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CINE

Luz de domingo

No es posible tratar de cine sin filosofar sobre estética. He ahí la primera prueba, la primera evidencia intelectual, para saber que el cine es un arte. Así razonaba Alfonso Reyes en las primeras décadas del siglo pasado.

No es posible tratar de cine sin filosofar sobre estética. He ahí la primera prueba, la primera evidencia intelectual, para saber que el cine es un arte. Así razonaba Alfonso Reyes en las primeras décadas del siglo pasado.
¿Ha variado ese razonamiento en el primer lustro del siglo XXI? No y sí. No, porque hoy nadie duda de que el cine es un arte. Sí, porque el cine se ha convertido en una vara de medir el resto de artes, especialmente la literatura. La narrativa contemporánea es en buena medida dependiente de la forma de contar el cine. Por eso, precisamente, pocos son los novelistas que renuncian al cine. Es más: buena parte de la narrativa actual está pensada y escrita para ser llevada a la pantalla. Y qué decir de la filosofía respecto al cine, pues algo parecido; más aún: creo que, después de Nietzsche, ha sido el cine, el lenguaje cinematográfico, quien mejor ha sentenciado que el pensamiento, la filosofía, no sólo tiene otra forma de expresión que ya no es la escritura, sino que ésta no se entiende sin la imagen. El cine ha revivido a Platón; o sea, idea viene de ver.
 
En esta circunstancia veo y entiendo la última película de Garci. El montaje es grandioso. La adaptación cinematográfica del cuento de Pérez de Ayala es ajustada y exacta, casi poética, para el cine; estamos ante un excelente guión, porque consigue transformar la estructura dual y de contrastes del cuento –escrito en verso y prosa, narra el enfrentamiento entre Chorizos y Becerriles, o sea, entre dos partidos políticos, o sea, entre el cosmopolitismo civilizador de la vida en la gran ciudad, por un lado, y la barbarie y crueldad contenidas en las formas de la vida rural española, por el otro, etcétera– a un lenguaje más universal, más ecléctico y cinematográfico, sin perder la riqueza contenida en el juego de oposiciones del texto original. Al hilo de ese guión, hallaremos escenas inolvidables y magníficos diálogos, por no decir nada de la ambientación, el vestuario, los silencios, la música, la dirección de actores, los ademanes y grandes interpretaciones –especialmente la de Landa–, que alcanzan a veces la genialidad.
 
Basta detenerse en un par de asuntos para hacerse cargo de todo lo que soporta a esta película. Así, las músicas, muy especialmente la del gaitero Hevia y la de Pablo Cervantes, el compositor de la banda sonora, la fotografía y la iluminación convierten a Luz de domingo en una maravilla visual y auditiva. Pero nada de eso es decisivo. Nada de todo eso es causa. Por el contrario, es la consecuencia de una estética original.
 
Alfredo Landa en 'Luz de domingo', su última películaSí, aunque su origen no es otro que la tradición hispánica, se trata de una nueva estética. Todo el cine de Garci, concebido como estética, contiene una certera ética. De ahí que cine y literatura, cine y pensamiento, convivan en armonía, gracias a esa sabia mediación o filosófica componenda de un director culto e inteligente que no puede ni quiere separar la ética de la estética.
 
El cine de Garci recuerda a los grandes poetas del pensamiento. Luz de domingo cruza con elegancia el puente que lleva de una visualidad grecolatina, según los cánones del sensorio renacentista, a una poesía de pura emoción intelectual. Es una hazaña de la inteligencia, en verdad, un feliz tránsito de la luz de la alegría a la luz de la razón.
 
Luz alegre, luz de domingo, recibe al futuro enamorado el primer día que llega al pueblo; recuerden las escenas bellísimas de la fiesta del pueblo y sentirán con facilidad qué transmite esa luz. Y luz de la razón, luz cotidiana, es la que exhibe ese enamorado a la hora de fajarse con la otra cara de la luz, la sombra. Y si no me creen, persistan en memorizar el diálogo de Alfredo Landa, el abuelo, y Álex González, el marido enamorado, de la protagonista, mientras esperan con impaciencia el feliz parto de un niño, fruto de un destino cruel.
 
Garci es poeta y músico, historiador y cuentista, filósofo y teólogo, sastre e iluminador, pícaro y sabio; y de pronto, como si no quisiera dar muchas explicaciones a los espectadores, nos hace ver que lo que no entiende en un lado lo entiende en otro. Eclecticismo inteligente. Español. Su cine está en los antípodas del relativismo cultural. Aunque nos ofrezca lo último en su ciencia y sabiduría, hay tanteos y exploraciones permanentes. Nada está cerrado. Hay experimentación sincera y honrada. Su cine es abierto y, sobre todo, ancho.
 
La narración poética, la descripción artística, la erudición, la literatura, la historia, la mitología, la ciencia y, naturalmente, la filosofía se entretejen íntimamente. Garci sobrepasa su especialidad. Trasciende el cine para quintaesenciar una cultura milenaria llena de literatura y pensamiento. Es ambicioso. Más que querer, ansía abarcar el cosmos; pero cuando no lo consigue no busca salvación en las alas del esteticismo. Tampoco es la solución la prédica moralizante.
 
