Menú
CRÓNICA NEGRA

La violación del diablo

Roman Polanski es un director de cine con buen pulso, talento y toques de genialidad. Además es un transgresor que en aquellos tiempos mágicos de los sesenta, en los que la gente tenía temor de dios, se burlaba del diablo y era capaz de desafiarlo, agarrándolo por el rabo.

Roman Polanski es un director de cine con buen pulso, talento y toques de genialidad. Además es un transgresor que en aquellos tiempos mágicos de los sesenta, en los que la gente tenía temor de dios, se burlaba del diablo y era capaz de desafiarlo, agarrándolo por el rabo.
Roman Polanski.
Su película El baile de los vampiros es una sátira con no muertos que no se reflejan en los espejos y viven de la sangre humana. Hacía falta un Polanski para tomarse a broma lo que había sido el martillo del miedo para toda una generación de cinéfilos. Sin embargo, su película más volcánica y provocadora fue Rosemary's baby, La Semilla del Diablo, rodada en los apartamentos Dakota de Nueva York.

En esa cinta llega el Anticristo, el hijo del demonio. Y Polanski es su fotógrafo, el palanganero mayor de la fecundación demoniaca. Hacía falta un inquieto europeo con un pasado de persecución y holocausto para entrever la jeta de Satán en los Dakota.

A pie de calle, en el hall de entrada, un asesino con la cara achinada dispararía años más tarde contra John Lennon con una pistola cobra: primero le abordó y consiguió su autógrafo, luego anduvo matando el tiempo por las inmediaciones... hasta que el más famoso de los Beatles regresó a casa. Yoko Ono no escuchó los disparos que le abrieron a su marido en el cuerpo un boquete para cazar focas.

Los Dakota recuperarían entonces el halo maléfico de la película de Polanski, a quien hace unos días le alcanzó el largo brazo de la ley en Zúrich por una violación, perpetrada tres décadas atrás en los Estados Unidos, a una niña de 13 años.

El 9 de agosto de 1969 Polanski perdió a su mujer, la actriz Sharon Tate, brutalmente asesinada mientras, embarazada de ocho meses, pasaba la noche con un antiguo amor, el peluquero de famosos Jay Sebring. Ese día, Polanski estaba en Londres. Éste era un europeo avanzado y liberal, incluso demasiado para su tiempo. Le criticaron por ello, y tuvo que sobrellevar las habladurías. Años más tarde volvió a estallar el escándalo, y lo curioso es que volvieron a reprocharle haber rodado La semilla del diablo. Ya ven, sólo se trataba de una película entretenida con un argumento al gusto de la época, flores y droga, donde necesariamente el demonio era un hippie brutal transido de LSD y juegos con jovencitas.

El propio Polanski, arrastrado por el éxito, reconoció que había tenido sexo con una menor, una chica mona de 13 años, lo que en EEUU resulta que está prohibido, especialmente en California. Así que fue detenido, ingresado en prisión, evaluado por si acaso tanto jugar con el diablo le había reblandecido las meninges; y, aprovechando la libertad provisional, tras haberse declarado culpable, se dio el piro.

Durante treinta años, mientras obtenía premios como el Óscar por El pianista, Roman, el viudo de Sharon Tate, el pederasta prófugo, se mantuvo lejos de Norteamérica, con su vida interesante y nada convencional. Desde entonces ha temido ir a la cárcel por aquella imitación que hizo de los griegos antiguos, que se beneficiaban impúberes sin mirarles la matrícula porque era una cosa intelectual y gozosa.

Europa, que está llena de pedófilos, ha encontrado en Polanski su bandera, y personas de relieve piden que se le deje libre y se eche tierra sobre ese asunto. Muchos de ellos, a la vez, hablan y no paran contra los maltratadores de mujeres.

Polanski, entre tanto, calla. Calla lo de la niña y calla sobre lo que pasó en la mansión de Cielo Drive, por qué los esbirros de Manson entraron a saco, disparando y apuñalando, por qué arrancaron a Sharon el feto del vientre. Tampoco explica por qué elige para sus juegos salirse de la ley. Una cosa es el cine y otra la Grecia clásica.

En treinta años, la ley no ha podido presentarle ante un juez, y ahora jefes de estado como el francés y el polaco, directores de cine y actores claman para que este setentón no pague por lo que hacía aquel madurito al que le encantaba ser especialmente travieso. Si el director de Repulsión entra en la cárcel, lo mismo no vuelve a salir.

El caso es que en las democracias nadie está ni debe estar por encima de la ley. Aunque se ha demostrado que Polanski indemnizó a la chica, y que ésta le ha perdonado, el proceso sigue. Una violación es perseguible de oficio, y ahí está el fiscal para lavar el honor de la joven e impedir a los millonarios, aunque sean artistas reconocidos, caer en la debilidad de creer que pueden hacer cualquier cosa que se imaginen con individuos protegidos por la ley. Especialmente con los menores.
0
comentarios