Menú
VIAJE INCOMPLETO POR EL VALLE DEL TAJUÑA

La Venta del Cojo

Desde Pezuela, el viajero sigue la carretera de muchas curvas que desciende al valle. Al cabo de una hora cruza el Tajuña por un puente en medio de una vega estrecha y verdeante de cultivos. A sus dos lados, laderas pardas, grises y negruzcas, con vegetación dispersa, en manchas que a veces recuerdan la piel de un leopardo.

Desde Pezuela, el viajero sigue la carretera de muchas curvas que desciende al valle. Al cabo de una hora cruza el Tajuña por un puente en medio de una vega estrecha y verdeante de cultivos. A sus dos lados, laderas pardas, grises y negruzcas, con vegetación dispersa, en manchas que a veces recuerdan la piel de un leopardo.
Luego la carreterilla, que baja desde el oeste, acaba en otra que por el norte va a Loranca y por el sur a Ambite. No pasan coches a esa hora y el cruce está solitario y silencioso. Hay un edificio a cada lado del camino de Pezuela. El de la izquierda es grandón, chato, rectangular, el encalado muy deslucido y hundido el techo; un letrero informa: "Venta del Cojo, en reconstrucción". El de la derecha es moderno y se llama también Venta del Cojo. Al lado tiene una gasolinera.
 
El viajero apoya el trasero contra el brillante capó gris de un automóvil aparcado junto a la casa nueva, entrecierra los ojos, escucha el canto de los pájaros y los rumores del campo, y el lugar recupera de pronto su ser antiguo. El asfalto se evapora y deja un camino polvoriento y pedregoso. Bajo el sol ardiente, un carro de mulas para ante la vieja venta. El arriero entra en ella, canturreando. Ve al ventero hablar con alguien que, pese a estar de espaldas le resulta conocido. Demasiado conocido. Su alegría desaparece. Tiene con el individuo una cuenta de tiempo atrás, una cuenta de mucho pesar, contraída en rutas lejanas. ¡Mala coincidencia para los dos! Pero ya lo dice el refrán: arrieros somos. Busca palabras adecuadas para provocar la acción inevitable, pero no le vienen a la cabeza, y aguarda un momento a que termine la charla de su rival con el ventero. Abre la faca y la sostiene semioculta detrás del muslo derecho.
 
Concentrado en sus propósitos, no advierte a una pareja de guardias civiles, apoyados en el mostrador, al final de este, que es largo, en la parte más oscura. La pareja observa con disimulo a un maquis que bebe sentado a una mesa. El maquis se encuentra solo, siente malestar en el estómago y las rodillas y trata de mantener la vista apartada de los del tricornio, con fingida indiferencia. Ignora que el ventero, si bien colabora con su partida, colabora más con la guardia civil… Un rinconete entabla conversación con un cortadillo… El ventero se aparta de aquel con quien conversaba, y el primer arriero se dirige al segundo: la misma acción moverá las palabras oportunas. Habrá, quizá sangre.
 
Venta del Cojo, nombre para historias de gente averiada por la vida.
 
– Será muy antigua, ¿verdad?
– Sí, hombre, mucho. Igual tiene cuarenta años, o sesenta. O muchísimos más.
– Y del Cojo, ¿se sabe algo?
– Nada, que yo sepa.
– ¿Cuánto es el vino?
 
¿Qué tendrán las encrucijadas? El sitio permanece solitario bajo el sol, y el viajero vuelve a contemplarlo después de refrescarse. ¿Por qué no había de cambiar ahora de ruta, olvidar cualquier plan, dejarse arrastrar por el acaso? Especula por especular. Sabe que el azar rara vez se vuelve aventura y que la necesidad le devolvería al cauce de su vida destinada. No obstante, quiere sentir la tentación como una brisa apenas perceptible. En las encrucijadas se alzaban los cruceiros gallegos, para proteger al caminante. ¿De qué le protegerían? De los malos espíritus, del extravío, es decir, de sí mismo.
 
