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CIENCIA

La Tierra, mejor calentita

"¿Por qué tanto pesimismo?", escribía Richard Lindzen en Newsweek el pasado 16 de abril. En la portada de ese mismo número de la célebre revista se podía leer esta advertencia tremebunda: "Salvemos el planeta, porque si no..."; pero Lindzen, un científico de talla mundial que ostenta una cátedra de Meteorología en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), no anda precisamente con el corazón en un puño.

Sí, dice Lindzen, la Tierra se ha calentado un poco, y los gases de efecto invernadero generados por el hombre pueden ser en parte responsables de ello, pero no hay por qué dar rienda suelta al pánico. Estará de moda alarmarse por el calentamiento global, pero lo cierto es que lo normal es que el clima varíe: "Cada año, la Tierra se calienta o se enfría unas cuantas décimas de grado". A juicio de Lindzen, el desquicie actual descansa en esa "falsa premisa" que dice que vivimos no sólo en un mundo perfecto, de temperaturas equilibradas, sino que nuestras predicciones sobre el calentamiento que registrará el planeta para el año 2040 son de algún modo más fiables que las relacionadas con el tiempo que hará la semana que viene.
 
Si por la película de Al Gore o las notas de prensa del Consejo para la Defensa de los Recursos Nacionales fuera, usted no sabría que la mayoría de las predicciones a largo plazo sobre el calentamiento global se basan en modelos informáticos "inherentemente indignos de confianza" (Lindzen dixit). Todavía es mucho lo relacionado con la dinámica del clima que la ciencia no puede explicar; por ejemplo, por qué las temperaturas subieron en las dos décadas anteriores a 1940 pero cayeron en picado durante los decenios en que se registró la expansión económica de posguerra, cuando las emisiones de dióxido de carbono fueron mucho mayores.
 
Sin embargo, lo que dice Lindzen no es sino un cúmulo de herejías para los adeptos de la Letanía Ecoalarmista. Y es que el catedrático del MIT llega incluso a escribir lo que sigue: "Puede que contar con un clima más cálido que el que tenemos ahora sea beneficioso". Los sucesos relacionados con las condiciones climáticas extremas podrían ser menos frecuentes. A la agricultura podría venirle muy bien unos mayores niveles de CO2. Etcétera. Total, que es preferible una Tierra caliente a una Tierra fría: "La exposición al frío es (...) más peligrosa y menos confortable".
 
Lindzen no es el único experto que expresa su escepticismo acerca del ecoalarmismo rampante, ni mucho menos. Pero la Letanía está tan generalizada que a cualquiera que disienta de ella le espera la difamación, ser tachado de marioneta de los contaminadores o equiparado a un negacionista del Holocausto.
 
O sea, que lo mismo los de Newsweek sólo estaban pensado en hacer un favor a Lindzen cuando publicaron, al pie de su artículo, la siguiente nota: "Lindzen es profesor Alfred P. Sloan de Meteorología en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Sus investigaciones siempre han sido financiadas exclusivamente por el Gobierno norteamericano. No recibe fondos de compañía energética alguna".
 
Con todo, la nota de marras tiene su miga. Al parecer, las credenciales científicas y profesionales de Lindzen no bastan para conceder autoridad a sus puntos de vista: hay que asegurar a los lectores que no ha sido sobornado por las "compañías energéticas".
 
Si de lo que se trata es de mejorar el nivel del debate, adelante. Pero si los científicos que no se acercan a la cuestión del calentamiento desde la histeria van a ser sometidos a escrutinio, no vaya a ser que tengan intereses ocultos, ¿no deberíamos mostrar el mismo recelo con los alarmistas? Después de todo, quienes pintan el calentamiento global como un peligro inminente y letal no carecen de incentivos y estímulos.
 
Para empezar, ha de tenerse en cuenta que a los investigadores que ponen el énfasis en el papel desempeñado por los humanos en el calentamiento del planeta les están llegando sumas abracadabrantes de dinero. Cuanto mayor es la sensación de que estamos ante una crisis antropogénica, mayor es el volumen de fondos que reciben las investigaciones que van en esa dirección.
 
Por cierto, no son los Gobiernos los únicos que sueltan la pastizara. El año pasado Richard Branson, fundador de la Virgin Atlantic Airways, se comprometió a aportar 3.000 millones de dólares a la lucha contra el calentamiento; más recientemente, el propio Branson ofreció 2.500 millones de dólares a la primera persona que dé con la manera de eliminar de la atmósfera 1.000 millones de toneladas de CO2 cada año. En 2002 Exxon anunció la dotación de una beca de 100 millones de dólares para el establecimiento, en la Universidad de Stanford, del Proyecto Energético y Climático Global, que tendría por cometido evaluar "el riesgo potencial a largo plazo del cambio climático". Hace unos días se estableció un nuevo fondo para estudiar el calentamiento. ¿No estarán los expertos que hacen sonar la voz de alarma demasiado influidos por las monumentales cantidades de dinero que se están poniendo sobre el tapete?
 
¿Por qué no se habla un poco más de los prestigiosos y remuneradísimos premios que están cosechando los alarmistas? Esa Casandra del calentamiento que atiende por James Hansen y trabaja en la NASA se embolsó en 2001, por obra y gracia del jurado del Premio Heinz, 250.000 dólares. Asimismo, el amigo Hansen fue, el año pasado, uno de los ganadores del Dan David Prize, dotado con un millón de dólares. Podríamos seguir. Y no sólo hablando de premios: los aterradores se embolsan jugosos contratos editoriales, cobran fortunas por impartir conferencias, reciben sentidos elogios en la prensa y son objeto de entrevistas amabilísimas; incluso se llevan algún que otro Oscar a casa. ¿Qué pasa, que todo esto no sirve para poner en cuestión su objetividad y su sinceridad?
 
El debate sobre el calentamiento ya está lo suficientemente calentito, y perdón por el juego de palabras. No necesitamos poner en duda la autoridad de todo aquel científico que se muestre firme en sus posiciones, sean éstas las que sean. Aunque resulte tentador pensar lo contrario, ni todos los creyentes son unos sinvergüenzas ni todos los herejes son unos vendeburras.
 
 
JEFF JACOBY, columnista del Boston Globe.
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