Menú
CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Los grandes cementerios bajo la luna

Las ceremonias fúnebres que conmemoraron la liberación del campo de extermino de Auschwitz y, por extensión, de los demás campos nazis fueron como estaba previsto: una gigantesca catarsis, ya que el criminal denunciado, y realmente criminal, el nacional-socialismo, ha desaparecido, arrasado por la guerra. Pero las cosas no son nunca tan sencillas, y es probable que todas estas emisiones de televisión, discursos más  o menos oficiales, debates de todo tipo, artículos en la prensa, etcétera hayan recordado a algunos (e informado a muchos) la realidad del genocidio.

Las ceremonias fúnebres que conmemoraron la liberación del campo de extermino de Auschwitz y, por extensión, de los demás campos nazis fueron como estaba previsto: una gigantesca catarsis, ya que el criminal denunciado, y realmente criminal, el nacional-socialismo, ha desaparecido, arrasado por la guerra. Pero las cosas no son nunca tan sencillas, y es probable que todas estas emisiones de televisión, discursos más  o menos oficiales, debates de todo tipo, artículos en la prensa, etcétera hayan recordado a algunos (e informado a muchos) la realidad del genocidio.
Esto es positivo, porque la propaganda sobre la formidable "estafa sionista", que habría inventado la Shoá, ganaba imparablemente terreno en Europa.
 
En los países árabes, en donde siempre se ha negado la realidad del genocidio, el lema dominante puede resumirse con su consigna "Hitler tenía razón", que se extiende por doquier, hasta por las calles europeas; con una única reserva: "Lo malo es que no mató a todos".
 
Lo que se dijo en esta ocasión es absolutamente cierto, y en muchos casos hasta se quedó corto. Pero, ya que oficialmente se condenaba el antisemitismo nazi, no hubiera sido baldío condenar el nuevo, pujante y actual, antisemitismo de izquierdas. Se condena a Hitler, muerto hace 60 años, pero se aplaude al antisemita José Saramago (son muchos más), porque éste es comunista. Entre los políticos españoles, la única –bueno, que yo sepa– que ha condenado firmemente este nuevo antisemitismo de izquierdas, a veces con careta "pacifista", es Esperanza Aguirre. Más vale sola que mal acompañada, Presidenta.
 
El escritor mexicano Carlos Fuentes. En segundo plano, José Saramago.Pasándose de listo, el premio Nóbel de la tontería, Carlos Fuentes, en su artículo ‘Auschwitz ¿nunca más?’ (El País, 5-2-2005), presenta un catálogo de horrores: los crímenes nazis, los crímenes de Stalin, los crímenes de los jemeres rojos, las guerras de la descolonización y... ¡George W. Bush!: "El capítulo más reciente de esta crónica del horror impuesto a unos hombres, por otros hombres, lo está redactando el Gobierno de George W. Bush". Como muestras de la infamia cita Guantánamo y la cárcel de Abú Ghraib, en Irak.
 
¿Qué pasa con Guantánamo? ¿No había que detener a los brigadistas internacionales del terrorismo islámico en Afganistán? ¿Hubiera preferido el señorito Fuentes que fueran festejados con Nóbeles de la paz? Lo que ocurrió en Abú Ghraib, o sea, malos tratos y humillaciones perversas –la tortura es otra cosa–, se ha visto castigado de manera ejemplar, y los culpables han sido juzgados y encarcelados por ese mismo Gobierno de Bush.
 
Y esto es lo notable, porque –para dar un solo ejemplo entre millones– los militares franceses que torturaban sistemáticamente en Argelia no sólo no fueron condenados, sino que, por el contrario, lograron ascensos en la jerarquía castrense.
 
De todas formas, se mire como se mire, comparar Auschwitz o Kolimá con Guantánamo, o Abú Ghraib con las torturas de la Gestapo o del KGB, no sólo es una imbecilidad: es una canallada.
 