Carlos Larrañana en 'Luz de domingo'Garci es un filósofo mayor del sentimiento. Sus películas jamás reducen los sentimientos a meras emociones. Las sensaciones y los afectos forman parte del sentimiento, pero jamás ocupan su lugar. Garci es, sin duda alguna, el mayor crítico del sentimentalismo, la exageración fraudulenta de cualquiera de nuestros afectos, que ha dado el cine español de nuestro tiempo. Su cine es una crítica sosegada tanto del histerismo irracionalista como del relativismo de cartón piedra, de la incultura, que invade nuestras vidas. Garci hace un cine de principios, es decir, una crítica contundente de la sensiblería y el falso nihilismo. Jamás hallaremos en él una pose estética derrotista. Jamás anuncia el Apocalipsis o, por el contrario, el Paraíso. El sentimiento que Garci nos hacer ver, sentir y hasta razonar es auténtico. Es un maestro de los grandes sentimientos morales.
 
El retrato del hombre que soporta el dolor, y a veces la tortura, con valentía y entereza es algo más que un arte. Es una estimativa. Nadie que vea ese retrato hecho por Garci puede dejar de admirar a la persona que ante el horror, incluso ante la presencia de su muerte, conserva la tranquilidad y la presencia de ánimo. Por la misma razón, o mejor, por el mismo retrato que Garci hace del cobarde, desestimamos a quien se derrumba ante los peligros más espantosos. Garci, en verdad, también nos enseña a despreciar a quien se entrega a lamentaciones ridículas y clamores inútiles. Esos dos temperamentos están recogidos primorosamente en su última película.
 
El cine de Garci es, además de una estética, un salto moral para hacerse cargo de la racionalidad a través de los sentimientos. Su peligrosa tarea nos estimula. Nos hace pensar. Su afirmación del sentimiento es una concepción del mundo. Cuando la racionalidad es vivida, o sencillamente intuida, a través de imágenes bellas y diálogos auténticos, estamos ante la presencia de un genuino sentimiento capaz de medir la hondura del alma humana. La razón vivida como sentimiento, razón sentida y vital, es unidad de medida de una humanidad que, al mismo tiempo, ama y odia, goza y sufre, vive y muere. Garci es el pensador español más refinado de los genuinos sentimientos, incluida la razón vivida como afecto. Su cine muestra que, en verdad, cuando vislumbramos esa "extraña razón", esa especie rara de equilibrio intelectual y pensamiento ajustado a la realidad, tenemos a nuestro alcance una manera sentimental de mensurar la tristeza y la alegría, la nostalgia y la melancolía.
 
El sentimiento razonador, la otra cara de la inteligencia sintiente de larga prosapia hispánica, tiene uno de sus mayores referentes teóricos en la obra cinematográfica de José Luis Garci. Luz de Domingo vuelve a sintetizar ese sentimiento. Las intuiciones, que aparecen en sus imágenes, son luciérnagas para alumbrar la vida, y los conceptos de sus diálogos están llenos de vida.
 
Paula Echevarría en 'Luz de domingo'La obra de Garci, o sea, su filosofía del sentimiento, crece al mismo ritmo que critica el sentimentalismo. Más aún, en la medida que el sentimentalismo, es decir, la exageración morbosa y gratuita de afectos superficiales, desaparece de sus imágenes y diálogos, crece su obra sentimental; en este caso, el amor de un hombre a una mujer se sobrepone a sentimientos, sin duda alguna, menores comparados con la pasión templada y decente, modesta y auténtica de un tipo inteligente hacia la mujer amada. La entrega, sí, racional a una mujer para salvarla del daño y el oprobio de una violación múltiple es superior o, al menos, prioritaria en el tiempo que la obsesión por la venganza de un hombre humillado.
 
El encono, el odio, la envidia, la malicia y la crueldad ofenden al espectador más por su exceso que por su defecto. Pero, al fin, lo decisivo es que el retrato de las pasiones de Garci es una crítica tan geométrica como vital del sentimentalismo. En cierto sentido, esta película es una afirmación racional de los sentimientos más profundos de los humanos, una forma de vivir sin exageradas contradicciones, sin violentos enfrentamientos, entre la nostalgia y el instante –qué hermosa lección de entereza vital nos da la uruguaya que regenta la taberna del pueblo, personaje tan vital como filosófico–, entre el amor y el odio y entre la afrenta y la venganza. Este último, quizá el más sutil y carnal de los sentimientos, es expuesto con precisión de orfebre.
 
¿La venganza? Quizá sea la más inmediata, pero también la más profunda de nuestras pasiones, un sentimiento complejo y terrible. Quizá libere a los seres humanos de sus más odiosos demonios. Un vicio virtuoso. Una contradicción. Quizá produzca un sentimiento delicioso, sí, pero siempre se sirve en plato frío y es agridulce. O peor, trágico. En esta película el espectador lo espera con cierto desasosiego de un momento a otro. Más que miedo, espera su llegada con temor y temblor, con espíritu ético. Y llega, vaya que si llega, pero su exceso no creo que ofenda a muchos. Si acaso trae una reflexión final sobre la amistad, sobre el sentimiento absoluto de quien sabe qué es un amigo, que acaba en tragedia: la amistad termina, se rompe incluso hasta la muerte, cuando uno no resiste la verdad, tanta verdad, como pone ante sus ojos un amigo; me refiero, naturalmente, al desenlace final entre el guardia civil y su amigo.
 
En fin, detrás de la limpia mirada de Garci hay un complejo entramado, una lucha sin cuartel, para que el sentimiento no muera jamás arruinado por el sentimentalismo.
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