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CÓMO ESTÁ EL PATIO

La trigonometría 'guardiolana' según Juanma Lillo

Juan Manuel Lillo es un entrenador ocasional de fútbol que finalmente ha encontrado en el mundo de los comentaristas deportivos su perfecto acomodo, porque lo suyo no es hacer que un equipo gane títulos (en eso sigue inédito), sino desentrañar la ontología de un deporte hasta hace poco dominado por unos técnicos picapedreros incapaces de hacer filosofía de campanillas viendo a veintidós mozos en calzones persiguiendo un balón.


	Juan Manuel Lillo es un entrenador ocasional de fútbol que finalmente ha encontrado en el mundo de los comentaristas deportivos su perfecto acomodo, porque lo suyo no es hacer que un equipo gane títulos (en eso sigue inédito), sino desentrañar la ontología de un deporte hasta hace poco dominado por unos técnicos picapedreros incapaces de hacer filosofía de campanillas viendo a veintidós mozos en calzones persiguiendo un balón.

Si los jugadores del Real Madrid huían del vestuario cuando Valdano intentaba explicarles en el descanso de un partido las profundas implicaciones filosóficas del toque en corto, los que han tenido a Lillo de preparador hubieran acabado convertidos en adictos a los ansiolíticos de no ser porque nunca ha durado demasiado tiempo al frente de un equipo.

Pero lo que en Valdano no pasaba de ser un intento estético de dar a una actividad tan pedestre como el fútbol un cierto aire epicúreo, en Lillo es un esquema de pensamiento interdisciplinar con todo tipo de implicaciones abstractas que no deja de lado los principios de la geometría euclidiana y la trigonometría.

En efecto, gracias a su papel de comentarista en el canal futbolístico de pago de Roures, con Juanma Lillo descubrimos no sólo que la filosofía presocrática es el componente fundamental de una actividad aparentemente tan lineal como el tratar de introducir una esfera acolchada en un rectángulo vertical situado perpendicularmente sobre un plano, también el papel absolutamente esencial de la trigonometría. Escuchando a Lillo, uno se sorprende de que haya entrenadores titulados que no tengan pajolera idea de cosenos, tangentes y cosecantes.

"Fijaos cómo la delantera del Barça –suele comenzar sus comentarios en directo– se dispone en forma de diente de sierra, creando triángulos para que el pase desde el medio centro encuentre siempre una línea recta que profundice en la área defensiva". Ah, el diente de sierra. Esa es la clave del fútbol moderno, y no la mariconada del doble pivote o el falso delantero. Con un diente de sierra formado por los delanteros a modo de vértices, todo un universo de posibilidades trigonométricas se abre para que Messi, otro intelectual, dibuje sus pases de ensueño dejando sólo al enganche frente al portero, un pobre elemento más de la ecuación, que ve cómo la cosecante de su defensa es incapaz de secar al intruso que avanza hacia él por el segundo cuadrante angular del puto eje cartesiano XY.

1Según Lillo, la misión de los defensas es abrirse formando ángulos no superiores en radianes al arcotangente de Y. Los centrocampistas tienen bascular entre líneas; los extremos, "proponer cosas"; el mediapunta ha de situarse siempre en el centro imaginario de la circunferencia goniométrica desde la que se proyectan las funciones matemáticas recíprocas; y los delanteros, como ya ha quedado dicho, evaluar toda esa información para cotejarla con la tabla trigonométrica de Regiomontano (s. XV) y formar el famoso diente de sierra, la clave de bóveda de todo el edificio lilloano.

Juanma Lillo, como ya habrán adivinado, es del Barça. Muy del Barça de hecho; de tal forma que sus comentarios futbolísticos parten de la premisa de que al espectador sólo le preocupa el partido de fútbol desde una perspectiva azulgrana. Así pues, si el equipo contrario marca un golazo, el análisis de nuestro personaje se circunscribirá a desentrañar las claves trigonométricas que han permitido que la esfera penetre en el receptáculo delimitado por los tres palos custodiado por Víctor Valdés, pues, como todo el mundo sabe, las matemáticas no fallan. En todo caso, y si la calidad del gol es inapelable, Lillo concederá que los movimientos de la delantera contraria, por supuesto en diente de sierra, han sido capaces de desarbolar todo el entramado de cosecantes y arcotangentes diseñado por Pep Guardiola, casualmente el alumno más aventajado de Lillo, del que estuvo aprendiendo durante la temporada en que que el sabio tolosarra dirigió a un equipo murciano. La admiración que se profesan es más que notoria.

"Es que son muy buenos", frase que Lillo dedica a los jugadores del F. C. Barcelona no menos de veinticinco veces en cada partido de los azulgranas, es prácticamente su única concesión al lenguaje comprensible que tradicionalmente se utiliza para comentar los avatares de un partido en directo. A los pocos segundos, el geómetra volverá con tenacidad a explicar las relaciones trigonométricas que adelantan la victoria inapelable del club azulgrana.

Cuando el fútbol era cosa de hombres, las narraciones de los partidos eran menos complicadas. Goyo Benito se lanzaba en diagonal a por un delantero, las mujeres gritaban de pánico, los hombres tapaban los ojos a los niños en la grada y el comentarista se limitaba a exclamar un prolongado "Benitooooooooooo" que aventuraba un final trágico de la jugada, con ambos jugadores sangrando abundantemente, porque si un jugador acababa un partido sin al menos tres heridas inciso-contusas los compañeros lo llamaban "maricona" y le tocaba pagar las cervezas del tercer tiempo.

Parecía imposible, pero algunos hemos acabado echando de menos las sobrias narraciones futbolísticas de José Ángel de la Casa, con esas entrañables retahílas suyas: "Calderé... Pizo Gómez... Tomás Reñones... roba Víctor... Carrasco... Salinas... SALINAAAAAAASS... Saque de esquina". Y al carajo la trigonometría. 

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