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VUESTRO SEXO, HIJOS MÍOS

La primera sonrisa femenina

Abnegados copulantes que me aguantáis: Los antropólogos suelen mostrarse bastante comprensivos con los pueblos primitivos que practicaban el infanticidio, sobre todo si vivían en tierras pobres, porque las pasaban canutas y estaban sujetos a todo tipo de adversidades.


	Abnegados copulantes que me aguantáis: Los antropólogos suelen mostrarse bastante comprensivos con los pueblos primitivos que practicaban el infanticidio, sobre todo si vivían en tierras pobres, porque las pasaban canutas y estaban sujetos a todo tipo de adversidades.

Había tribus que constantemente se planteaban el dilema de cuándo se podía dejar vivir a un recién nacido y cuándo, por el contrario, traía más cuenta sacrificarlo por su hermano, incluso en algunos casos raros –horror– dando al bebé como comida a su hermano mayor.

Si los pueblos sedentarios lo pasaban mal, la vida de los nómadas estaba llena de percances e infortunios. Muchos autores hablan de los rigores que sufrían las mujeres en estas sociedades, de las marchas agotadoras transportando enormes bultos sobre la cabeza y espalda, cargando con niños de pecho o in utero. La lactancia prolongada y la rudeza de la vida impedían que las mujeres fértiles acumulasen el porcentaje de grasa necesario para la ovulación. Los ovarios podían tardar en conseguir un óvulo maduro, y era frecuente un espaciamiento de hasta cuatro años entre el nacimiento de dos hermanos. Por otro lado, el nomadismo aumenta la tasa natural de abortos y la mortalidad de mujeres y niños durante el parto. En algunas de estas sociedades se daba por sentado que el niño sólo podría vivir si nacía en el campamento, mientras que si nacía durante la marcha nadie daba un duro por él, porque moriría de frío. Me pregunto cómo podían estas mujeres hacer el trabajo del parto en plena marcha y además seguir andando después para no quedarse atrás.

Se podría pensar que, con tanto niño muerto y tan pocos embarazos, los bebés eran un bien escaso y no había necesidad de eliminarlos, sino todo lo contrario. Pero no es así, ya que el infanticidio va mezclado, a menudo, con razones culturales irracionales que a menudo tienen poco que ver con la escasez de recursos. El sexo del bebé es una de ellas, y es, además, una razón universal, porque no hay cultura humana que no dé prioridad a los varones. Y eso a pesar de que para los mamíferos criar machos sale más caro que tener hembras, como ya os expliqué en un artículo sobre la inflación del cromosoma Y.

Los machos humanos son especialmente caros; se les presta más cuidados, consumen más comida y medicamentos y se invierte más en su educación, para dotarles de un mejor capital humano. En cambio, las niñas, a pesar de su fenotipo ahorrador, suelen ser mal recibidas en todas las sociedades; y esto es así independientemente de la importancia del trabajo que realicen o del papel que tengan asignado. Incluso aunque la matanza de niñas cause graves problemas y desajustes.

El infanticidio femenino es una agresión intraespecífica que se empleó desde tiempos ancestrales sin ton ni son. Algunos pueblos fueron especialmente burros y misóginos. Los pueblos todas, por ejemplo, ponían a las niñas recién nacidas en el fango para que fueran pisoteadas y muertas por los búfalos, a pesar de que, como consecuencia de su rechazo a las niñas, había exceso de hombres y tenían que compartir entre varios una esposa común, "con complicadas precauciones para mantener el hogar en calma", según puntualiza Margaret Mead en su libro Masculino y femenino.

Los atenienses, pueblo al que se supone muy culto, padecían una gran misoginia, y aunque practicaban el infanticidio en general, tenían mucha más ojeriza a las niñas y se las cargaban sin problemas. Sorprendentemente, los espartanos, que, en cambio, tenían una sociedad militarizada y a la hora de matar recién nacidos se guiaban por criterios de salud y fortaleza, no hacían tantas distinciones entre los sexos.

Los romanos concedían al pater familias la prerrogativa de cargarse al recién nacido sin miramientos, acto tremebundo que solían delegar en la comadrona con un simple gesto. Se conservan cartas de maridos a sus esposas con instrucciones claras para que abandonaran, después del parto, al bebé si fuera niña. Hay autores que sugieren la cifra de entre un 10 y un 20 por ciento de niñas abandonadas.

En China, hasta bien entrado el siglo XX a las hijas se las llamaba esclavas y se las trataba como a tales; podían ser estranguladas al nacer o vendidas más tarde, si hacía falta dinero. Después, la cosa no mejoró mucho, porque un promedio de 250.000 niñas recién nacidas fueron eliminadas cada año entre 1979 y 1984. ¿Y qué se puede decir de la India? Pues que tampoco son mancos allí. Desde que se puede predecir el sexo mediante ecografías, los fetos femeninos son víctimas de una persecución en toda regla. Tomo de Bryan Sykes el siguiente dato: en un centro de mujeres de Bombay se descubrió que de casi ocho mil amniocentesis solicitadas durante cinco años de la década de los 80, sólo el 5% tenía como verdadero objetivo el diagnóstico de defectos genéticos. Las demás se solicitaban para averiguar el sexo del bebé, con el resultado de que el 99 por ciento de los fetos abortados habían sido femeninos. Tanto en China como en la India puede haber hasta 40 millones menos de mujeres de las que debería. Esas niñas murieron por aborto, infanticidio, abandono y descuido.

Pero el sacrificio de millones de niñas condena a otros tantos millones de hombres a la soltería, y eso es malo, muy malo, para una sociedad. Los hombres solteros dan mucha lata, no están motivados para trabajar e incurren en prácticas antisociales como el alcoholismo, la agresividad y los comportamientos sexuales delictivos.

Desmond Morris, en El zoo humano, habla de la sonrisa del bebé como un poderoso método para consolidar el vínculo con la madre. Por su parte, Edward O. Wilson, en Sobre la naturaleza humana, dice:

Diversos estudios independientes han demostrado que las niñas recién nacidas responden más frecuentemente que los niños con sonrisas reflexivas con los ojos cerrados. El hábito pronto es reemplazado por una sonrisa comunicativa deliberada que persiste hasta el segundo año de vida. La sonrisa frecuente se convierte entonces en uno de los rasgos femeninos más persistentes y continúa a través de la adolescencia y la madurez.

Y así, meditando sobre la sonrisa refleja de las recién nacidas, me pregunté: ¿de qué demonios se sonríen estas desdichadas? Y entonces me sentí inclinada a poner otro de mis famosos huevos intelectuales, un huevo muy bonito que debería habérsele ocurrido a alguien más listo que aquí una servidora. A saber: que no hay en principio, una causa biológica relacionada con el sexo para que exista un reflejo mucho más marcado en las niñas que en los niños. Pero, desde luego, debe de haber una buena razón, y como me gusta jugar fuerte soy capaz de apostar mi único disco de flamenco, el incunable titulado De roillas me peía, a que esa razón no es otra que una selección mediante el infanticidio. Seguro que les dieron el tragantón principalmente a las niñas que ponían cara de póker, y a muchas otras, en cambio, les perdonaron la vida por tener bien marcada la sonrisa reflexiva, que fue, de ese modo, un rasgo seleccionado. En cambio, los niños no necesitaron de ningún subterfugio, porque en vez de sonrisa tenían colita.

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