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CIENCIA

La sana felicidad

La medicina sabe desde hace tiempo que los estados afectivos negativos, como la depresión, la apatía y el desánimo, son caldo de cultivo de diversos procesos patológicos: muerte prematura, diabetes, mayor riesgo de infarto de miocardio, invalidez… ¿Y lo contrario? ¿Qué influencia tiene la felicidad en la salud? Un nuevo estudio demuestra que los pensamientos positivos actúan como un bálsamo en nuestro organismo.

La medicina sabe desde hace tiempo que los estados afectivos negativos, como la depresión, la apatía y el desánimo, son caldo de cultivo de diversos procesos patológicos: muerte prematura, diabetes, mayor riesgo de infarto de miocardio, invalidez… ¿Y lo contrario? ¿Qué influencia tiene la felicidad en la salud? Un nuevo estudio demuestra que los pensamientos positivos actúan como un bálsamo en nuestro organismo.
Hasta hace bien poco la ciencia médica y la psicología habían orientado todos sus esfuerzos a curar los males y aliviar los dolores tanto físicos como mentales. En efecto, desentrañar la relación que existe entre la enfermedad y la esperanza de vida se había convertido para los científicos casi en una obsesión. Y éstos habían dejado aparcados conceptos tan agradables y básicos para el desarrollo humano como los de placer, risa, optimismo, amor propio, bienestar, calidad de vida o felicidad.
 
La desatención es terriblemente llamativa: un repaso a los artículos publicados durante las tres últimas décadas en las revistas de psicología más importantes del mundo demuestra que mientras la depresión fue el tema central de 50.040 estudios, la felicidad sólo lo fue en 415. Se estima que en el mundo occidental el 98% del presupuesto sanitario se destina a combatir las dolencias del enfermo y que una ínfima parte va a parar al estudio de las funciones del organismo física y psíquicamente sano. De este manera, se ha fraguado una visión del individuo como un ser pasivo que prácticamente se limita a responder a los influjos del entorno y se deja consumir por conflictos no resueltos, para cuya solución ha de acudir a la consulta del experto.
 
Pero la emergente psicología positiva está cambiando de forma radical esta visión de la existencia humana, al considerar a la persona como un ser capaz de tomar decisiones y experimentar la utilidad de sus acciones. Es la ciencia del bienestar.
 
Recientes investigaciones apuntan a que las emociones positivas pueden ser potenciadas y ayudan a prevenir la aparición de determinadas enfermedades. No sólo el amor, el humor y la inspiración creativa producen bienestar, sino también el optimismo, la empatía, el altruismo, la ética en el trabajo y el esfuerzo de superación personal. En definitiva, la felicidad.
 
Jóvenes pasándoselo a lo grande en el Chupinazo. En el fondo, el objetivo del ser humano es sentirse feliz. Un logro que, al parecer, los españoles alcanzamos con relativa facilidad, si nos atenemos a las encuestas. Una efectuada por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) revela que el 59% de los españoles considera que es bastante feliz; casi una quinta parte se confiesa muy feliz; el 16% mantiene una actitud neutral. Solamente el 4% se siente desgraciado.
 
Y un estudio del IFOP (Instituto Francés de Opinión Pública) confirma la dicha española, pues nos sitúa como los más felices de Europa. Sin duda es motivo de felicitación, sobre todo si tenemos presente que vivimos en un mundo competitivo y con los valores en crisis, en el que la felicidad se asocia a logros puramente materiales que, además, están mediatizados.
 
No existe, en verdad, una fórmula magistral para cruzar al lado positivo, aunque los investigadores del Instituto Nacional del Envejecimiento estadounidense destacan cuatro elementos clave para alcanzar esa especie de nirvana que permite acceder a la felicidad: la autoestima, el optimismo, la extroversión y el sentido de control de la vida. Cuando uno de estos pilares se tambalea la vida puede llegar a perder el sentido y el organismo se debilita, lo que lo hace más vulnerable ante la enfermedad.
 
