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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Leonardo y los suyos

Imaginemos que se llama Leonardo y que nació en Israel en 1951. Imaginemos que sus padres eran judíos rumanos: él, Lupu, askenazi; ella, Sofía, sefardita. Vivieron en Rumanía los años terribles de la guerra, del nazismo y luego del comunismo; hasta 1950.

Imaginemos que se llama Leonardo y que nació en Israel en 1951. Imaginemos que sus padres eran judíos rumanos: él, Lupu, askenazi; ella, Sofía, sefardita. Vivieron en Rumanía los años terribles de la guerra, del nazismo y luego del comunismo; hasta 1950.
Un ejemplar de la Torá.
Pero no hay que imaginar nada, esto no es una novela, y si algo de novela tiene no es mío. Leonardo existe, vive en Buenos aires y me escribe:
La Segunda Guerra Mundial los encontró [a sus padres] en diferentes situaciones particulares [aún no se habían conocido]. Mi padre –eran cuatro hermanos y una hermana (…)– debió realizar trabajos forzados, en carácter de rumano judío alistado como soldado, promediada la 2ª Guerra. Lamentablemente, y amén de pertenecer a una familia judía medianamente tradicionalista, mi abuelo paterno decidió (…) que debía interrumpir sus estudios comerciales secundarios, en aras de ayudar en el trabajo de venta de todo tipo de productos en su propio bar, en la pequeña ciudad donde vivía, en el centro de Rumanía. [La perra, la madrastra, Annette, hizo lo mismo conmigo, y casi por los mismos años]. Mi madre, nacida en un pueblo cerca del Mar Negro, fue expulsada de su colegio estatal secundario ,donde estudiaba a los 16 años –esto es, en 1940–, al igual que otras alumnas, por su condición de judía. Ese mismo año mi abuelo materno fue literalmente arrastrado de las calles para la realización de trabajos forzados en un campo de trabajo. Al poco tiempo, mi abuela materna y mi madre correrían la misma suerte. Obviamente, por ser judíos. Los hombres eran separados de las mujeres, por lo que casi siempre asomaba la mutua angustia por el destino del otro.
Aquí intervengo yo, para dar un salto a la más candente actualidad y señalar que en este nuestro Israel, tan odiado por tantos, no se expulsa a nadie de las escuelas por motivos de raza o religión, o debido a las opiniones políticamente incorrectas de los padres.
 
Si el destino de la familia de Leonardo fue más duro que el de mi familia por los mismos años, no fue de lo peor. El propio Leonardo señala las "grandes matanzas" de judíos rumanos, realizadas por las autoridades y los legionarios rumanos, antes de la guerra, y las evidentemente mucho mayores durante la misma, cuando la Alemania nazi dominaba Europa y Rumanía era su aliada, cuando la Shoá campaba por toda Europa. Los campos de exterminio nazis no eran una invención del "lobby judío", como pretenden ahora los islamo-izquierdistas que desfilan por doquier.
 
Me llamó la atención, en las cartas de Leonardo, el hecho de que, si bien sus padres y otros familiares lograron, pese a todo, sobrevivir, el hermano mayor de su padre, Marius, periodista, con ideas de izquierda, logró, antes de que se cerrara la frontera, pasar a la Unión Soviética, cosa que le costó caro, por así decir, ya que al final de la guerra, y tras ser condenado en una parodia de proceso comunista, fue enviado a Siberia y ejecutado. Lupu, padre de Leonardo, que admiraba a su hermano mayor y compartía sus ideas (esto también me recuerda algo), quiso imitarle y pasar a la URSS, pero era demasiado tarde: debido a la guerra, la frontera estaba cerrada a cal y canto, y no lo logró. Una suerte.
 
Terminada la guerra (resumo), afincada la dictadura comunista, nacionalizados todos los medios de producción, el padre de Leonardo, considerado un excelente enólogo, logró administrar tres bodegas estatales, y lo hizo bien. Años después, cuando su hijo le preguntaba cómo se las había arreglado durante los años que vivió en la Rumanía comunista, le dio esta estupenda respuesta: "Hijo mío: los rumanos cercanos al poder amaban al partido, pues les daba ciertos beneficios económicos. Pero, definitivamente, amaban mucho más la bebida".
 
