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CÓMO ESTÁ EL PATIO

¡Mamá, quiero ser funcionario!

En la España rural de los setenta las madres soñaban con que sus hijos aprobaran una oposición y se convirtieran en funcionarios. Daba igual el cuerpo, la subescala o la administración en que recayeran, lo importante era sacar una plaza y tener un sueldo para toda la vida. Por si fuera poco, con calefacción en invierno y aire acondicionado en verano, ventajas de cuya importancia sólo se puede ser plenamente consciente si se conocen de primera mano los rigores del trabajo en el campo.


	En la España rural de los setenta las madres soñaban con que sus hijos aprobaran una oposición y se convirtieran en funcionarios. Daba igual el cuerpo, la subescala o la administración en que recayeran, lo importante era sacar una plaza y tener un sueldo para toda la vida. Por si fuera poco, con calefacción en invierno y aire acondicionado en verano, ventajas de cuya importancia sólo se puede ser plenamente consciente si se conocen de primera mano los rigores del trabajo en el campo.

En esa época, el consejo de las madres (los padres, no sé por qué, en esto no se metían) era de puro sentido común. Su concepción utilitarista de la existencia les llevaba a aconsejar a sus hijos que se garantizaran un pasar de la forma más confortable posible. Y eso fue lo que hicimos muchos; sobre todo, en tiempos en que aprobar una oposición no era precisamente una de las pruebas de Hércules.

Con el desarrollo económico, la generalización de los estudios universitarios y la apertura de la economía al mundo globalizado entramos en un periodo en que aspirar a una plaza de funcionario sólo estaba justificado si se tenía una especial vocación por la medicina o la enseñanza, dado el cuasi monopolio que el estado mantiene en esas profesiones. Pasar los días enterrado en una montaña de expedientes y cobrar por ello un salario por debajo de la media no era precisamente algo como para enorgullecerse en las reuniones de amigos. Más bien, el funcionario de los noventa era considerado una persona con escasas aspiraciones que dejaba pasar las oportunidades de ganar dinero por las migajas que el estado le ingresaba en la cuenta bancaria al final de cada mes.

¿Qué ha pasado para que, de nuevo, tres de cada cuatro españoles quieran ser funcionarios; para que las madres vuelvan a soñar con ver a sus hijos convertidos en jefes de negociado; para que las academias preparatorias tengan que doblar turnos? Pues ha pasado y pasa José Luis Rodríguez Zapatero. Es decir, el socialismo, uno de cuyos efectos más notorios es la desaparición de las oportunidades de negocio en el ámbito privado y la expansión elefantiásica del sector público.

Al celebrar su primera década al frente del PSOE, Zapatero dijo: "Estamos mejor de lo que parece: lo vais a vivir"; y la Pajín salió corriendo a buscar una placa de mármol y un cincel. En efecto, la audiencia a la que iba dirigida la soflama, formada por miembros del PSOE, está mucho mejor que el españolito de a pie. Exentos de sufrir las pifias de su líder, los cargos socialistas son la nueva élite funcionarial, los reyes del trinque presupuestario, y nunca les van a faltar fondos. Analfabetos estructurales, jovenzuelos que han hecho de la política su forma de vida y aspirantes a vivir de lo ajeno sin mayores preocupaciones van a vivir, están viviendo lo bien que se vive cuando quien gobierna es el jefe de la camada.

Las encuestas sobre las salidas profesionales que el español medio prefiere confirman que el PSOE es, en efecto, el partido que más se parece a España. Como no todos los parados caben en la nómina del partido, los que quieren ser partícipes del "Vais a vivir" han de tratar de colocarse en tal o cual administración, pero el objetivo es el mismo: vivir sin agobios amarrado y bien amarrado a la teta pública.

Con Aznar, queríamos ser profesionales liberales y nos atrevíamos a emprender negocios; no porque el tío fuera un santo protector de las libertades, sino porque tuvo el sentido común de no entorpecer en exceso la iniciativa privada. Zapatero ha acabado también con ese legado, y nos retrotrae sociológicamente al ruralicio de los setenta. Cuarenta años de retroceso en sólo seis de mandato: una plusmarca que, ciertamente, no está al alcance de cualquiera.

Lo peor es que, mientras que antes el puesto de funcionario te garantizaba un sueldo seguro, con ZP nadie puede confiar en que la administración para la que trabaja no entre en bancarrota de un día para otro. Es el socialismo. Es Zapatero. Que nadie los acuse de traicioneros.

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