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VUESTRO SEXO, HIJOS MÍOS

Las dos estrategias sexuales

Copulantes bienamados: Cuando empezó a funcionar esto del sexo, el único esfuerzo que realizaban machos y hembras para perpetuar sus genes era arrojar una gran cantidad de células sexuales para que se fertilizasen a su aire –aunque las echaban al agua– y... si te he visto, no me acuerdo. Esta estrategia reproductiva se llama de baja inversión, y todavía la usan la mayor parte de los machos.

Copulantes bienamados: Cuando empezó a funcionar esto del sexo, el único esfuerzo que realizaban machos y hembras para perpetuar sus genes era arrojar una gran cantidad de células sexuales para que se fertilizasen a su aire –aunque las echaban al agua– y... si te he visto, no me acuerdo. Esta estrategia reproductiva se llama de baja inversión, y todavía la usan la mayor parte de los machos.
De todas estas células abandonadas, muy poquitas llegaban a ser individuos adultos, porque a todo el mundo le gusta comer huevos. Pero, en algún momento de la evolución, las hembras empezaron a reducir el número de huevos y a dotar a cada uno de ellos con sustancias nutritivas. Como eso era una ventaja para el embrión, las madres que realizaron este pequeño esfuerzo extra tuvieron más éxito, y la selección natural presionó sobre ellas hacia una estrategia de gran inversión, que consiste en dar prioridad a la calidad de la prole sobre la cantidad.

Las hembras cayeron en una trampa, porque cada uno de sus huevos resultaba muy caro; así que, para que no se perdieran, empezaron a cuidarlos; y después los cuidaron más y se sentaron encima para empollarlos; y más tarde otras hembras altruistas se inventaron las tetas y convirtieron a las crías en mamones; y llegó la hembra humana, que ya es la pera, y convirtió a los mamones en ingenieros. Y cuanto más se sacrificaban y más invertían las hembras en las crías, más propagaban sus genes altruistas. Eso es la cruel atadura, como la denominó Trivers. Richard Dawkins, autor de El gen egoísta, lo expone así: "El sexo femenino es explotado, y la base evolutiva fundamental para dicha explotación radica en el hecho de que los óvulos son más grandes que los espermatozoides".

Las hembras están atrapadas en una huida hacia adelante. Su lema es "Todo por la cría". No pueden comparar su estrategia con la de los machos. Si dejan de ser altruistas, la especie se acaba. Si una hembra tratara de desviar la custodia hacia el macho, éste ganaría más olvidando su pequeña inversión –un espermatozoide– y empezando de nuevo con otra hembra más altruista que la primera. Muchas hembras habrán abandonado sus huevos, o sus cachorros –las primerizas sobre todo–, espantadas por el trabajo de un hogar monoparental. Pero los genes de la madre egoísta no han tenido mucho éxito en la naturaleza. ¿Por qué? Pues porque mientras los machos, siendo egoístas e infieles, son más prolíficos, ellas no. Una vez que termina el celo se acaba el sexo para ellas y empieza una larga temporada de crianza, mientras que el macho seduce a otras o se rasca la barriga.

Queridos míos: Ojalá pudiera deciros otra cosa, pero sólo puedo deciros caca y culo. Aquí no hay determinismo ni gaitas Esto no tiene nada que ver con la justicia, ni con la igualdad de género ni con la conciliación. Es biología.

Casi todos los machos de los mamíferos –el humano también– están biológicamente programados para la estrategia egoísta de baja inversión. Fijaos en estas cifras: un espermatozoide humano es 85.000 veces más pequeño que un óvulo. Tan barato es que, por ejemplo, en cada eyaculación humana se arrojan entre 100 y 200 millones de espermatozoides, que viene siendo un número 175.000 veces superior a la cantidad de óvulos que produce una hembra humana durante toda su vida, que son sólo unos 400. Un hombre normal, eyaculando solamente una vez cada veintiocho días durante el tiempo que necesita su compañera para tener un hijo –280 días de embarazo–, emitiría el esperma suficiente para fertilizar a cada una de las mujeres en edad fértil del mundo (alrededor de 2.000 millones).

Aun en el supuesto de que lleven una vida de feliz monogamia, la mayor parte de los hombres se definirían a sí mismos como promiscuos o polígamos. Lo que ocurre es que, para montárselo con un gran número de mujeres, tropiezan, al menos, con tres obstáculos importantes: el primero es la estrategia de gran inversión de las mujeres, que –al menos hasta ahora– priorizan la calidad sobre la cantidad y, por lo tanto, buscan un buen padre proveedor más que un montón de cantamañanas; otro obstáculo es la competencia de los demás hombres, que también quieren sexo. ¿Qué cuál es el tercer obstáculo? Bueno, a ver si me entendéis: una cosa es tener un espermatozoide para cada chica del mundo y otra tener 2.000 millones de erecciones. Me juego mi sostén reforzado a que ni siquiera Julio Iglesias es capaz.

Esto de la reproducción es como crear una empresa en la que un socio aporta un euro y el otro ochenta y cinco mil. El que menos aporta puede estar seguro de que el otro se va a comportar como un pringao y va a descornarse invirtiendo y trabajando para no perder su gran inversión. Pero lo más exasperante es que luego las ganancias se reparten por igual, o sea, la mitad de los genes de la cría es del padre y la mitad de la madre.

Es cierto que los hombres han ayudado mucho a las mujeres en su estrategia de gran inversión y pueden ser excelentes padres –dependiendo de la cultura en que vivan–, pero, durante la evolución, todo eso lo incluyó la hembra dentro de su estrategia de gran inversión y lo pagó con servicios, entre ellos los sexuales. Su cuerpo da testimonio de las transformaciones que fueron necesarias para llevar a cabo una negociación que volvió al macho relativamente monógamo y proveedor. Las hembras chimpancés, nuestras primas, siguen criando a sus hijos sin ninguna ayuda de los machos.

No os exagero si os digo que se me desploman los bustos de puro terror cuando veo que los políticos confunden la igualdad de derechos con la igualdad de estrategias e intentan que los hombres sean maternales y altruistas y que las mujeres sean egoístas y se avergüencen de su estrategia femenina, porque es posible que estén metiendo la pata hasta la parte de la ingle. Desde luego, es fácil convencer a las mujeres de que dejen de ser tontas útiles, de hecho ya casi lo han conseguido, pero es muy difícil persuadir a los hombres de que asuman un papel altruista. Si consiguen lo primero y no lo segundo, el resultado puede ser una generación de solteros y solteras acaparadores de rentas. La última generación de una sociedad que está viviendo de espaldas a la biología. Con todo lo cual, no sé si empollarme el Corán o prenderle el cirio a San Judas. De momento, voy a reajustarme los bustos.
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