No creo que sea porque dar una lista exhaustiva de los horrores resulte difícil –El libro negro del comunismo tiene 844 páginas y es incompleto–, por lo que si Fuentes exculpa a Lenin y a Mao esto no es un descuido, ni ingenuidad, sino un intento torpe para mantener el bulo conformista de un "buen comunismo", pese a Stalin. En realidad fue Lenin quien creó el Gulag, así como todos los demás horrores de la represión comunista.
 
Y en la China totalitaria, bajo la bondadosa dirección del bondadoso Mao, fueron exterminados el doble de deportados que en el Gulag soviético. Sesenta millones de muertos en China, treinta millones en los campos soviéticos (según El libro negro).
 
Se nota que Fuentes no ha leído el libro de David Rousset El universo concentracionario, que cita, o si lo ha leído no se ha enterado, de puro bobo, porque Rousset (que también fue el primero en denunciar el Gulag en Francia) escribió asimismo una novela, Los días de nuestra muerte. Fue el único, entonces –justo después de la II Guerra Mundial–, en no limitarse a relatar, en ambos libros, su experiencia de deportado –liberado, pasó meses en un hospital entre la vida y la muerte, no como los "kapos", que volvieron gozando de buena salud–; el único, pues, en denunciar la colaboración de los comunistas con los nazis, en esos mismos campos de concentración.
 
Este es un problema complejo, y totalmente censurado. Ya he aludido a él, y por ahora me limitaré a resumir lo esencial: cuando, en 1937, se iniciaron las negociaciones secretas entre soviéticos y nazis, que desembocaron con el famoso Pacto de Agosto de 1939 –pero cuyos primeros efectos se hicieron notar en 1938, en España, cuando Stalin e Hitler decidieron que ganaría Franco–, los comunistas deportados en Alemania no fueron liberados, pero se les permitió disfrutar de un estatuto especial, el de "kapos".
 
Esta subadministración estaba formada por deportados, desde luego, pero con ciertos privilegios –vestían mejor, comían mejor, etcétera, que el resto de los deportados–, y sobre todo estaban encargados de ejecutar, a las órdenes de las SS, tareas de represión, de organización del trabajo forzado, de vigilancia y, last but not least, de entregar a los nazis, para su ejecución, el número de deportados que los nazis exigían.
 
El escritor Jorge Semprún.Las SS no presentaban listas nominativas, sino que exigían 100, 200, 1.000, 10.000 deportados para constituir comandos de trabajo forzado –en los que morían como moscas– o directamente destinados a ser asesinados, para mantener el terror. Y los "kapos" comunistas se los entregaban, salvando con prioridad a sus camaradas y a algunas personalidades que podrían ser útiles en la construcción de la Europa socialista, como en el caso de Marcel Bloch, gran ingeniero aeronáutico que después de la guerra se convirtió en Marcel Dassault.
 
En España tenemos el privilegio de contar con el único "kapo" que se ha hecho famoso como escritor deportado. Un tal Jorge Semprún, el cual no para de mentir sobre su experiencia (que se lo pregunten a François Maspero). Bueno, fue efectivamente deportado, pero siempre ha mentido sobre cuáles fueron las tareas exactas de los "kapos" en los campos, y en Buchenwald particularmente.
 
Peor aún, en El muerto que sobra, y aludiendo a esta manipulación de los condenados a muerte para salvar un máximo de comunistas, se presenta como víctima, cuando fue y fueron siervos de los verdugos.
 
Fue el Ejército Rojo el que liberó Auschwitz; otros lo fueron por los ejércitos aliados, y en primera fila el norteamericano. Y yo me pregunto lo que ocurrió con los pocos supervivientes de ese campo de exterminio de judíos. Desde luego, se sabe que algunos fueron liberados y volvieron a sus países de adopción, otros emigraron a EEUU, otros fundaron el nuevo Estado de Israel. Pero ¿todos fueron liberados?
 
Lo único seguro es que, después de Auschwitz, después de la guerra, en la URSS se organizó la más masiva deportación de judíos de toda la historia soviética.
0
comentarios