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CHUECADILLY CIRCUS

Maribel, la primera fag-hag de Chueca

Que me perdonen los tres lectores que todavía me aguantan, que diría el novelista zampabollos, tortas y obleas, pero a la próxima que me cuente que el otro día conoció a no sé quién que le dijo que había hablado con uno que se ligó a alguien que estuvo en Barcelona en los 70 le atizo con cuatro kilos de best-seller, a ver si se le quita la tontería de encima. ¿Y los 80 qué?

Que me perdonen los tres lectores que todavía me aguantan, que diría el novelista zampabollos, tortas y obleas, pero a la próxima que me cuente que el otro día conoció a no sé quién que le dijo que había hablado con uno que se ligó a alguien que estuvo en Barcelona en los 70 le atizo con cuatro kilos de best-seller, a ver si se le quita la tontería de encima. ¿Y los 80 qué?
Tampoco es que yo sea estrictamente ochentero –soy bastante más joven y estoy muchísimo más delgado que, pongamos por caso, Juan Manuel de Prada, y además no me arrepiento de casi nada–, pero sí precoz. Y mucho. Si lo sabrá mi hermana, cómplice a su pesar de aquellas noches tan very, very locas. En cuanto mi madre cerraba la puerta de casa para ir a tomar una copa, yo saltaba de la cama cual guepardo, me hacía un medio cardado siniestro con poco talento y dos kilos de laca, disimulaba el buen estado de salud con un toque de raya negra a lo Robert Smith, es decir, estilo prostituta con exceso de trabajo, y ponía pies en polvorosa hacia el barrio de la perdición.
 
Como todo el mundo sabe, en Barcelona tuvieron los 70, pero los 80, los 90, los 00 y lo que te rondaré morena fueron, son y serán aquí... o no serán. Hasta el establishment zerolista ha cambiado la fecha del Orgullo, a ver si los nordestinos pueden montar manifa propia. Todo el mundo apechuga como puede: ZP trasvasa agua o la envía en buques cisterna, las mariprogres despachan un par de trenes de maricas politizadas, como les llamaba La Veneno en el ¿Dónde estás, corazón? de la semana pasada. Etcétera. 
 
Politizado tal vez poco, pero reivindicativo como el que más. Así que ayer me puse el outfit de antropólogo social y me lancé a las calles de Chueca con mi inseparable Fan Fatal ("Siempre nos quedará Aspen") en busca de alguna reliquia de los 80. Y vaya si la encontré. Bueno, en realidad se trataba de su hija, pero para el caso es lo mismo.
 
El feliz encuentro se produjo en un local maravilloso, único en su género si exceptuamos las cafeterías italianas 24 horas del Soho londinense: el mítico El 37, sito en el mismo número de la calle Hortaleza. Allí nos reuníamos todos, incluso los que dicen que nunca estuvieron, a cenar por dos duros, tomar una coca-cola antes de las discotecas y admirar o motejar, según fuera el caso, el ganado. Como si nosotros no fuéramos parte de él, o no se nos notara de qué íbamos (¡tierna juventud!).
 
Interior de Vivares 37.Recuerdo aquellos ligues, ese "Manolito, creo que he contactado" que susurrábamos alborozados, como si aquello fuera una película de espías. Eso sí, todo con buena educación y mejores costumbres, sin molestar ni hacer ruido. Entre mis contactos de aquella época había un argelino de metro noventa, portero de una discoteca de Alcorcón. El chico se enamoró después de una primera juerga con mucho champán y poca conversación, y me llamaba para invitarme a visitarlo a su puesto de trabajo. Nunca fui –désolé–.
 
Más de uno se estará imaginando algún antro oscuro con mucha luz de neón, ambientador de pino y aire acondicionado siberiano. Not at all. Aquello era un bar castizo de toda la vida, tostada y carajillo, pincho de tortilla y menú del día. Maribel y Antonio (detrás de toda gran mujer siempre hay un hombre que no se cree su suerte) lo abrieron en los 80 con mucha ilusión y poco dinero. Él atendía la barra y ella se ocupaba del customer service y de las public relations, o sea de la cocina, las mesas y la limpieza.
 
