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CRÓNICA NEGRA

¿La primera asesina en serie?

En Méjico están celebrando que llevan un año libres de Juana Barraza, la Dama del Silencio, también llamada la Mataviejitas, detenida inmediatamente después de acabar con la vida de una señora de 82 años, a la que estranguló con un estetoscopio. Dicen que Juana es la primera asesina en serie de por allí; o sea, uno de los escasos monstruos de sexo femenino: en las estadísticas mundiales sólo suponen un dos por ciento de los grandes criminales.

En Méjico están celebrando que llevan un año libres de Juana Barraza, la Dama del Silencio, también llamada la Mataviejitas, detenida inmediatamente después de acabar con la vida de una señora de 82 años, a la que estranguló con un estetoscopio. Dicen que Juana es la primera asesina en serie de por allí; o sea, uno de los escasos monstruos de sexo femenino: en las estadísticas mundiales sólo suponen un dos por ciento de los grandes criminales.
Este título, concedido a una mujer que sorprendía a mujeres mayores, no significa otra cosa que, tanto allí como aquí, nadie lleva bien las cuentas. Si hay envenenadoras en aquellas tierras, como es de suponer, no es posible que Juana sea la primera asesina en serie. Por otro lado, se ignora a estos grandes asesinos porque no se presta atención al peligro que corren las ancianas, cada vez más y y cada vez más solas, en las grandes ciudades.
 
A pesar de las andanzas de José Antonio Rodríguez Vega en Santander, nada aprendimos en España sobre los mataviejas; menos aún, de las mataviejas. En marzo de 2005 se juzgó a una mujer gitana acusada de asesinar a ancianas, pero la la cosa no tuvo la menor trascendencia. Ya sabíamos de los crímenes de Rodríguez Vega, y ahora nos encontrábamos con la primera mujer acusada de atacabar a mujeres mayores; pero nada: un caso más, perdido en el gran aluvión del día a día.
 
En julio de 2006 supimos de la existencia de otra mataviejas, esta vez en Cataluña. Remedios, cuarentona, como Juana Barraza, salía a la caza y captura de señoras de edad, a las que conquistaba en el mercado o en la iglesia. Según las primeras investigaciones, en alguna ocasión utilizó un lazo para estrangular a sus víctimas; otras veces las golpeaba con cualquier objeto y las estrangulaba. Curiosamente, mientras las depredadoras actuaban con sus manos, Rodríguez Vega prefería asfixiar a las ancianas con una almohada.
 
El caso es que debemos festejar que en Méjico estén de celebraciones. Allí solo han descubierto a una asesina de ancianas, y respiran tranquilas miles de mujeres. Antes, en vez de respirar, descansaban en paz. En España, en poco tiempo, y antes y después de la criminal mejicana, se han descubierto al menos tres expertos asesinos en serie dedicados a la tercera edad. La celebración por su captura debería promoverla el colectivo afectado y el Gobierno del momento. Tampoco estaría mal tomar nota: cuantas más mujeres mayores vivan solas, mayor será el peligro que corran a manos de depredadores como los que venimos mencionando.
 
Como en toda mitología de grandes asesinos que se precie, Juana Barraza, la Mataviejitas, tuvo una infancia atroz. Su madre la vendió por un paquete de cervezas, creció en un mundo marginal, sin cariño ni orientación. Para salir del fango trató de convertirse en estrella de la lucha libre. Se disfrazaba con unas mallas y una máscara rosa, pero no triunfó en el cuadrilátero. Acabó vendiendo palomitas en la puerta de los recintos que antes la jaleaban y desprendiéndose como de un velo de su apodo misterioso: la Dama del Silencio.
 
Tantos fracasos la llevaron al crimen. Empezó a matar porque las víctimas, según dice, le recordaban a su madre. Los estudiosos avanzan que se trata de una psicópata para la que no hay terapia; la única solución es la cárcel. Vaya noticia. En el caso de Rodríguez Vega, ni la cárcel fue solución: acabaron matándolo de puro odio; pero también éste fue capaz de afirmar que atacaba a las ancianas porque le recordaban a su madre.
 
Estos mentirosos compulsivos no tienen miedo a la contradicción. Antes de el Mataviejas, Rodríguez fue el Violador de la Vespa, y en esto no pudo echarle culpa a su madre. Lo cierto es que descubrió que las ancianitas eran más fáciles de matar, y que disfrutaba de ello. Era un delincuente sexual gerontófilo.
 
Eso casa con algunos de los crímenes de la mejicana, a la que se atribuyen cerca de cincuenta asesinatos, aunque la Fiscalía sólo puede probar once, en los que, por otro lado, el móvil no está claro. Son crímenes por placer, muertes que dan satisfacción. La cuestión es si llegaba al disfrute sexual de Rodríguez Vega o se quedaba en la ambigüedad de algunos de los hechos que se le imputan a la otra supuesta criminal, Remedios, que en Barcelona solía quedarse con las tarjetas de sus víctimas pero a veces, aparentemente, no se llevaba nada, lo que dejaba confusos a los investigadores.
 
Ni los precedentes ni el aumento geométrico de las mujeres que viven solas y desamparadas han puesto en alerta a la sociedad sobre este tipo de criminales. Los periodistas bautizan a Juana como "la primera asesina en serie": lo cierto es que se trata de otra protagonista más de la historia, por escribir, del crimen.
 
No obstante, ahora ya sabemos muchas cosas sobre las mataviejas: buscan ganarse la confianza de sus víctimas, actúan en el interior de los domicilios de éstas, su motivo es doble: aman y odian a las mujeres de avanzada edad. Suelen ser fetichistas, por lo que se llevan objetos de la escena del crimen.
 
Hay que buscar a la primera en el pasado. Las asesinas en serie existen desde tiempo inmemorial.
 
 
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.
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