Sin ir más lejos, un estudio realizado en 1991 entre personas sanas de 67 y 80 años demostró que quienes se enfrentan a la vida con un talante positivo tienen una mayor resistencia inmunológica que quienes lo hacen de forma pesimista o negativa. Estos últimos son más propensos a contraer más infecciones, se recuperan más lentamente de ellas y tardan más tiempo en rehabilitarse de una intervención quirúrgica.
 
Pero ¿cómo influye la felicidad en la salud? La ciencia aún no tiene la respuesta, aunque la evidencia apunta a que existe una estrecha relación entre los estados afectivos y la salud física. Un estudio realizado en 2002 demostró que existe una perversa conexión entre la merma de la esperanza de vida y los estados depresivos. Otro, efectuado entre monjas católicas, revela que las que escribían a la edad de 22 años textos con contenidos positivos emocionalmente mostraban una mayor esperanza de vida a los 60. Y una investigación finlandesa efectuada entre adultos apuntaba una relación negativa entre la satisfacción y la mortalidad, independientemente del estado marital y de la clase social de los participantes. Son muchos los estudios que apuntan en esta dirección.
 
Los científicos sugieren que esta concomitancia entre los estados afectivos y la salud corporal podrían explicarla dos tipos de mecanismos: el primero, la actitud positiva podría estar asociada a unos hábitos saludables y a un estilo de vida prudente. Por ejemplo, el tabaquismo está asociado a la angustia y los desajustes psicológicos, mientras que la ansiedad y la depresión impiden disfrutar de los momentos de ocio. El segundo mecanismo vendría dado por procesos psicobiológicos. Dicho de otra manera, determinados factores psicológicos estimulan procesos biológicos a través del sistema nervioso central que desembocan en reacciones endocrinas, inflamatorias e inmunológicas.
 
Un ejemplo claro de esta cascada de fenómenos lo encontramos en la depresión. Las personas deprimidas tienen unos mayores niveles de la llamada proteína c-reactiva, que es liberada por el hígado durante episodios de inflamación aguda; de citoquinas, implicadas también en procesos inflamatorios, y de norepirefrina, en respuesta al estrés. También sufren una deficiente respuesta inmunitaria después de ser vacunados. Sin duda alguna, todo esto quita años de vida, pues expone el organismo a incontables peligros.
 
Lo mismo sucede a la inversa: por ejemplo, las personas impregnadas de pensamientos positivos recuperan antes que las infelices la normalidad cardiaca después del estrés. Y la psicología positiva apunta a que las personas satisfechas con su vida podrían vivir más años que el resto.
 
Pero ¿cómo ocurre esto? Un estudio publicado en el Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) arroja un rayo de luz. Un equipo de científicos de la University College London y de la Rockefeller University, en Nueva York, ha descubierto que las experiencias negativas y las decepciones que experimentamos a diario incrementan los niveles sanguíneos de cortisol, sustancia hormonal liberada por la corteza suprarrenal –glándula situado encima de los riñones– en respuesta a la hormona adrenocorticotropa o corticotropina ACTH liberada, a su vez, por la glándula pituitaria. Tanto los disgustos como las satisfacciones cotidianas hacen que la concentración de cortisol fluctúe en sangre.
 
No cabe duda de que la infelicidad causa estrés, y que éste, a través de la ACTH, está relacionado con numerosos procesos patológicos, como la obesidad, la diabetes de tipo II, la hipertensión y la debilidad del sistema defensivo. Los científicos también descubrieron que las personas felices presentaban un menor nivel de fibrinógeno –proteína del plasma precursora de la fibrina, responsable de la coagulación sanguínea– que las infelices cuando experimentaban estrés.
 
Tras nuestro bienestar o infelicidad se esconden unas moléculas biológicas que pueden favorecer o minar nuestra esperanza de vida. El humor, la autoestima, el optimismo o el aprender a disfrutar de las cosas pequeñas pueden ser la receta para vivir más y mejor.
 
Decía Groucho Marx que "la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…".
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