Al poco espacio, la carretera se mete en la provincia de Guadalajara y su firme mejora notablemente. Una comunidad más bien pobre se permite dar esta lección a una de las más ricas. ¡Que se enteren esos madrileños! A los lados dan sombra los álamos, muy frondosos con dos, tres y cuatro troncos nacidos de un mismo pie. El aire y el suelo están llenos de su lanilla primaveral.
 
Una calleja de Ambite.La verde vega se va estrechando o ampliando según quieren las laderas de los falsos cerros. Falsos porque solo caen en dirección al Tajuña, del lado contrario mantienen la altura de sus cimas, extendida en meseta. El río no se ve desde el asfalto, aunque lo señalan filas discontinuas de chopos sobre los campos de cereales.
 
Sale a la izquierda una carretera hacia Escariche y Escopete. Palabras sonoras: también Ambite, Orusco, Loranca. Otra pequeña carretera, y una tercera que cruza hacia Olmeda de las Fuentes a la derecha, y hacia Albares a la izquierda. Pronto hemos vuelto a la provincia de Madrid. Al cabo de una legua (la legua es lo que se anda en una hora, unos cinco kilómetros), el llano casi desaparece, asediado por los cerrillos. La carretera baja a un angosto puente, ya muy cercano a Ambite.
 
Llegando al puente está el cementerio, presidido por una ermita poco llamativa. Conduce a él una corta senda entre gruesos cipreses. El calor sugiere al viajero la conveniencia de reposar a la sombra de estos árboles, y allí, mirando al río, despacha unos bocadillos. Enfrente, un cartel anuncia: "Se vende mantillo". A la espalda, en un rectángulo de tierra, el sol calienta y hace brillar las lápidas de mármol y las de granito pulido, bajo las cuales pierden su figura los que vivieron. ¿Se habrán fundido allí con la tierra "los muy magníficos señores Pedro Gallo e Juan Ribera, Martin Perez Alonso e Alonso Martin Gutierrez el viejo?".El viajero no piensa saltar la valla para comprobarlo; en su escéptica vagancia no cree que allí quede señal de aquellos vecinos de Ambite, ¡han pasado tantos años! Pues fue en junio y diciembre de 1579 cuando entraron en la historia para dejar constancia de que esta tierra "es más cálida que fría; que es tierra sana que no enferma, que no tiene mucha leña ni cazas y que no es de serranía", aunque sí "áspera de cuestas y piedras". Que por las laderas "hay encinas grandes y mucho romero y coscoxa, aulagas y espinos". "De caza, perdices, liebres y conejos, y algunos venados. No hay otras cazas ni animales salvajinas, que no es tierra donde se crían". También hicieron notar que la vega produce "buen pan de trigo y cebada, hay viñas y olivas comúnmente", también cáñamo y ganados "como son cabras y ovejas". Del río informaron que está "a un tiro de ballesta de Ambite y se llama Tejunia y es natural y hondo", que "en su ribera se crían arboledas de olmos, sauces y algunas guertas y nogueras y chopos. El río lleva abundancia de aguas y en él se crían barbos, anguilas y bogas".
 
Así consta en las Relaciones encargadas por Felipe II.
 
Arriba del cementerio unos edificios ruinosos indican una estación de tren. De las vías no queda rastro. Farolas y hierros tirados. Una piscina vacía. Cerca, instalaciones deportivas y chalés de una urbanización.
 
El puente, con aspecto de siglos, es muy macizo, con tres potentes tajamares, aunque el agua discurre solo bajo un ojo y medio. Del lado de Ambite, a la izquierda, el río forma, con la carretera y un arroyo, un triángulo plantado de chopos. Sería un pequeño y amable parque, pero está muy descuidado; sobre el cauce del río caen malezas y troncos medio podridos y deshechos, que le dan aire de basurero. El agua tiene un sucio color grisáceo-verdusco, y las piedras de su lecho muestran una capa de pringue resbalosa.
 
"A tiro de ballesta", a la derecha y fuera de la vega, está Ambite, caserío blanco con pardos. Dos edificios destacan, la iglesia y uno con pinta de monasterio.
 
 
VIAJE INCOMPLETO POR EL VALLE DEL TAJUÑA: PEZUELA DE LAS TORRES.
0
comentarios