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PANORÁMICAS

¿La televisión fascista?

La televisión es considerada como la gran adversaria del sistema de valores democrático. Se ha convertido en una cuestión de buen gusto despotricar de sus contenidos, y la única censura que se considera políticamente correcta es la que se aplica sobre sus programas.

La televisión es considerada como la gran adversaria del sistema de valores democrático. Se ha convertido en una cuestión de buen gusto despotricar de sus contenidos, y la única censura que se considera políticamente correcta es la que se aplica sobre sus programas.
De la gran importancia que se adjudica a la televisión como medio de formación de masas proviene el hecho de que casi todos los países sostengan, con cargo a los presupuestos y financiada por los impuestos, una cadena estatal, para que contrarreste el influjo, presuntamente perjudicial, que pueden ocasionar los canales privados con su afán de conquistar el éxito de audiencia por medio del entretenimiento (poco formativo en el mejor de los casos, directamente calificado de "basura" en el peor). De esta forma, mientras que toda la prensa del franquismo fue desmantelada o privatizada (a nadie con dos dedos de frente se le ocurriría hablar hoy de la necesidad de que exista un periódico estatal), con la televisión no sucedió lo mismo: ahí está, a pesar de su enorme deuda, que crece año tras año como consecuencia de su déficit estructural, y de la sistemática manipulación a favor del Gobierno de turno.
 
La televisión emite basura, cierto. Pero también se publican libros-basura (la mayoría, me atrevería a decir). Una proporción no despreciable de las películas estrenadas es infumable. De la música pop, rock o rap, mejor ni hablar. Por otro lado, la televisión permite ver y escuchar entrevistas a grandes filósofos y científicos; por ejemplo, en el magnífico programa Redes, dirigido por Eduardo Punset y relegado por la dirección socialista del Ente a las brumas de la noche cuando ronda la madrugada. También permite el disfrute de grandes acontecimientos deportivos, sensibilizar a la ciudadanía ante tragedias y catástrofes o conocer, a través de los documentales, mundos lejanos, comportamientos animales, culturas antitéticas de la nuestra.
 
Por todo ello, y frente a esos grandes pensadores que, como Popper, Vargas Llosa o Sartori, han considerado que la televisión constituye uno de los peligros internos más poderosos para nuestras democracias, considero que, por el contrario, constituye una gran oportunidad de educación democrática de la ciudadanía, siempre y cuando se utilice como propuesta de debate y no como herramienta para el adoctrinamiento (el presidente Rodríguez Zapatero se ha comprometido a que se vea el documental Una verdad incómoda, de Al Gore, en las escuelas españolas, en una flagrante intromisión en la autonomía de los centros que vulnera la libertad de cátedra y desprecia la educación alejada de la manipulación sectaria).
 
¿Es realmente la televisión tan perjudicial para la formación en valores de la ciudadanía? Desgraciadamente, los usos periodísticos más vulgares se centran en los programas más escandalosos, mientras que silencian aquellos que podrían ser aprovechados como un complemento de la educación en valores. Aunque también es cierto que determinados programas son muy bien considerados por la crítica más seria. Me estoy refiriendo a series de televisión como El ala oeste de la Casa Blanca, Los Simpson, CSI Las Vegas, Frasier o, sobre todo, 24. Todas ellas son series que cuentan con el respaldo mayoritario del público, suelen copar los primeros puestos del ranking televisivo. Y, por ejemplo, la más prestigiosa revista de cine, Cahiers du Cinema, llevó a su portada de agosto de 2004, que llevaba por título "L'age d'Or de la TV", una fotografía de Jack Bauer, el protagonista de 24.
 
Precisamente acaba de finalizar en EEUU la sexta temporada de esta serie, que en España suele emitir, tarde y mal, Antena 3. El leitmotiv de 24, protagonizada por el agente antiterrorista Jack Bauer (Kiefer Sutherland), es la amenaza terrorista a Estados Unidos. La amenaza es plural, y más o menos coordinada: fascistas islamistas, rusos resentidos, chinos imperialistas. El ataque es apocalíptico: bombas nucleares a punto de estallar, epidemias bacteriológicas, armas químicas... Cada temporada se centra en un día, 24 horas, de actividad frenética. Que la serie ocurra en tiempo real refuerza la sensación de urgencia.
 
En los años 80 el grupo Polanski y el Ardor cantaba un estribillo que se hizo famoso: "¿Qué harías tú / en un ataque preventivo de la URSS?". Las cuestiones que plantea la serie son institucionales e individuales: ¿qué debería hacer el Estado ante un ataque terrorista cierto e inminente?, ¿cuál es la responsabilidad individual ante las exigencias, a veces monstruosas, de la "razón de Estado"? Cuestiones éstas sobre las que ha reflexionado José María Marco en estas mismas páginas y que 24 pone en imágenes poderosoas.
 
Esta sexta temporada no ha alcanzado el nivel de excelencia de las anteriores. Sin embargo, aunque el divertimento no ha sido tanto, los contenidos han seguido suscitando polémica. ¿Es legítimo o necesario enfrentar el terror con sus propias armas? Los recursos empleados por Jack Bauer incluyen las amenazas, el chantaje, la mentira, incluso la tortura y el asesinato. La serie, producida por la políticamente incorrecta Fox, ha recibido críticas por la derecha y por la izquierda. Nadie duda de su calidad artística, de la diversión garantizada que procura. Pero el filósofo postcomunista Slavoj Zizek la ha comparado con Apocalypse Now, de Coppola, como una manifestación del totalitarismo implícito en el poder occidental, que quedaría emparentado con el sistema nazi. Y en la liberal Fundación Mises, Matt McCaffrey ha denunciado que, subliminalmente, se defiende en 24 un Estado hobbesiano, constituido según los parámetros del Gran Hermano orwelliano, para el que la defensa de un presunto "bien público" justifica el ataque a los derechos individuales.
 
Como decía, en la sexta temporada el ritmo no ha sido tan abrasivo y la acción se ha hecho un tanto rutinaria, pero los conflictos familiares de Bauer han vuelto a mezclarse inteligentemente con las discusiones políticas de altura en el búnker de la Casa Blanca. Han intentado los guionistas dar a Bauer una dimensión casi bíblica, aunque sigue sin quedar claro si es más bien Abel o un Caín, mientras que por otra parte se han demorado en revivir algunos aspectos sombríos de la historia norteamericana, como la creación de campos de concentración para las minorías enraizadas en países contra los que se entra en guerra, o en la ilustración de los mecanismos constitucionales por los que se puede hacer "abdicar" al monarca republicano, o sea, el presidente de los Estados Unidos.
 
El filósofo liberal Michael Ignatieff escribió, en mayo de 2006 (v. "Si la tortura funciona", en Claves de Razón Práctica): "Los que somos contrarios a la tortura tenemos que ser también lo bastante honrados para admitir que quizá tengamos que pagar un precio por nuestras convicciones". Pues bien, el gran mérito de 24 es que plasma en imágenes este planteamiento.
 
 
24 (sexta temporada). Dirección: Stephen Hawkins. Guión: Robert Cochran, Joel Surnow. Productor: Kiefer Sutherland. Intérpretes: Kiefer Sutherland, Mary Lynn Rajskub, Kim Raver, James Morrison. Calificación: Hipnótica (7/10).
 
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