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DRAGONES Y MAZMORRAS

La soledad del poeta

Leo en El regreso del Húligan, libro de Norman Manea –traducido del rumano por Joaquín Garrigós y publicado por la editorial Tusquets (no les puedo hablar mucho de él porque prácticamente acabo de empezarlo)–, que recién terminada la guerra alguien le preguntó a Paul Celan (también rumano, aunque de expresión alemana): ¿qué es la soledad del poeta?; y éste contestó: “Un número de circo no anunciado”.

Leo en El regreso del Húligan, libro de Norman Manea –traducido del rumano por Joaquín Garrigós y publicado por la editorial Tusquets (no les puedo hablar mucho de él porque prácticamente acabo de empezarlo)–, que recién terminada la guerra alguien le preguntó a Paul Celan (también rumano, aunque de expresión alemana): ¿qué es la soledad del poeta?; y éste contestó: “Un número de circo no anunciado”.
Zsuzsa Naszódi: POET (detalle).
Eso es precisamente lo que me están montando los numerosos poetas "solitarios" (casi todos coinciden en sus respectivas presentaciones en definirse como unos solitarios empedernidos) que, desde que se me ocurrió la torpeza de desvelar aquí, la semana pasada, mi intención de preparar una antología de poetas excluidos de otras antologías, están mandándome sus versitos por correo electrónico.
 
Sin duda cometí un error al no explicar que no se trataba poetas inéditos, sino de poetas perfectamente identificados (es decir, publicados) cuyo principal requisito, además de gustarme su poesía, es que nunca hayan sido incluidos en las numerosas antologías que por ahí circulan por razones totalmente extraliterarias, generalmente ideológicas. Sirva esto de respuesta, y de agradecimiento, a todos los vates que han tenido el detalle de desvelarme el significado de la respuesta de Celan, la cual, de otro modo, me habría parecido harto enigmática. Tal vez él mismo preparaba una antología, quién sabe. Se lo preguntaré a José Luis Reina Palazón, que le tradujo al español castellano en la editorial Trotta, labor por la cual fue recompensado con el Premio Nacional de Traducción, y que conoce su vida y obra al dedillo.
 
Cualquiera que se haya dedicado a la edición o a la crítica sabe de qué hablo. Ese ingente montón de manuscritos que llegan a las editoriales y buzones con la esperanza de triunfar (¡por no hablar de los premios!) gracias a la supuesta, y atenta, lectura del prójimo va constantemente en aumento. Supongo que ese desproporcionado número de letrahirientes tiene su origen en la proliferación de titulados universitarios. No hay licenciado en historia que no quiera ser novelista, ni filólogo que no perpetre alguna poesía o minicuento. De ahí el desproporcionado número de Escuelas de Escritura que se anuncian en los periódicos, incluso en las revistas literarias e institucionales.
 
Sin ir más lejos, en el último número de Minerva (revista del Círculo de Bellas Artes) Clara Obligado anuncia sus talleres de escritura creativa a distancia (¡qué idea!), con distintos niveles de trabajo: iniciación (para personas sin experiencia, según se aclara en el anuncio), medio y alto. También se anuncia a lo grande la Escuela Contemporánea de Humanidades, heredera en cierto modo de la famosa Escuela de Letras de la calle Factor (¿recuerdan la Revista Factor 5?), que ofrece un Máster en Creación Literaria, otro en Humanidades Aplicadas, amén de diferentes cursos monográficos.
 
Entre sus proyectos más inmediatos figura una impactante Escuela de los Sentidos (VerTocarOler, por un lado, GustarOír, por otro), que empezará a funcionar el curso que viene. Los profesores son escritores avezados como Rosa Montero, Alejandro Gándara, Clara Sánchez, J. J. Armas Marcelo y otros por el estilo, lo cual indica hasta qué punto se ha profesionalizado la escritura. Estarán contentos quienes protestaban por lo contrario. Son tan profesionales que los hay que ya sólo tienen tiempo para enseñar a escribir o para colaborar en las revistas colegiadas.
 
El único problema está en qué hacer con los graduados. Los menos consiguen integrarse en el así llamado "mundo de las letras", pero la mayoría acaba miserablemente estafada por esas editoriales mercenarias (que cobran por publicar), como Jamais, o por los millonarios premios literarios, cuyas bases están abiertas a todos pero que en realidad están pensados para autores ya consagrados.
 
Jamais no es la única editorial que vive de la ilusión ajena, pero ha saltado a la palestra por sus repetidos incumplimientos de contrato. Lo más terrible es que les hacían creer que les publicaban por su talento, y eso –dicen los afectados– les ha dolido bastante más que el dinero esfumado. Conmueve tanta ingenuidad, estremece todo ese circo en demasía anunciado. La solidaridad es incompatible con la soledad. Es un hecho.
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