La especialización en el público gay llegó por pura casualidad. Resulta que un día un cliente le dijo a Maribel que aquello se estaba convirtiendo en un club de maricones, y ella, ni corta ni perezosa, convirtió el negocio en militancia, sin pedir un duro al Gobierno ni solicitar carroza en el Orgullo Gay (ni falta que le hacía). Y claro, de ahí lo de la primera fag-hag:
– ¡Hola niños! ¡Pero qué guapos que venís todos esta noche! Tú el alcohol ni probarlo, que tienes cara de no pasar de 17. No quiero que luego venga tu madre a cantarme las 40...
Total, que aquello floreció como las amapolas tras un lluvasco primaveral, el matrimonio se mudó a un local mucho mayor en la acera de enfrente y dejaron el viejo 37 como almacén. Hasta que Isabel, imbuida del espíritu emprendedor de sus padres, reabrió hace pocas semanas el eatery, pero en versión siglo XXI: Vivares 37.
– ¿Pero cómo te ha dado por la hostelería, con lo dura que es? ¿Acaso no te lo han contado tus padres?
– Es que tengo tres hijos y quiero que vivan muy bien. Así que aquí estamos mi hermano José Antonio y yo resucitando el espíritu del 37, ya sabes, calidad, buenos precios y atención personalizada. Hemos cambiado la decoración, que ahora es hípermoderna, pero mantenemos la hospitalidad y la simpatía de siempre... Bueno, te dejo que tengo que ir a buscar a las niñas al colegio. Vuelve cuando quieras, corazón.
Y tanto. Vivares 37 ofrece tres tipos de menú a mediodía: tradicional (paella y esas cosas), semi chic (12€) y pijo (17€). En el segundo hay crema de melón con virutas de jamón y uvas, habitas tiernísimas con beicon y huevo frito, mero en salsa verde, bacalao rebozado y un magnífico solomillo ibérico con mostaza de la buena y jerez. Además, postres variados para compartir (tartas de chocolate, cuajada y maracujá y macedonia de frutas bañada en zumo de naranja). La opción pija cuenta con un maravilloso vol-au-vent de morcilla bien frita y piñones gratinados con bechamel, chipirones salteados con cebolla caramelizada, superfiletón de primera con un montón de guarnición de lo que quieran y tarta de queso.
 
Y para la noche, una selección de platos de toda la vida con toques modernos. En breve, carta de vinos (el de la casa no está nada mal) y menús personalizados para cenas íntimas, cumpleaños o pequeñas celebraciones con música especial y servilletas conmemorativas. Las mesas están separadas por paneles transparentes, ideales para ver y ser visto... pero no oído. O sea, divino.
 
A pesar de que llevan muy poco, Isabel y J. A. han conseguido atraerse una clientela de lo más abigarrado; el otro día, dos provectas plumas de la prensa madrileña que despotricaban contra Carme Chacón y Zerolo (no hay panel insonorizador que se me resista): "Está preocupadísima por la reacción de la Brunete Mediática a su nombramiento... ¿Será (piiii)? ¿Y qué me dices del otro, ahí, a ver si se ligaba un sargento?". Frente a ellos, un alto ejecutivo de los que quitan el hipo. A su derecha, modelos, aspirantes a starlettes y gente normal. Al fondo del comedor, el porn star Francesco D'Macho, el único que puede permitirse el chándal en un lugar así, con mucho glamour y sin una gota de pretensión, gracias a Dios.
 
En fin, que Barna já foi, que dicen los lusitanos. En cambio, en Madrid el sol sigue saliendo para todos. Los padres llegaron, los hijos se quedaron y los nietos harán lo que quieran con la guita ganada con el sudor de sus frentes. De los Dover a las gachís, toíto brilla en Madrid.
 
 
Enquire within: chuecadilly@yahoo.es

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