Después de la guerra, el Congreso Judío Mundial ofrecía a los países comunistas miles de dólares por cada judío al que permitieran emigrar. Si la URSS, durante decenios, se negó a ello, porque prefería enviarlos al Gulag, Rumanía consideró que los dólares eran más importantes que los judíos y autorizó a bastantes a exiliarse. Cobró por ello, no faltaría más.
 
Es así como la familia de Leonardo llegó a Israel en 1950, donde él nacerá en 1951. Pero Israel, apenas renacido como Estado, era un país con muchas dificultades y muchos peligros (lo sigue siendo), y la familia materna de Leonardo, afincada, no sé en qué condiciones, en Argentina, insistía para que los padres de Leonardo fueran allí: su situación económica les permitía acogerlos y ayudarlos.
 
Después de dudarlo un poco, los padres de Leonardo deciden emigrar a Argentina, donde se encuentran con un nuevo e imprevisto problema: el Departamento de Migraciones del Gobierno de Perón –estamos en 1951– les exigió un certificado de bautismo –católico, of course–, y como no lo tenían, ni querían convertirse –como sí hicieron mis antepasados marranos– por motivos tan oportunistas, les dieron 30 días para largarse de Argentina. Pensaron en Paraguay (era antes de la dictadura de Alfredo Stroessner). Y ahora dejo hablar de nuevo directamente a mi corresponsal:
Finalmente, el problema creado por el Departamento de Migraciones se solucionó de la única forma deducible en un país donde la corrupción irrumpía a pasos agigantados. Mi tío, hermano de mi abuela materna, pagó el equivalente a 4.500 dólares a la máxima instancia policial del momento –hecho que pude con los años confirmar y descubrir, pues no sólo a mis padres se les impuso dicha condición, como bien la atestigua el escritor argentino Uki Goñi en su libro La auténtica Odessa, que en mi modesta opinión, es de lectura obligatoria para comprender el trato y consideración a los judíos refugiados en Argentina , y cómo se transformó dicho país en santuario de refugiados nazis (...).
Les cuento a mis amigos argentinos esta historia de la obligación de ser católicos para residir en la feliz Argentina de los años del benemérito Perón, y no me contestan que lo mismo ocurrió en España con los Reyes Católicos, no, no se atreven, sólo dicen: "No me lo creo". Ocurre lo mismo cuando intento recordarles que su amadísimo Perón ("Yo no fui nunca peronista, pero…") admiraba a Mussolini y a Hitler, y que tras la Segunda Guerra Mundial acogió efectivamente al máximo de nazis que pudo, tras su derrota; derrota relativa, si se tiene en cuenta que en el mundo musulmán se grita masivamente: "¡Hitler tenía razón!". Durante la Segunda Guerra Mundial, en reuniones de militares golpistas argentinos, Perón declaró que Argentina tenía que seguir el ejemplo de Hitler, y conquistar América Latina como Hitler había conquistado Europa.
 
Me enteré de éstos y muchos otros datos sobre Perón y su Evita leyendo el libro de Luis Mercier Vega Autopsia de Perón (Tusquets Ed.), y claro, me interesaron particularmente las informaciones sobre los sueños imperiales y fallidos de Perón. Este libro de mi difunto amigo Luis Mercier Vega lo presté a no recuerdo quién y, como otros, ha desaparecido. Pero en vuestros ordenadores estarán las referencias.
 
Pero cuando lo cuento a mis amigos argentinos –que nunca fueron peronistas pero…–, ahora, aquí, en París, todos me responden: "Mentira. Perón jamás fue fascista".
 
El peronismo es el sida de los argentinos. Lo digo sin la menor referencia sexual: es una imagen que me sirve para constatar que no se ha encontrado ninguna vacuna para curarlo.
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