nos daban eran alicortas, desprovistas de mordiente, y en prosa de funcionario. Pero teníamos cogido el tranquillo a ese jueguecito de politicastros represores en plena dictadura, y enseguida le dábamos luz a la cosa, ampliando detalles, buscando testimonios y procurando entrevistas esclarecedoras.

A pesar de todo, los sucesos necesitaban siempre más, así que acabamos por negarnos a ir a la DGS a recoger lo que nos querían dar e, iluminados por nuestros grandes compañeros Camarero, Marlasca y compañía, empezamos a montarnos en los coches de los polis amigos y a escribir directamente nuestras noticias, despreciando aquella basurilla del régimen, que pretendía mantenernos eternamente domesticados.

Para la autoridad no había enigma ni complicación, todo se resolvía adecuadamente. Los poderosos no tenían responsabilidad alguna, nunca eran molestados, el crimen era solo cosa de pobres. Naturalmente, en un país decente no cabían dos hechos de sangre en la misma semana, y la eficacia política de la brigada político-social resolvía todos los sucesos criminales bajo el lema de que el criminal nunca gana.

Joaquín LeguinaEl simple fluir de la vida nos fue quitando la venda de los ojos: la autoridad solo nos decía una parte de la verdad, nunca toda ni de la forma más conveniente. De modo que aquello de darnos algo escondía el veneno de un engaño. La verdad de lo que sucedía estaba en otra parte, salía de otra oficina y no de aquella tan siniestra en la que nos atendían; dicen que, si prestabas atención, podías escuchar los gritos de los detenidos que estaban abajo, pero yo jamás escuché gritar a nadie. La leyenda continúa hasta que Joaquín Leguina llega a presidente de la Comunidad de Madrid y habilita el viejo edificio como palacio presidencial. Los progres quisieron enseguida visitar los pozos de tortura, donde pensaban que encontrarían restos de huesos y cabellos chamuscados.

El caso es que de la experiencia aprendieron a no decir toda la verdad sobre la seguridad ciudadana, a no conceder espacio al crimen, sabedores de que si confiesas las cosas que de verdad pasan, puedes dar la idea de que no gobiernas adecuadamente. Ahora bien, si nadie se entera de lo que ocurre, es como si nada pasara. Estas normas de los políticos de la dictablanda de Primo de Rivera, y luego de la dictadura de Franco, han anidado enseguida entre los estalinistas de izquierdas y los franquistas, beatos y santurrones, que todavía los hay, y que aspiran a seguir dando la papela en la DGS a los periodistas para confundirnos con nuestras escasas luces.

Lo bueno es que, con este presunto celador de Olot, que al final igual ha matado tanto como el Matamendigos, el periódico El País se ha quitado la patata de la boca, se ha dejado de pijoterías y ha hablado por primera vez de asesinos en serie. Guardo el ejemplar como prueba del día en que cambió nuestro pequeño mundo. Incluso se ha atrevido a dar una lista de presuntos asesinos en serie españoles, sacada de aquí y de allá, de los filones de los criminólogos. A la fuerza ahorcan, con lo que ahora ya no hay marcha atrás: o sea que han homologado España con el resto del mundo. En Olot, Gerona, España, para que todos los sepan, se mata igual que en el Londres de Jack, el Boston del Estrangulador, el Düselldorf del Vampiro o el Milkwaukee del Carnicero.

Miren ustedes: ahí fuera hay hombres malos, que son capaces de matarles por nada, por el vicio de matar, aunque su político de cabecera no hable de ello en su lista de buenos propósitos para no perder las elecciones. A veces esos hombres malos tienen la misión de curarles, pero sufren una transformación aberrante. Yo, por ejemplo, he tenido que asistir a una de esas mutaciones de médico en fiera corrupia, y les aseguro que pasé mucho miedo...

Los asesinos seriales matan porque les alivia, porque les sube la autoestima, porque disfrutan haciéndolo. Aunque haya una cantidad enorme de bobalicones que conceden siempre a la maldad el beneficio de la locura.

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